Los objetivos del milenio y la "lógica" del capitalismo

En 2000, la ONU se planteó impulsar ocho objetivos de desarrollo humano, en lo que se conoció luego como la Declaración del Milenio, tendentes a disminuir a nivel mundial los altos niveles de pobreza extrema y hambre, alcanzar la enseñanza primaria universal, promover la igualdad de géneros y la autonomía de la mujer, limitar la mortalidad infantil, mejorar la salud materna, combatir el VIH/Sida, el paludismo y otras enfermedades, garantizar la sustentabilidad del medio ambiente, y, por último, promover una entidad mundial para el desarrollo, con especial atención a las naciones empobrecidas. En el papel, dichos objetivos lucen esperanzadores y dignos de encomio, sin embargo, la cruda realidad del actual régimen económico global basado en el libre mercado los hace improbables, con una alta posibilidad que todo quede en simples expresiones de buena voluntad de los gobiernos involucrados en ello.

El gran problema que confronta este propósito de las Naciones Unidas no es otro que la lógica imperante del capitalismo, la cual privilegia el afán de ganancias por encima de cualquier consideración a la vida humana, a tal punto que genera conflictos bélicos (como en Libia) para imponer su hegemonía, al mismo tiempo que su voracidad insaciable de recursos naturales pone en grave peligro de extinción cualquier vestigio de vida sobre nuestro planeta. De este modo, naciones como Grecia y Haití (altamente empobrecida y sometida a diversas fatalidades políticas, económicas, sociales y naturales), estarían condenadas al dominio colonialista por parte de Estados Unidos, Japón y las naciones industrializadas de Europa, las cuales conforman el selecto grupo que controla el Fondo Monetario Internacional (FMI).

En tal sentido, algunos gobiernos han tenido que cumplir rigurosa y arbitrariamente con los dictados del FMI a fin de obtener de éste los recursos para sortear las dificultades que confrontan sus países en el ámbito económico, como le correspondió hacer al gobierno de Alberto Fujimori en Perú, esterilizando a mujeres a cambio de unos kilos de arroz o de azúcar para lograr bajar la tasa de natalidad en dicho país, pues la culpa de la pobreza en el mismo se debería a los pobres. “Así, -afirma Francoise Houtart, sacerdote y pensador francés- dentro de esta lógica (del capitalismo) se debe disminuir la población, no la rica, no el 20 por ciento que consume de manera desmedida y destruye el planeta, sino a los más pobres porque no contribuyen a la acumulación del capital”, cuestión que es recurrente entre las sugerencias hechas por los organismos económicos multilaterales para capear las crisis frecuentes del capitalismo en nuestra América y demás continentes.

Siendo esta una realidad difícil de justificar y de ocultar, dados los grados de hambre, miseria, explotación, pobreza, odio y violencia que engendra y la caracterizan, resulta comprensible desconfiar de los buenos propósitos manifestados en algún momento por las potencias industrializadas de mejorar las condiciones de vida de sus semejantes en lo que otrora fuera llamado el Tercer Mundo. Aunado a ello, los ocho objetivos de desarrollo humano planteados por la ONU requerirían de un nuevo marco económico, diferente en todo al capitalista, lo cual nos conduce al socialismo revolucionario, cosa que no comparten en absoluto los apologistas del capitalismo, puesto que una solución intermedia (un capitalismo con “rostro humano”) sería -en todo caso- más de lo mismo, conservando en esencia los rasgos de desigualdad y de exclusión social que ahora sacude a la mayoría de las naciones del mundo, incluyendo a los Estados Unidos; convirtiéndose ello en un dilema urgente de resolver que podría desembocar en situaciones prerrevolucionarias, en alguna medida espontáneas, como ocurre actualmente en el mundo árabe y parte de Europa, que terminen por deslegitimar la vigencia del sistema capitalista.-
*Maestro ambulante.

mandingacaribe@yahoo.es


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Homar Garcés


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