Dios de los cristianos y Dios musulmán, Dios para hebreos o para chinos, para hindúes, para todos, cada cultura en su desarrollo construyó su imagen de dios y sus rituales pertinentes, su adicción a la fe como escondite a nuestra fragilidad moral y mortal para al final ser hijos de lo que somos padres. Dios fue creado por nosotros para que fuera la imagen de nuestro creador, así el hombre, esta especie magistral que asumió el poder de la conciencia, de ir entendiendo y dominando el planeta que habitamos, va con dios a todas partes, cada hogar o familia coloca ídolos que representan su idolatría por un ser superior que todo lo ve, que todo lo puede, homónimo ser de poderes divinos y divina justicia, etéreo, invisible, intocable improbable, pero más real que cualquiera otra de las mentiras que hemos construido de forma colectiva.
Desde que el hombre inventó a Dios, los poderosos entendieron que tenían que comprarlo, que lo celestial resultaba un negocio muy rentable, se imprimieron santas escrituras y se fabricaron miles de rosarios y se imprimieron millones de estampas de toda una diversidad de santos. Dios se convirtió en la poderosa arma de dominación por el miedo a lo supremo y a la muerte, se inventaron los pecados y los castigos, administrados por su santidad y los imperios de turno, la iglesia es la trasnacional de nuestra fe quebrada y sometida.
Dios vivirá y morirá con el ser humano, quizá cada vez más pequeño, pues en la medida que la especie se crece ante el universo, se entiende que no es posible un cielo que realmente exista más allá de las nubes, que no hay lugar para juicios finales y purgatorios más allá que sobre esta misma tierra en donde sufrimos la penalidad de vivir entre nuestros propios fantasmas.
¡Que dirá el Santo Padre que llega a España ante las multitudes que han tomado las calles! Donde la humanidad grita desesperada que se ha perdido el sentido. Que dirá el santo padre que viene de su sueño en las cómodas cobijas del Vaticano ante tanta gente que reclama justicia. Seguro que su hipnótica magia legendaria llevará a muchos al sueño esclavo con el que por milenios las sotanas han adormecido al pueblo. Quizá es para eso que mandaron a llamar al papa. ¿Será un conjuro para calmar la indignación?
Las iglesias terminarán derrumbándose como santuarios de las ignominias, refugios de pederastas y traficantes de la fe. El pueblo aprende a rezar mirando a sus dioses cara a cara. Aprende a enfrentar sus miedos y temores, saca el látigo aquel con que Jesús de Nazaret exorcizó los templos y aprende a no dejarse aletargar más por los dominios imperiales.
Somos ateos gracias a dios. Estamos en la calle por el engaño de las promesas desde los púlpitos, perdimos la fe en una sociedad que nos destruye, que nos explota hasta que quiere y luego nos despide y nos quita nuestros bienes. Creemos en nuestros corazones indignados por la desigualdad en el breve tiempo que es el vivir, por la desesperanza ante el mundo que quedará para nuestros hijos y nietos.
Gloria al hombre y la mujer del pueblo, que construye la iglesia del nuevo tiempo en las plazas y las calles que aun no tienen dueño, que son nuestras a pesar de la represiva histeria de un imperio que agoniza ante nuestra indignación ya sin riendas.
Viviremos y venceremos.