Esta mañana
me levanté de nuevo con la misma sorpresa y rabia que desde aquel
día me ha acompañado estos 38 años de mi vida. Aquel 11 de Septiembre
dormíamos Edmundo Iribarren, hoy militante incansable de los medios
alternativos en nuestra isla de Margarita, otros compañeros y yo en
la pequeña buhardilla en que vivía en Santiago, el estruendo del vuelo
rasante de un bombardero de la fuerza aérea chilena nos despertó con
la sorpresa y la rabia haciendo temblar los cristales de la ventana,
haciendo temblar la madrugada de aquel Chile en el que acompañábamos
al gobierno revolucionario de la Unidad Popular. Las miradas se cruzaban
entre nosotros y costó romper el silencio para expresar lo que todos
presentíamos: hay un golpe contra Allende.
Mientras nos
levantábamos y recogíamos nuestras cámaras y cosas para irnos a la
Moneda, escuchamos la proclama de Allende en la radio. Aquellos 18 años
que teníamos, esa furia revolucionaria hermosa de la juventud, nos
decía que vendría un día de luchas y un tiempo de resistencia. Salimos
a las calles llenas de soledad y de miedo. La Moneda estaba a escasas
cuadras de aquel apartamentito estudio en la calle huérfanos con teatinos.
La Plaza de Armas se comenzaba a llenar de pueblo, todos esperando un
mando de lucha que nunca llegó.
Allende pidió
que se evitara un derramamiento de sangre cuando toda la nuestra lo
que estaba era deseosa de brindarse en cualquier batalla, pasaban los
minutos y cada vez desvanecíase la esperanza de la respuesta del pueblo
y de algunos militares que fueran a defender la democracia. El vuelo
siguiente que nos pasó por encima, ya lanzaba las bombas que reventaron
las ventanas de la Moneda. Siguió el granizo homicida de los carabineros
sanguinarios como hoy, que arremetieron a bala contra quienes allí
estábamos.
Toda esta vida
larga, estos años que hoy ya son 38, cada 11 de Septiembre me levanto
y miro a la ventana de donde estuviera durmiendo. Aquella mañana supe
de la crueldad y miseria del imperio contra el que luchamos, supe del
imperialismo asesino que está dispuesto a bombardear poblaciones y
asesinar casa por casa a la dirigencia, supe de los estadiums convertidos
en campos de concentración. Supe de las balas que callan a los pueblos,
de las bombas, de las cachuchas de militares títeres que asesinan a
toda una patria. Toda esta larga vida me levanto cada once con aquel
susto y aquel espanto.
Hoy de nuevo
es 11 de Septiembre, desde la ventana de mi cuarto me asomo y escucho
las palabras y la mirada valiente de Camila Vallejo que desde la tierra
austral vienen a decirme que Chile vive, que Allende vive, que de nuevo
caminan las mujeres y los hombres hacia las anchas alamedas para hacer
cumplir la profecía de la proclama final de nuestro compañero Allende.
Hoy resuenan las canciones de Violeta y de víctor Jara, hoy se levanta
mi pueblo en Venezuela y marcha a la calle de Salvador en las puertas
de la UCV, nuestra Universidad también tomada y manipulada por aquellos
que pretendían convertirla en negocio, y le presentamos nuestro
saludo y despedida al camarada Salvador Allende, nuestro abrazo y solidaridad
a la muchachada que se levanta en aquellas calles de Santiago.
Esta mañana
me levanté y juré que no podría vivir de nuevo otra mañana
como aquella. Entendí por qué
hay que estar a cuadro cerrado con nuestro comandante presidente Hugo
Chávez y supe, desde ya, que aquí
no habrá quien diga que no se derrame la sangre, que solo nos derrotaría
la muerte de todas y de todos y que eso es imposible, que la victoria
de hoy lleva el nombre y la memoria de aquel médico profeta que desde
la moneda auguró lo que esta pasando en estos años. Que viviré
y venceré, que viviremos y venceremos, camaradas.