Indignación, tristeza, esperanza, alegría, ¿qué palabra emplear? ¿Qué sentimiento indecible será acogido por el lenguaje? Habría que crear otras, nuevas palabras; para dar con el concepto que describa con éxito las horrorosas penurias a las que cotidianamente es sometido el pueblo Palestino. También habría que refundar el lenguaje y sacudir los diccionarios para explicar y repudiar en un mismo movimiento, el descaro y la insensatez de las superpotencias. Así mismo, con qué términos asimilar en algún idioma la creativa y maravillosa resistencia de un pueblo que se niega a ser borrado. Palestina es una fábrica de sueños; en sus callejones destruidos por la guerra, sobre las paredes de sus muros, desde el nombre de sus mártires, escritos con grafittis desde cualquier rincón, un pueblo habla. Habla también el silencio de los ojos de sus mujeres y sus niños, en sus rostros se respira, se proyecta y grita un nuevo idioma; toda una cultura, en donde cada palabra significa Dignidad. Los desalojos y demoliciones nocturnas de sus casas, el levantamiento de un muro, el fusilamiento de sus mujeres y niños, los bombardeos, la ocupación, el bloqueo de Gaza. Nada podrá con su ejemplo. Ojalá algún día todo el planeta hable esta Lengua, que se haga Universal. Por eso desafían la muerte con alegría, negando la posibilidad de vivir eternamente al interior del campo de concentración Sionista-hitleriano al que el gobierno de Israel quiere convertir a Palestina. Los Gendarmes del Terror y la violencia mundial, empantanados hoy en Afganistán, actúan en complicidad con el Sionismo y se niegan a reconocer el ingreso de Palestina como Estado pleno, a Las Naciones Unidas. ¿Cuál sería entonces la mejor palabra para calificar la intervención de Obama ante la ONU? ¿Cinismo? ¿Arrogancia? Estos términos parecen blandos y complacientes frente a la indignidad de tal despropósito; nos coloca dentro de un puñado de anti-frases, convocadas de manera grandilocuente por una suerte de personaje Orweliano. Recordemos que en el libro 1984, hay una institución encargada de borrar la memoria y reescribir la historia, alterando incluso al lenguaje mismo; colocando amor allí donde debe decir odio, y paz donde debe decir guerra. Por eso, indignarse ante tal impostura, es un gesto imbécil por inútil, es caer en el juego de aquellos que quieren que renunciemos al derecho a la alegría permanente, desde donde es posible la acción solidaria. Debemos superar la rabia natural que sentimos e instalarnos en la feliz esperanza a favor de la libertad de este heroico pueblo. Deleuze decía que el arte de asediar al miedo y al dolor se llama resistencia y consiste en “aprender y enseñar a liberar a la vida de todo aquello que asfixia su potencia”. El pueblo Palestino enseña al mundo lo que nos hace humanos, nos conmina a mostrar lo mejor que llevamos por dentro, para que desde el más profundo amor, construyamos la potencia de actuar y existir, como dijera el judío Spinoza, a favor del amor y la vida plena, en permanente lucha contra el horror, la tristeza, la persecución, el hambre, la exclusión y el exterminio más brutal. No se trata de enfrentar a los judíos, seguidores de Marx y de Spinoza como somos, comprendemos que la lucha es contra el Sionismo. Diciendo estas palabras consigo provisionalmente un puñado de letras que podrían recoger de manera parcial lo que siento escuchando a Obama: Lástima y Vergüenza. Max Horkheimer decía que cada vez que escuchaba la palabra Auschwitz, sentía Vergüenza de formar parte del género humano. Ante ese discurso triste, diré lo mismo. En ese mismo sentido, pido disculpas a mis Hermanos Palestinos por la indolencia, la indiferencia y el sarcasmo con el que muchos políticos venezolanos asumen el tema del Medio Oriente.
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