El sistema internacional ofrece cada vez más y más señales de estar de espaldas a los nuevos aires de multipolaridad que con fuerza resoplan en el mundo, al tiempo que da muestras de seguir empeñado en imponer una agenda donde unos pocos deciden por todo el mundo, en flagrante intención de pisotear la soberanía y el principio de autodeterminación de los pueblos.
Referirme a la decisión por demás predecible de la Corte Interamericana de los Derechos Humanos (CIDH) sería tan baladí como la propia decisión, pero si resulta muy importante examinar cómo un organismo internacional como la Organización de Estados Americanos busca la manera de imponerse, aún por vías que resultan írritas. Basta señalar apenas la última perla de la CIDH: el dictamen de la Corte que exonera de responsabilidades a Leopoldo López se basó en un informe presentado por uno de sus primos. ¡Una pelusa! como decimos por estos lares.
Pero el 66º periodo de sesiones de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas demuestra que no podemos perder nuestra capacidad de asombro. Y es que cuando se vislumbraba la ocasión de aprobar la incorporación del Palestina ante la instancia en un acto de justicia con un pueblo históricamente vilipendiado en sus derechos fundamentales, en una reunión “diplomática” entre el Presidente de los Estados Unidos Barack Obama y el Presidente de la Autoridad Palestina Mahmud Abbas, el primero impuso al segundo su decisión: si proponía la creación del Estado palestino, ejercería su derecho al veto en el Consejo de Seguridad. En otras palabras, si 192 Estados de todo el mundo acordaban la incorporación de Palestina a la ONU, EE.UU. únicamente con levantar la mano echaría por tierra dicho acuerdo. ¡Curiosas formas en las que aún hoy se entiende la democracia!
Este par de decisiones no hacen sino demostrar lo que ya muy bien sabemos: quienes tienen pretensiones colonialistas usan una ya arcaica institucionalidad internacional para imponer sus decisiones, aunque ellas no tengan ni un atisbo de legitimidad. Para cualquier Estado digno eso debe ser sencillamente inaceptable. Digo yo, ¿no?
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