“Que el fraude electoral jamás se olvide.
Ni tampoco los miles de muertos inocentes.”
Así como en Europa y en los Estados Unidos el huracán de la indignación está cimbrando las estructuras, en América Latina se está viviendo una ola –también con fuerza huracanada- de realizaciones satisfactorias para sus pueblos. Son los casos de Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador y Venezuela, países que ya remontaron la etapa de la indignación y en los que la sociedad salió a la calle, protestó, en algunos casos derribó gobiernos nefastos e impuso su voluntad en elecciones que instauraron regímenes progresistas. Cuando en 1992 la crisis de la deuda (inducida y forzada por el gran capital internacional) le abrió la puerta al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial para imponer la globalización neoliberal, los gobiernos se vieron obligados a la imposición de medidas drásticas antipopulares, la gente salió a la calle a protestar; el emblema lo dieron los venezolanos que arramblaron con todo lo que tuvieron al alcance y que sólo pudieron ser detenidos mediante una cruenta represión, conocida como el “caracazo”; nueve años después el coraje popular acumulado se expresó en las urnas y llevó a Hugo Chávez a la presidencia, y con él a la instauración del régimen de la Revolución Bolivariana. Así llegaron también Lula, Kirschner, Evo Morales y Correa y, con ellos, los gobiernos que se destetaron de la hegemonía política y financiera de los Estados Unidos. El factor común en todos esos cambios fue la indignación de los pueblos ante el neoliberalismo empobrecedor.
Hoy puede hablarse de pueblos contentos –para contrastar con los indignados- como se mostró el argentino el pasado domingo en que reeligió con abrumadora mayoría a Cristina o el de Brasil que otorgó más de 80% de aprobación a Lula al término de su segundo mandato; sucede en Venezuela que le da 65% de las preferencias a Hugo Chávez para su tercera reelección. El factor común en todos ellos radica en su eficaz compromiso con los anhelos populares por el bienestar y la justicia, en la antípoda de los regímenes que siguen privilegiando a los dueños del dinero. Por cierto que en todos estos casos se ha vencido a las muy poderosas mafias de los privilegiados, con las televisoras y la prensa privadas funcionando como arietes opositores, con tanta o más enjundia que la que aquí exhibe el duopolio televisivo; se ha hecho a contrapelo de los designios e intervenciones de las embajadas gringas y de las trampas de las oligarquías criollas.
Chile, Colombia y México, en cambio, están en el escaparate de la indignación, aferrados sus gobiernos al modelo que ya demostró en el mundo entero su ineficacia y su perversión. Ahí están las juventudes chilenas exigiendo dejar de ser tratados cual mercancía, que ya tomaron las calles y colocan en la picota a su gobierno empresarial. Aquí estamos los mexicanos que, aún desarticuladamente, nos manifestamos por la cauda de agravios que el régimen nos propina un día sí y otro también; con la vieja clase política del PRI, del PAN y del sector vendido del PRD maniobrando para mantener el modelo de oprobio vigente, buscando alianzas o coaliciones que garanticen la inmovilidad y la indignación.
Los magnates, encabezados por el priísta Miguel Alemán, se reúnen para expresar su reclamo de apertura de más negocios (ojo: negocios, que no empresas productivas) particularmente en el ramo energético. Otra vez la burra al trigo, sumados Caderón y Peña Nieto con la propuesta de acabar de desmantelar la industria petrolera nacional en pos de una supuesta modernización. Se escudan en una malinterpretada proposición de Lula para armar una asociación estratégica de Pemex con Petrobras para operar en exterior y en el área de la investigación tecnológica. Nada más.
Mientras, los neoliberales europeos se atascan en su laberinto de estados fallidos y en sus guerras de reconquista en el norte de África y el asesinato vil de Kadafi.
No tengo duda, el Movimiento para la Regeneración Nacional (MORENA) es la alternativa a la verdadera modernidad, esa que reivindica el derecho del pueblo a la felicidad.
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