El monumental impacto en el movimiento obrero y de masas que tuvo el triunfo revolucionario en Rusia, señaló un poderoso cambio de rumbo y puso a la burguesía mundial a la defensiva y bajo alarma (tal como sucediera en 1871 desde las trincheras de París). Ya antes, en 1917, el Partido Bolchevique (luego Partido Comunista), había establecido el primer y único Estado obrero democrático del mundo, basado en los cuatro principios definidos por Lenin: funcionarios electos y sujetos a revocabilidad y con el salario medio de un trabajador cualificado, no debía haber un ejército permanente sino un pueblo armado, y no debía haber burocracia, sino rotación de responsabilidad para tareas administrativas a cargo de toda la sociedad. A pesar de los años de la Primera Guerra Mundial, de la guerra civil y del hambre, este naciente Estado obrero sobrevivió. Pero el atraso económico de Rusia y la derrota, de las revoluciones en países más industrializados la habían dejado aislada y débil. Una capa de granjeros ricos, funcionarios y arribistas ganaron posiciones cada vez más importantes en el Partido Comunista, mientras que Stalin proveyó de ubicaciones y prebendas a todo oportunista que estuviera dispuesto a apoyarlo políticamente. En 1924 fue que Stalin da a conocer su “teoría del socialismo en un solo país”, reflejando los intereses de la burocracia que quería alejarse del torbellino de la revolución y consolidar su posición dominante en la sociedad. Con cada golpe desmoralizador contra la revolución mundial, la burocracia ganaba fortaleza y confianza. Durante los siguientes años, la totalidad del aparato, tanto del partido como del Estado, fue purgado de cualquier oposición. Trotsky describió este período como Thermidor, similar al período de reacción que siguió a la Revolución Francesa de 1789. Una contrarrevolución se estaba produciendo y ya en la década del 30 se convirtió en una lucha a muerte: Stalin concentró poder absoluto, toda la burocracia estaba bajo su directo control y la sola existencia del bolchevismo como expresión del programa y la tradición revolucionaria encarnada en Trotsky, era para el estalinismo una amenaza. Frente a esto, se embarcó en los Juicios de Moscú, tratando de borrar cualquier oposición. Desde ese momento en adelante, la burocracia consolidó su posición y jugó un papel abiertamente contrarrevolucionario. Stalin entonces giró hacia la táctica del “Frente Popular”, una alianza oportunista de los partidos obreros con los partidos burgueses liberales en contra del fascismo, así como acuerdos diplomáticos con las diferentes potencias imperialistas. Igualmente, el estallido de la Revolución Española en 1936 aterró a la burocracia. Una revolución exitosa en España constituía un peligro mortal, ya que serviría para reavivar y entusiasmar a la clase trabajadora rusa. No es ningún accidente que los infames montajes de los Juicios de Moscú empezaran ese mismo año, en el que todos los viejos bolcheviques fueron arrestados y fusilados bajo cargos espúreos, por estar involucrados, según los estalinistas, en un plan trotskista “contra-revolucionario” para derrocar a la Unión Soviética y repartirse a Rusia entre los fascistas y los imperialistas.
Entretanto, Stalin desarrolló una serie de planes quinquenales que hicieron posible el desarrollo acelerado de su economía (aunque a costa de la población sacrificada y completamente proletarizada). Se dieron grandes avances en muchos sectores, especialmente en el del hierro y el acero, y algunos historiadores de la economía creen que fue el más rápido crecimiento económico que haya tenido lugar en la historia. A causa del prestigio e influencia de la Revolución en Rusia, muchos países que durante el siglo XX buscaron un modelo alternativo al sistema de mercado siguieron sus pasos, tanto política como económicamente.
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