“Que el fraude electoral jamás se olvide. Ni tampoco los miles de muertos inocentes.”

¿Cancelar las elecciones?

Durante los últimos cinco años hemos sido testigos del carácter atrabiliario y obstinado de Felipe Calderón. Lo mostró desde la campaña electoral, lo confirmó con el fraude “haiga sido como haiga sido”  y lo ratifica cotidianamente en el ejercicio espurio de la presidencia mediante la casi totalidad de sus actos, entre los que sobresalen su fallida guerra contra el crimen organizado, su irreflexiva lealtad al modelo neoliberal, su desdén por los trabajadores y su abyecta subordinación a la Casa Blanca, entre otros. De unos meses a la fecha ha venido mostrando ese carácter enfocado al proceso electoral del próximo año, renuente a aceptar que tendrá que entregar la presidencia (que se robó) a alguno de sus adversarios, dada la debacle de su partido y de sus candidatos, producto del fracaso de su desgobierno. El tema ha llamado la atención de múltiples analistas que temen que se registre alguna maniobra que obligue a cancelar las elecciones, de manera que le permita mantener el poder bajo su control.

     Se dice que la violencia desatada en gran parte del territorio nacional hace peligrar el proceso electoral; incluso se menciona que existe el riesgo de que los delincuentes se infiltren en los partidos y que surjan autoridades pertenecientes a uno u otro cártel criminal. Aquí habría que anotar que siempre ha quedado la sospecha de que la famosa guerra contra el narco sea sólo un ardid para justificar los atropellos a la democracia, lo que hace que no sea tan descabellado  suponer la intencionalidad del peligro advertido.

     En su campaña discursiva para poner en duda la viabilidad de las elecciones, después de que se confirmó la derrota de su hermana en Michoacán, el hermano pequeño reclama que la gente fue conminada por los malandrines para votar por el PRI (se refiere a los malandrines de la droga, los de Oportunidades tienen licencia). También en esa entidad ya había soltado el borrego de un acuerdo entre los partidos para designar un candidato único, como para tantear la viabilidad de su proyecto de anular la elección.

     En este oscuro panorama aparecen sombras aún más oscuras. Un ciudadano que se autoerige como la voz de los ciudadanos, se atreve a exigir que se cancele el proceso electoral para dar lugar a un gobierno de unidad nacional que termine con la violencia y la inseguridad, denostando a los políticos que andan de campaña cuando el país se está ahogando entre miles de muertos y desaparecidos. Es la propuesta formal de Javier Sicilia, el poeta de los escapularios y los besos. La propuesta no es nueva; desde el inicio de su movimiento lo había dicho, muchos lo interpretamos como una forma de crítica a la clase política, pero ahora lo plantea como la única alternativa posible para el país. Me pregunto si sabe Sicilia lo que dice y si lo cree factible o, en su defecto, si sólo se trata de armar el argumento para justificar su convocatoria al voto nulo, aunque con ello contribuyera al triunfo del iletrado represor de Atenco, en desprecio de la esperanza de la sociedad agraviada de lograr un cambio profundo de la realidad.

     Cuánto lamento que el poeta de la palabra amorosa haya irrumpido en el quehacer político, tan ajeno a sus inclinaciones intelectuales, y que dedique su respetada sabiduría al odio; que bese a Calderón y le regale sus amuletos, como si fuera sólo otra víctima de la violencia y no su principal causante, mientras que señala con dedo flamígero a López Orador acusándolo de ser un falso promotor del amor al prójimo; en su concepto, la política es  incompatible con el amor,  niega la existencia de seres cuya vocación es el servir a los demás y la política como instrumento excelente para ejercer dicha vocación. Con tales prejuicios se abona fatalmente a la vigencia de los falsos políticos, simples ambiciosos del poder para su beneficio.

     Estoy cierto, porque lo conozco, de la honestidad intelectual de Sicilia, como también lo estoy de que está muy equivocado. No comparto la opinión de quienes pretenden encasillarlo como un actor con intereses ocultos. La equivocación estriba en que con su actuación sólo ha resultado funcional en beneficio del régimen de la violencia y la inseguridad, contra el que se enfila su movimiento. La emergencia nacional requiere de la  suma de las voluntades en torno al objetivo de la paz y la justicia. Démonos entre todos la oportunidad de reconstruir y hacer progresar al país, sin caer en el juego de quienes preferirían que las cosas sigan como están.

 gerdez999@yahoo.com.mx    

       


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Gerardo Fernández Casanova


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