Con gran esmero la burguesía ha perfeccionado una legión mundial uniformada ideológicamente con los más preclaros valores decadentes del capitalismo: Los “vividores”. Su trabajo es vivir del trabajo de otros, su placer es contar en silencio el número de víctimas a las que han saqueado algo, de algún modo: Una cena, un préstamo, un contrato, una recomendación, un libro, un empleo… un billetito. Los límites no existen y operan, individualmente o en grupo, siempre y cuando, a ese grupo, se le pueda sacar algo. Aunque sea un halago a su arte de vividor. Los tenemos por todas partes. Alertas. Su arte mayor es disfrazarse de corderos.
No pocas veces el talento organizativo de los “vividores” los conduce a gobernar países o a infiltrarse en esferas directivas clave. En algunos lugares se hacen llamar “monarcas”, en otras partes se dicen “excelencia”, “presidente”, “ministro”, “asesor”… la escala puede ser a nivel de compadres, de amigos, de vecinos, de familias o de matrimonios. No hay fronteras, no hay límites de edad ni freno a las ambiciones de un vividor amateur o profesional, hombre o mujer.
Es posible rastrear la Historia y obra de los “vividores” incluso a través de las artes. Los “vividores” se han hecho retratar, dibujar, esculpir… hay efigies, monedas, billetes y literatura plagadas con las andanzas épicas, líricas y dramáticas de “Grandes Vividores” capaces de acabar con la vida, las riquezas, las energías y la paciencia de pueblos, comunidades o individuos… minuto a minuto. Algunos lo definen como síndrome de vampirismo o complejo de Drácula. En su acenso la burguesía compendió todas las habilidades de los “vividores” y las perfeccionó. Su obra maestra se llama plusvalía pero sus destrezas se expanden a todas las esferas de las relaciones sociales expresándose claramente en la lucha de clases y en la creación del proletariado, masa inmensa de la que toda la burguesía chupa incesantemente para poder sobrevivir. El vividor es un parásito. Desarrollaron su ética y su estética, su política, su poética, su moral y su economía. Y nos la imponen. Ahora están de moda las series televisivas de vampiros. ¿Será una epifanía burguesa?
Nadie está a salvo de contaminarse con los efluvios depredadores de los “vividores”. Al fin y al cabo son paradigma de “la vida fácil”, de la vida regalada, del mundo del disfrute pagado por el trabajo de los demás… en suma son un emblema del individualismo, de la egolatría y del tufo de superioridad de clase que les hace creer que son “más listos” que todos los demás y que, por eso, se merecen el premio de vivir a las costillas de otros. Son una plaga y son una náusea. Forman, a diestras y siniestras, partidos políticos, iglesias, asociaciones, colegios, agencias de publicidad, claustros y academias. Crean escuelas enteras, poseen pedagogía y didáctica desde sus casas, en las sobremesas, en los cálidos consejos familiares o en las reuniones directivas de las empresas… tienen grados y tienen especialidades, tienen premios y tienen canonjías y prebendas que, ¡por supuesto!, se pagan con lo que le sacan a los que de verdad trabajan, a los pueblos, a la clase trabajadores, esté donde esté.
Son insaciables, reproducen en escala individualista la lógica de la acumulación capitalista y el colmo de su moral es que se sienten ejemplo y triunfo de la escala de los valores burgueses. Por eso muchos “vividores” estampan sus nombres y sus firmas en empresas, burocracias, bancos, latifundios e iglesias… por eso se hacen adorar en ceremonias de usura desaforada, por eso fundan bolsas de valores, economías financieras y fondos monetarios. Por eso los “vividores” fabricaron siervos imitadores (“vividores” también) y los pusieron a gerenciar gobiernos cuyas tareas centrales son, claro, generar fondos para el salvataje permanente de sus amos “vividores” multinacionales. Negocio redondo.
Hay una lista larga de razones por las cuales los “vividores” se sienten intocables. Una de las más absurdas, pero más publicitadas, es que ellos son un símbolo, casi secreto, que sirve para representar la complejidad de una conducta paradigmática del capitalismo, un ser y modo de ser que encarna directamente toda la ideología de la clase dominante volviéndola, con artimañas de todo género, valor supremo, verdad absoluta, ejemplo totalizante a seguir con disciplina y como dogma irrefutable de un sistema en el que la fuerza productiva de la clase trabajadora se aliena y reduce a botín de “vivos”. Garantizan la bravura de su viveza con fuerzas represivas para el cuerpo y para la conciencia. Para eso inventaron, entre otras cosas, buena parte de la industria del “espectáculo”, del “entretenimiento” y de la “educación”. Eso será hasta que el proletariado decida “tomar el cielo por asalto”, inicie de verdad, la Historia humana, deje atrás toda división de clases y ponga en orden el mundo entero. Esta vez ya sin “vividores”.