Víctor Valera Mora
Con Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, la revolución cubana desbarató mitos, prejuicios y pronósticos que le daban muy poca probabilidad. Y es que resistir 50 años de bloqueo económico, político y cultural, aparte de ser una hazaña multitudinaria, es una lección para todos los rincones del mundo. Advirtamos a los “progresistas” que adoran criticar esta revolución pero que obvian las políticas imperialistas de incesante bloqueo y ataque, que las deudas que ella tiene no pueden ser ignoradas de las políticas desestabilizadoras norteamericanas y su demoledor impacto. Sin embargo y luego de 50 años, encontramos a Cuba mostrando orgullosa sus muy buenos índices de desarrollo social, que no son una obviedad, sobre todo si recordamos como es que la isla estuvo rodeada de la hostilidad internacional y el puro asolamiento a su lado. Nosotros, humildemente, renovamos nuestros votos por Cuba y los nuevos desafíos de su revolución. Y ya Fidel y Raúl Castro lo han dicho, estos desafíos reclaman respuestas innovadoras pero “para nada significa caer en el error histórico de creer que con métodos capitalistas se puede avanzar en el socialismo”,
Hay una pregunta, espeluznante, que nos ronda: si la revolución cubana hubiese sucumbido, ¿qué habría sido de Latinoamérica toda? Radicalmente diferente. Lo imperdonable para los poderosos, el pueblo cubano, el último en independizarse y el primero en ser libre en nuestro continente, es el inspirador, o el incendiario, fue, en palabras de Atilio Boron, el “fuego emancipador” quien escribe: “Sin el fuego emancipador preservado heroicamente por Cuba durante medio siglo los pueblos de las Américas difícilmente habrían tenido la inspiración y la audacia para resistir la renovada opresión de que eran objeto y para rebelarse en contra del imperio y sus lugartenientes locales. Fue su vibrante ejemplo el que incendió la pradera de América Latina en los años sesenta, lo que alimentó las grandes movilizaciones que impulsaron el ascenso de la Unidad Popular en Chile y el triunfo de Héctor Cámpora en la Argentina. Fue su ejemplo el que abrió el espacio para el giro radical de Juan Velasco Alvarado en el Perú y para la instauración de la Asamblea Popular y el gobierno de Juan José Torres en Bolivia; fue el rotundo mentís que Cuba le propinó al fatalismo y al inmovilismo lo que nutrió la insurgencia constitucionalista del coronel Francisco Caamaño Deñó en la República Dominicana ultrajada por el invasor yanqui.
Fue la inconmovible lealtad y solidaridad de Cuba con todos los pueblos en lucha lo que hizo posible resistir las atrocidades de las dictaduras que asolaron la región en los años setenta y, entre tantas otras cosas, asegurar el triunfo del Sandinismo en Nicaragua y, con el sacrificio de sus hijas e hijos derrotar al apartheid sudafricano y garantizar la independencia de Angola”. A partir de allí, de nuestra amada Cuba en Latinoamérica otra historia se reconstruye. La que camina abajo y a la izquierda anticapitalista. La que levanta una nueva Torre de Babel, no sólo para desafiar al dios omnipotente del dinero y hacerse espacio y respeto en sus diferencias. La que tiene el moreno rostro de los pueblos originarios y las manos de quienes echan a andar las ruedas de la historia con minúsculos pies de mujeres. Y con la palabra insurrecta del camarada Che. La del sudor amargo de los cuerpos de obreros y campesinos. Podrán trucar calendarios y geografías, pero el mañana que parirá esta tierra de Latinoamérica no será patrimonio de democracia vacía de pueblo. Por el contrario, será obra de pueblos irredentos que no se conformarán con disparar a los relojes para detener el tiempo de la conquista de su libertad.
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