“Que el fraude electoral jamás se olvide.
Ni tampoco los miles de muertos inocentes.”
Parece que el discurso de moda en el mundo es el de la austeridad gubernamental. Austeridad es la exigencia del Fondo Monetario Internacional y de las agencias financieras europeas, dirigida a las naciones del viejo continente que enfrentan severas crisis de insolvencia, particularmente Grecia, Portugal, España e Italia, pero que apunta hacia la generalización continental y mundial. En los Estados Unidos, los republicanos exigen austeridad y acotan al demócrata Obama. Austeridad ha sido la receta aplicada por la nefasta administración pública mexicana. En general, los gobiernos de la derecha neoliberal se forman en las filas de los austeros. Por su parte, la izquierda también postula la austeridad como norma de aplicación a la administración pública. En México AMLO es campeón en cuanto al discurso que la postula y reclama. Pareciera increíble.
Pero hay de austeridades a austeridades. La de la derecha global se aplica como recortes al gasto público destinado al bienestar social: salud, alimentación, educación y cultura, en tanto que derrocha recursos públicos en el pago de deudas de origen artificial, rescates de negocios privados con dinero público, elevados bonos y salarios a burócratas y directivos bancarios ineficientes o ladrones; en Grecia y en Italia hasta se dieron el lujo de imponer a sendos tecnócratas para instrumentar el recortadero. En México todas esas cosas ocurren bajo la dirección de un “estadista global” galardonado en la cueva de Alibabá mundial con sede en Davos. O sea que, como de costumbre, los costos de los errores de los financieros privados y públicos sean pagados por quienes no tienen capacidad de escudarse en “los mercados” ni de chantajear con los retiros de capitales: los jodidos, que en todo el mundo abundan. No es pues de extrañar la respuesta social a tales agravios; los indignados y los ocupas son movilizaciones de protesta ante el atropello a los derechos mínimos al bienestar conculcados por las medidas de austeridad impuestas. En las ciudades mexicanas no pasa un día sin que se registren manifestaciones, cierre de vialidades, tomas de oficinas públicas y demás formas de expresión del descontento social acumulado.
Por su parte, del lado de los progresistas se postula la austeridad republicana para acabar con los regímenes de privilegios a las grandes empresas transnacionales y a los salarios exorbitantes de la alta burocracia, siempre acompañados por el dispendio y la corrupción. Se trata de que los recursos presupuestales –que son dineros del pueblo- se apliquen en el bienestar de la población, a través de los programas de salud, nutrición, educación, vivienda, cultura y pensiones; en la obra pública de infraestructura generadora de empleo e impulsora de la actividad productiva. Es un asunto de justicia, pero no nada más de justicia se trata, sino de regenerar el círculo virtuoso del crecimiento de la demanda interna que arrastra al fortalecimiento de la actividad productiva y que, si es sustentable y respetuoso de la naturaleza, genera y distribuye la riqueza. No es extraño que tal proyecto sume el apoyo de los verdaderos empresarios nacionales.
El proyecto neoliberal estimula la competencia, pero la concibe como aquella que busca atraer las inversiones del capital internacional a base de ofrecer los menores costos fiscales, laborales, ambientales y de recursos naturales para, con ello, montar instalaciones productivas para exportar a los mercados de los países más ricos. El modelo progresista aspira a un estado que combata a los monopolios pero que, más que competitivo, sea esencialmente competente para cumplir su función proveedora del bienestar de la sociedad; no se ignora el beneficio de la inversión, incluso foránea, siempre que concurra positivamente al progreso general sin privilegios.
Así se contempla en el Nuevo Proyecto de Nación y sustancia la oferta política de Andrés Manuel López Obrador en la contienda por la presidencia de la república, quien va hilando fino para sumar grupos y sectores. Saludo la adhesión de Cuauhtémoc Cárdenas, que me hizo recordar con emoción a Heberto Castillo, y la del Sindicato Mexicano de Electricistas, baluarte de la resistencia contra la ignominia neoliberal. El proyecto es incluyente por razón de que, a contrapelo de las exigencias de los que sólo buscan privilegios, se opta por la apertura de las compuertas de las fuerzas productivas para progresar.
gerdez999@yahoo.com.mx