Apegado como soy a las formas democráticas en boga, atendí la recomendación de varios amables lectores en el sentido de eliminar el lema “que el fraude electoral jamás se olvide”, en términos de evitar su interpretación como afán de revancha. La prestigiada firma Mito & Cía. aplicó la correspondiente encuesta y a sus resultados me someto. Perdí. Sólo me queda esperar que la organización electoral alcanzada evite que se repita el agravio. Ojalá jamás se olvide. Cumplido el trámite me avoco a desahogar el tema.
¿A qué vino Biden? Sencillamente a recordarnos que el imperio es el imperio y no admite desviaciones. ¿A qué fueron los candidatos? Dos fueron a darle la garantía de que México seguirá uncido a los intereses de la seguridad nacional de los Estados Unidos y, el tercero, a iniciar una negociación en que la seguridad de ambas naciones depende de que acá impere la justicia y se logre el bienestar de la población. Mientras que la panista y el priísta ofrecieron mantener la lucha armada contra la delincuencia organizada y el narcotráfico, López Obrador plantea una relación respetuosa en la que, en vez de la cooperación militar, se produzca una eficaz colaboración para la regeneración nacional.
Este es un asunto toral. Muchos opinan que AMLO nunca debió acudir a la convocatoria del vicepresidente de los Estados Unidos que, ciertamente, nada tiene que decir respecto de lo que los mexicanos tenemos que decidir sin intervención extranjera alguna. Es verdad, pero resulta que para nuestra desgracia tenemos una frontera común de 3 mil kilómetros y una retahíla de tratados y convenios que imbrican ambas economías, además una asimétrica relación política. El gobierno de la Regeneración Nacional tendrá un muy largo trecho de negociaciones que realizar con el gobierno del vecino que, necesaria y convenientemente tendrán que conducirse por los canales de la diplomacia, en los que los únicos apoyos válidos serán la legitimidad, la honestidad del gobernante y el respaldo popular. La soberanía es una facultad que se forja en el respeto a la voluntad popular y se fortalece ejerciéndola con veracidad y respeto a los demás. Lo cortés no quita lo valiente.
Los desafíos que implica la concreción del Nuevo Proyecto de Nación hacen que la relación con el vecino del norte sea especialmente esmerada. De nada serviría, por ejemplo, decretar unilateralmente la cancelación del capítulo agropecuario del TLC por más dañino que sea, si en represalia se produce un embargo de suministros necesarios para el país. De nada servirían los desplantes inflamados de patriotismo si, a fin de cuentas tendremos que sentarnos en una mesa a negociar en términos de mutuo respeto, que no abyección. No será sencillo racionalizar las exportaciones de petróleo crudo conforme al interés nacional, cuando Washington lo incluye dentro del esquema de su seguridad energética. Tampoco será fácil conducir una política soberana en el combate a la delincuencia, cuando su diseño actual resulta funcional a los intereses gringos. Igual sucede con el trato a los migrantes mexicanos en suelo de aquel país. Es toda una maraña de asuntos que tocan a la relación bilateral que o se llevan por los cauces diplomáticos o no tendrán posibilidad de solución.
La presencia de Andrés Manuel en la reunión con Biden y los planteamientos formulados en la misma, se apegan a la propuesta de gobierno en su capítulo de relación con el exterior, que no se agota en la relación con los Estados Unidos sino que postula un reforzamiento de la relación con América Latina y con el mundo en general, incluso para que la solidaridad mundial contribuya a un mejor equilibrio en la asimétrica relación bilateral.
La lucha tendrá que ser intensa. La regeneración nacional pasa necesariamente por una relación de mutuo respeto con Washington, más vale comenzarla y llevarla por las buenas, por lo menos mientras la fortaleza del imperio dure.