Chávez y la caída de Fernando Lugo

I

Tengo un amigo paraguayo (de esos nuevos, virtuales) que me escribe al correo desde hace unos tantos años.  Empezó celebrando la victoria del cura Fernando Lugo como un evento justo en un país donde la derecha manda como le viene en gana, así como lo hace en Colombia, México, Perú y tantos otros países donde es difícil imaginarse el reconocimiento de una posibilidad de la izquierda.

Con el tiempo sus mensajes se hicieron monótonos, pero con un giro sorprendente hacia el final, poco antes de la caída de Lugo.  De pronto la emoción celebrante respecto del Lugo profanador de continuidades empezó a enturbiarse, a hacerse guabinosa.

Desde que el cura recibiera la propuesta política de “patria grande” de Venezuela, esto es, la doctrina bolivariana, la integración, en concreto el ingreso de Venezuela al MERCOSUR, pero también la probabilidad de “contagio” izquierdista, la cosa empezó a cambiar.

Los correos de mi amigo empezaron pronto a recelar de Lugo como mandatario sincero respecto de su homólogo Hugo Chávez.  Del recelo pasaron a la condena, hasta la final denuncia.

Últimamente me llegaban escritos que pintaban a un Lugo molesto por no poder evadir en las cumbres la interacción con Hugo Chávez, quien molestamente parecía “contaminarlo” con su aureola comunista.  Mi amigo me describía a un Lugo presionado, asimilado al status quo, ansioso de pasarla lo más tranquilo posible en el poder, sin padecer esas “infecciones” a que le obligaba su trabajo como Jefe de Estado.  Hugo Chávez sólo le traía intranquilidad a su flemática vida.

A la par, me hablaba de la suntuosidad y voluptuosidad del primer mandatario, ilustrándome el correo con una fotografía de un Lugo en un jacuzzi, rodeado de bebidas, comidas y otros detalles delatores de la “buena vida”.  Y así por el estilo, entre significancias y sutilidades.

El colmo llegó con la información de que Lugo, después de una de esas reuniones donde tuvo que departir con Venezuela y su satanizado presidente, prohibió hablar de Hugo Chávez en sus aposentos presidenciales. 

II

Hoy Fernando Lugo es ex presidente.  Lo sacaron los golpistas del poder, barriéndolo en un juicio sumarial, como se le hace a cualquiera sin funciones de Estado.

De nada valió que lo hubieran elegido millones de paraguayos:  su condición de presidente fue finiquitada por un cónclave legislativo que amontona a las fuerzas vivas del viejo militarismo en Paraguay.  Alfredo Stroessner y el Partido Colorado están más vivos que nunca, y su salud se hizo justamente notoria con la aplicación de ese apartado constitucional hecho a la medida para expurgar presidentes incómodos.  La derecha manda como monarquía en esa apreciada nación guaraní.

Lugo sale por inepto, según derecha paraguaya, por tener responsabilidad en una acción de especificidad policial.  Ya su figura había sido zarandeada con líos de faldas, hijos no reconocidos, etc., atributos nada en comunión con su ejercicio eclesiástico.  Se dice que el evento que lo saca, la masacre de Curuguaty, fue una exitosa celada montada por la derecha política paraguaya al mismo tenor que los hechos del 11 de abril de 2002 en Venezuela para defenestrar a Hugo Chávez. 

III

Pero, por supuesto, lo anterior dicho con las distancias guardadas.  Lugo es un cura que llega a presidente y Chávez un monaguillo.  Sacerdote en ejercicio uno, finalmente militar el otro.  Uno en las alturas de los poderes y la curia, el otro al ras del pueblo.  En fin:  uno depuesto como si nada, el otro repuesto por el pueblo en sus funciones.

No salió el pueblo paraguayo a hacer valer a su presidente elegido, como en Venezuela, cuya presencia en las calles pusieron en fuga a los golpistas.  De forma que nos toca razonar que hay presidentes elegidos por el pueblo, pero, a la final, sin pueblo efectivo que lo ampare.  Háblese de Salvador Allende emblemáticamente, el único presidente comunista del mundo que llega al poder mediante elecciones, asesinado vilmente, como es la historia.

Dígase que Hugo Chávez no tenía con él en un principio a un pueblo estructurado y debidamente aleccionado para su defensa y sostenimiento en el poder.  Dígase que fue fortuito si se quiere, que su mejor armamento fue el cansancio de la población respecto de los cincuenta años de dictadura democrática del cónclave adeco-copeyano.  Pero la gente salió a las calles a reponerlo decididamente, lo que no se vio en Paraguay.  Es el hecho. 

IV

Ante el zarpazo del conservadurismo golpista, la protesta de la gente en la calle no fue suficiente.  No tuvo la fuerza necesaria para mover el teclado militarista, que al final es quien pone y repone, apoya o expulsa la figura central del poder.  Hasta se corre la especie de la inutilidad de la reunión del Canciller de Venezuela con el mando militar paraguayo, quien permaneció inamovible en su posición de dejar sin efecto la reposición de Fernando Lugo en la presidencia.

Porque ─hay que decirlo, sin ofender, siendo realista─ setenta años de dictadura en Paraguay no es poca cosa, no pasan así como si nada.  El pueblo se acostumbró a obedecer, a considerar su temor una institución, a tener como guía a un dictador, a olvidar el ejercicio del libre albedrío.  Después de setenta años de expolio y sometimiento, esperar a que la gente saliera en motín a reponer a un presidente, lucía hasta quimérico.

Dos conclusiones se acarrean:  (1) ante el omnímodo poder de la derecha política en el Paraguay, la izquierda apenas es una brizna, sin tiempo de sedimentación, menos aun con posibilidad de reacción.  En cuatro años de mando de Lugo, no pareció gestarse ningún estructuramiento de contingencia a la eventualidad usurpadora de la derecha.  Así puede decirse, como de México, Colombia, Perú y otras monarquías por allí, que la democracia es un asunto cuesta arriba en Paraguay.  El pueblo y su gobierno, después de una interrupción de cuatro años apenas, sigue con su dictadura de siempre, ahora institucionalizada.  ¡Y punto, carajo!

(2) Del pueblo venezolano se dirá también que se había acostumbrado a la obediencia ciega.  Vivió un yugo de cincuenta años de bipartidismo, del que ya lleva más de una década librado.  Solo que hubo una diferencia, y nadie razona con esto que hay un pueblo mejor que otro:  el candidato Hugo Chávez, a diferencia de Fernando Lugo, irrumpió en el panorama político con una propuesta de demolición, lo que preparó a sus huestes populares hacia una mentalidad de cambio,  de arremolinamiento efectivo en torno.  Su juramento durante la asunción de la presidencia es más que significativo:  allí calificó de “moribunda” a la Constitución venezolana, invitación, sin duda, a iniciar un proceso de demolición de viejas estructuras que ameritaba “ajustarse los pantalones”.  Su discurso lo perfiló de modo fundamental y “cocinó” voluntades. 

V

Lugo, como sabemos, es un cura.  Su lenguaje no podía desprenderse de lo institucional para invitar a nadie a demoler nada.  Y no se dice con ello que hay que ser un Satán para llegar al poder, como califican a Chávez; pero hay que convenir en que la aureola de santón es una severa limitación política para concitar el cambio en su país, dicho esto con las debidas restricciones que dan los poquísimos (aunque contundentes) ejemplos históricos:  Jesús de Nazaret, Gandhi, etc.  Al final, su flema y condición parroquial, icónicamente pacífica, lo hizo susceptible al arrase que precisamente le acaban de aplicar sus verdugos.

Tampoco vendrá a decirse que es un hombre de izquierda por… no comulgar con la derecha.  No existe la izquierda si no hay un trabajo de adecentamiento y estructuramiento popular, porque ser de izquierda es un hecho de aprendizaje y toma de conciencia, rasgo que la diferencia de la derecha política, por excelencia capitalista y neoliberal, escuela de la vida donde privan espontaneidades animalescas como el egoísmo, el personalismo y la esclavitud del hombre por el hombre, eternos motores de dominio encendidos sobre la humanidad.  La izquierda siempre reconvendrá el modo brutal de la vida humana y connotará utopías de humanismo.

La circunstancia histórica de encabezar una ruptura del continuismo colorado en Paraguay hizo que lo apoyasen, lógicamente, los brotes de socialismo que pudiera haber en el país.

No hay que documentar gran cosa este aserto de la inexistencia:  los hechos recientes ya hablaron con lujo de detalles.  

VI

Para muestra un botón:  Lugo anda por allí, destituido y sin pueblo, sin ánimo de retomar nada, como se corresponde con una figura de lo institucional que jamás atentará contra si misma.  Como si fuera una paisaje más del decorado fascista e impune de su país.  Se dice que cuando lo defenestraron aceptó sin chistar y que, cuando se le reconvino su actitud, se escudó detrás de la loable excusa de evitar un “baño de sangre”.  Cero protesta contra las patadas de los patanes.

Se dice, también, que el poco amago que hizo para reconquistar el poder se debió a una llamada que le hiciera el presidente Hugo Chávez, quien le hizo ver el mundo de sanciones y aislamiento que les sobrevendría a los golpistas de continuar con sus propósitos de usurpación.

Sabemos que el evento Lugo llegó al MERCOSUR y a la UNASUR, de donde su país fue suspendido hasta la realización de nuevas elecciones en 2013.  Pero también sabemos que el tal evento o efecto Lugo murió allí sin pena ni gloría, en Mendoza, Argentina, en los predio de la solidaridad de los demás países, quienes a la final tomaron su sugerencia de no sancionar con más fuerza al gobierno de Paraguay por lo que de castigo comportaba sobre el pueblo.

El mismo Lugo pintó la felicidad del golpismo paraguayo cuando declaró que no había posibilidad de que volviese al poder, como sea refrendando la institucionalidad fascista de su país.  Y por ello no es casual que los mismos perpetradores de su desalojo lo invitasen a que pidiera a sus vecinos países el ablandamiento de las sanciones.  Toda una historia de pena.

A tal punto llegó la actitud de concesión de Fernando Lugo con sus victimarios que hubo un momento en que los presidentes que lo defendían dieron la impresión de hacerlo en contra de su voluntad.  Como si el cura inaugurara con su vicisitud un no visto síndrome de Estocolmo presidencial... 

VII

La caída de Lugo es una lección para su persona mellada metida en política.  Él sólo es el responsable de su propia caída y, más allá, del daño moral e institucional acarreado a su país.  Siendo él gobierno, la derecha volvió al poder sobre su continente y humanidad.  De modo impune.  Sin objeción.  El fascismo siempre ha estado allí, libre de culpas desde el momento en que todo el mundo conviene en que es culpable de nacimiento, y valga el galimatías. 

Su actitud de ir entre dos aguas ─cual un novedoso Moisés de la política latinoamericana─, coqueteando con los fascistas de siempre en el Paraguay y haciendo mohines de rechazo a la amistad del ícono ideológico contrario, Hugo Chávez, no le dieron la razón al final del camino, mismo que no pudo ni siquiera terminar de recorrer.  Al final del cuento, los golpistas lo sacan del poder y su soterradamente rechazado Hugo Chávez es quien le orquesta el apoyo institucional continental o, lo que es lo mismo, el repudio institucional latinoamericano al golpismo (ALBA, UNASUR), por supuesto, sin desdecir de las posiciones dignas de los presidentes de Bolivia, Argentina, Ecuador, Brasil, etc.

Para un político, representar a un pueblo ha de ser un asunto de seria responsabilidad, de vida o muerte si se quiere, dado que millones de personas se juegan su existencia política en el apoyo que le confieren.  La ambigüedad de jugar con el agua y el fuego al mismo tiempo ni refresca ni germina en retribución el amor recibido por parte del pueblo.  Y este cuento como que demuestra que no se puede ser presidente por el hecho de dejar de ser cura durante un lustro; teniendo como colmo que, después del ejercicio público, se vuelva tranquilamente a la curia, con la venia del Vaticano.  La política así luce truncada, a media máquina, a medio amor aunque se sea cura, en nada justa ni recíproca respecto del destino y entrega que los pueblos depositan en sus elegidos.

Al final, triunfalmente, los golpistas desnudaron el quid del asunto:  declaran que con la defenestración “institucional” de Lugo salvan al Paraguay de la senda comunista que representa Hugo Chávez, sí, ése mismo con el que el expulsado jamás quiso sincerarse abiertamente por el cuido de conservar lo que a la final, inexorablemente, perdió.  Como si pudiera decirse, como reza el refranero en Venezuela, que lo que es del cura va para la Iglesia, refiriéndonos al poder como valija y a la Iglesia como destinatario institucional de la derecha política.

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Oscar J. Camero

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental. Animal Político https://zoopolitico.blogspot.com/

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