La dorada medalla olímpica al cuello de los jóvenes futbolistas mexicanos, además de una gran alegría, me confirmó la certeza de que los mexicanos somos capaces para hacer frente a los retos y alcanzar resultados satisfactorios. Celebro con orgullo que el talento y el esfuerzo de los muchachos y de sus entrenadores se haya visto coronado con el campeonato olímpico. El futbol, sea el comercialmente manipulado o el llanero voluntariosamente organizado, ha llegado a ocupar un lugar preponderante de la cultura nacional, por lo que la medalla olímpica nos la hemos colocado muchos haciendo a un lado momentáneo los avatares de la crisis general que padecemos; el acostumbrado ¡perdieron! fue reemplazado por un sonoro ¡ganamos! y un vigoroso alarido de ¡sí se puede! Vale la experiencia y la inyección de entusiasmo cuando más lo necesitamos.
Pasó el afortunado tiempo olímpico y terminó el período vacacional. La cruda realidad vuelve por sus fueros con ominosos augurios para el futuro inmediato. Todo indica que quienes mandan no han sido capaces de ver más allá de la punta de la nariz y se empecinan en sostener el error y el horror de imponer a un presidente repudiado e incapaz. El Tribunal Electoral de la Federación no da visos de actuar a la altura que las circunstancias demandan; los actores políticos se encierran en sus capillas y no ha habido quien ofrezca una luz hacia una solución honestamente negociada. Se forcejea a la orilla del abismo y no hay quien silbe el fuera de lugar; el despeñadero es el destino más probable. Hace falta que alguien decrete un tiempo fuera para destrabar la contienda y llevarla a un mejor terreno, sin ventaja para nadie pero sin riesgo para todos. Sería ese el papel histórico de los magistrados electorales y de la comunidad pensante. Todavía hay tiempo de que reflexionen y den el paso adelante para resolver, de una vez por todas, el conflicto que nos tiene divididos a los mexicanos y que impide contemplar el futuro con mayor seguridad.
Por carriles distintos se acercan condiciones de enorme dificultad. La naturaleza está pasando la factura por la depredación y hoy se manifiesta en una drástica reducción en la disponibilidad de alimentos, hambruna pues. Las evidencias de la inoperancia del modelo económico neoliberal suben de tono ante la sordera de los dueños del mundo; ya son muchos años de advertencias desoídas sin que se apliquen los correctivos necesarios. Parece que la solución que se les ocurre es dejar que las cosas sigan su marcha al abismo para que, sea por hambre o por guerras, se opte por la reducción del número de estómagos a llenar. De cualquier manera se avizoran serias convulsiones en el mundo y México no está ausente de tal realidad. Lo peor que nos puede pasar es que ante esta amenaza real los mexicanos no estemos preparados para procesarla eficazmente.
Los de siempre culpan a López Obrador del desbarajuste: “no sabe perder” dicen. Están ciegos. Pretenden ignorar que, en todo caso, AMLO es el accidente, pero lo esencial está en millones de personas que reclaman justicia. Si tal circunstancia no existiera, tampoco existiría el liderazgo de AMLO. Ellos son los verdaderos culpables del estado de cosas que padecemos por su afán de mantener privilegios nocivos. Si Andrés Manuel se retirara de la pelea con el talante pacífico que lo caracteriza, la desesperación tomaría cauces de violencia incontrolable y todos perderíamos: el país se desmoronaría.
Quiéranlo o no, el movimiento encabezado por López Obrador tendrá que ser incorporado al esquema de la solución; no por la acostumbrada vía de la cooptación –imposible en la condición actual- sino por la convocatoria a la cordura general y la adopción de un nuevo consenso institucional, capaz de conducir hacia la solución de la crisis.
Terminadas las vacaciones la capacidad de movilización estudiantil se multiplica, los renovados aumentos de precios de la canasta básica exasperan a la mayoría popular y los agravios se recrudecen. Son condiciones que desatan energías latentes que bien pudieran encauzarse al progreso antes que, por la cerrazón, devengan en violencia generalizada.
Es urgente una medalla, aunque sea de bronce, en el tema de la política. Como la olímpica, también se puede.
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