Se puso en marcha la Cruzada Nacional contra el Hambre. En el discurso se hace frente a la lacerante realidad expresada en el hambre de un importante sector de la población (17 millones) y se postula el compromiso de erradicarla mediante un profundo cambio estructural que lleve al aumento de la producción de alimentos y del ingreso de los campesinos que la producen; señala, además, que no es otro instrumento asistencialista ni de reparto de despensas, sino algo que atiende a las causas profundas del problema. Es el rosario de buenas intensiones de la Rosario de las malas acciones.
Peña Nieto hace un guiño a la izquierda al adoptar un proyecto añejo de las fuerzas progresistas, insistentemente postulado por AMLO, que es inmediatamente descalificado por dos de sus principales exponentes: el propio López Obrador y el Subcomandante Marcos, para quienes no es más que una nueva patraña para engañar y cooptar la fuerza electoral de la población marginada. En efecto, no resulta creíble el discurso oficial cuando, al mismo tiempo pero en otros escenarios, se expresa en el sentido de mantener intacto el modelo económico empobrecedor y provocador del hambre que se padece. Notoriamente Peña Nieto tiene a sus hacedores de discursos en departamentos especializados por tipo de auditorio y sin conexión entre sí: lo mismo ofrece neoliberalismo a ultranza a los dueños del poder económico, que socialismo moderno a los urgidos de justicia, ambos llevados al teleprompter que, con soltura casi convincente, lee el que debiera dictarlos.
En México no sólo tenemos hambre de la de comer, también tenemos hambre de credibilidad. Se escuchan muchas cosas que suenan bonito pero que la historia nos ha enseñado a entenderlas al revés. Yo quisiera creer en el Pacto por México y su discursiva lucha para someter a los poderes fácticos; creer en esta cruzada contra el hambre; lamentablemente no tengo de dónde asirme para sustanciarlo; los poderosos le creen y ellos sí que tienen cómo asegurarse del cumplimiento de la palabra.
Tenemos hambre de justicia, no solamente de la que castiga el delito –que es mucha- sino de la que otorga a todos la oportunidad de acceso al bienestar y la seguridad. Tenemos hambre de dignidad y de orgullo de pertenencia. Tenemos hambre de ser respetados y de respetar; se ser convocados y de participar.
A Peña Nieto se le está agotando el período del beneficio de la duda; los discursos inconexos e incongruentes nutren a la certeza en contrario y alejan la posibilidad de una legitimación sobre la marcha, como la que los panistas otorgaron a Salinas después del fraude. Obligados al pragmatismo de los hechos consumados, el anhelo es el de ver una luz al final del túnel, pero que no sea la de la locomotora que nos va a arrollar.
Aunque por lo iluso de mis anhelos no lo pareciera, hoy cumplo setenta años. Lo que me alegra es que hoy –como todos los días- comienza el resto de mi vida.
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