Lenin en 1917, haciendo honor a su humildad y a su reconocimiento sobre los valores de sus camaradas sin mezquindad de ningún género, propuso que Trotsky fuese el Presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo. Por supuesto, Trotsky, saltando casi violentamente de la silla en que estaba sentado, la rechazó. Lenin volvió a insistir preguntando “¿Y por qué no? ¿No estaba usted al frente del Soviet de Petrogrado, que se ha adueñado del poder?”. Ya antes había reconocido que no existía un mejor bolchevique que Trotsky. Por supuesto, otra vez Trotsky la rechazó y terminó siendo, como se lo merecía, Lenin el que ocupara el más alto cargo del Gobierno revolucionario. Trotsky, entonces, fue nombrado Comisario para Relaciones Exteriores, pero las necesidades de defensa de la Revolución obligaron –muy pronto- a que lo nombraran Comisario de la Guerra tomando en cuenta que había sido quien –hablando del papel de la personalidad en grandes acontecimientos históricos- dirigió el Soviet que estuvo al frente de la insurrección y le arrebató el poder a la burguesía de Kerenski.
Los primeros años de la Revolución Rusa (llamada también: proletaria o Bolchevique) fueron difíciles, complejos, dramáticos y hasta bruscos pero gloriosos y maravillosos. Toda Revolución, que llegue al poder por la vía de las armas es, en cierta forma, cruel o brutal aunque tenga el corazón demasiado anchuroso de humanismo y esté cargada de honestidad. Por las dos últimas cosas, entre otras, es que son imprescindibles. Los imperialistas atacaban desde todas las fronteras hacia dentro y los contrarrevolucionarios lo hacían desde dentro en casi todas las regiones de la grande Patria. La Revolución no tenía Ejército y tuvo que crearlo en los propios campos de la guerra en corto tiempo, defendiéndose unas veces a la ofensiva y otras a la defensiva. El proletariado estaba orgulloso de su Revolución y los bolcheviques también. A Trotsky le tocó la misión de ser la pieza fundamental para su creación. Fueron esos primeros años, a pesar de las múltiples adversidades, años gloriosos tanto en la vida de la Rusia revolucionaria como en la individual de sus dirigentes. Dice Trotsky que la tensión de las pasiones sociales y de las fuerzas personales, en esos momentos, alcanzó su máximo apogeo. Era la vida o era la muerte de la Revolución como, igualmente, la vida o la muerte de sus hombres y mujeres. El Partido Bolchevique, la Vanguardia del Proletariado, la mayoría de la clase obrera y una buena parte de los campesinos estaban al unísono con la marcha de la historia rusa en ese momento. Dice el camarada Trotsky que en esos días “… se tomaban acuerdos y se dictaban órdenes de que dependía el destino de un pueblo para toda una época histórica. Y, sin embargo, estos acuerdos apenas se discutían. No me atrevo a decir, pues no es verdad, que los sopesásemos y meditásemos debidamente antes de tomarlos. Eran acuerdos improvisados. Pero no por ello eran peores. El torrente de los acontecimientos tenía tal fuerza, era tan claro lo que había que hacer, que hasta los acuerdos de mayor responsabilidad se tomaban a escape, sobre la marcha, como algo evidente, con la misma evidencia con que eran aceptados y cumplidos. El camino estaba trazado de antemano. No había más que llamar a los problemas y a las fórmulas por su nombre, no hacía falta ponerse a probar nada ni hacer nuevas apelaciones y llamamientos. La masa comprendió perfectamente, sin dudas ni vacilaciones, lo que la situación por sí misma le imponía…”.
La construcción del Ejército Rojo costó sangre, sudor y lágrimas, muchos sacrificios, muchos esfuerzos, muchos gastos pero también despertó ambiciones personales en algunos dirigentes bolcheviques que seguían aferrados a mirar con malos ojos al camarada Trotsky. Más de uno hacían que los corrillos volaran y más de uno intentó susurrar a los oídos de Lenin criticando el uso de oficiales y suboficiales del Ejército zarista en la construcción del Ejército Rojo. Cuando se produjeron algunas derrotas en el Frente Oriental producidas por las fuerzas contrarrevolucionarias dirigidas por el general Kolchak, el camarada Lenin, en plena sesión del Consejo de Comisarios del Pueblo, le pasó una esquela al camarada Trotsky donde le preguntaba: “¿No le parece a usted, acaso, que debiéramos prescindir de todos los especialistas, sin excepción, y poner a Laskhevich de General en jefe al frente de todos los ejércitos?"
No me imagino cómo sería el cruzamiento de miradas entre Lenin y Trotsky, pero lo cierto es que éste, en la misma esquela, le respondió: "¡Dejémonos de tonterías!". Dice Trotsky que al Lenin leer aquello lo “… miró con sus ojos astutos, de abajo arriba, con un gesto especial y muy expresivo, como si quisiera decirme: ¡Qué duramente me trata usted! En realidad, Lenin gustaba de estas contestaciones bruscas que no dejan lugar a duda. Al terminar la sesión, nos reunimos. Lenin me pidió noticias del frente…”
Fue, entonces, cuando se produjo ese breve diálogo que describo a continuación:
“Trotsky: -Me preguntaba usted si no convendría que separásemos a todos los antiguos oficiales. ¿Sabe usted cuántos sirven al presente en nuestro ejército?
Lenin: -No, no lo sé.
Trotsky: ¿Cuántos, aproximadamente, calcula usted?
Lenin: –No tengo idea.
Trotsky: -Pues no bajarán de treinta mil. Por cada traidor habrá cien personas seguras y por cada tránsfuga dos o tres caídos en el campo de batalla. ¿Por quién quiere usted que los sustituyamos?”
Señala Trotsky que a los pocos días, Lenin pronunciaba un discurso acerca de los problemas que planteaba la reconstrucción socialista del Estado, en el que dijo, entre otras cosas, lo siguiente: "Cuando hace poco tiempo el camarada Trotsky hubo de decirme, concisamente, que el número de oficiales que servían en el departamento de Guerra ascendía a varias docenas de millares, comprendí, de un modo concreto, dónde está el secreto de poner al servicio de nuestra causa al enemigo... y cómo es necesario construir el comunismo utilizando los propios ladrillos que el capitalismo tenía preparados contra nosotros.". Sépase, por ejemplo que los regimientos letones eran los mejores de todo el ejército zarista. Después, al poco tiempo, se pasaron todos al bolchevismo y prestaron grandes servicios en la revolución de Octubre.
En verdad "¡Dejémonos de tonterías!", tomando en consideración la dimensión histórica de personajes tan importantes y valiosos como Lenin y Trotsky, sólo lo pienso sin asegurarlo, me atrevo a decir que una respuesta de esa naturaleza podría entenderse como una grosería, pero no grosería de las que nosotros conocemos y de las que nos decimos con mucha cotidianidad entre las personas que somos comunes y corrientes. Para haberle dicho así Trotsky a Lenin tenía que haber una unidad y relación de camaradería indestructibles entre ambos. Por algo el último al único que llegó a firmarle hojas en blanco fue a Trotsky como expresión de su totalidad de acuerdos con el mejor de todos los bolcheviques. Ningún otro bolchevique se hubiese atrevido a juzgar como una “tontería” alguna opinión de Lenin.
Cuánto daría la historia para que en este tiempo existieran, en los países capitalistas altamente desarrollados (imperialistas) hombres y mujeres con la mitad de los conocimientos y las convicciones revolucionarias de Lenin, Trotsky, Sverlod, Rosa Luxemburgo, Larisa Reissner, Joffe; suboficiales como Laskhevich, marineros como Markin, revolucionarios de la talla de Smirnof, proletarios como Glasmann, Sermux y Netshaief, una barriada como Viborg e incluso un socialista sin partido como Sujánov, ingenieros como Akashef que siendo anarquista se resteó con la Revolución, no importa que el imperialismo estuviese recargo de servidores como los señores Bush y Obama, entre otros. No es hipótesis concluir diciendo que ya la Revolución Socialista estuviese demasiado avanzada en las naciones imperialistas y, como inevitable, en el resto del mundo.
En fin, y no es culto a la personalidad, creo que la muerte prematura del camarada Lenin, víctima de un atentado maldito de socialrevoloucionarios que se creían más revolucionarios que todo el resto del planeta, atrasó, por lo menos más de un siglo, la posibilidad real del triunfo de la Revolución Proletaria en países capitalistas desarrollados. Creo, que el asesinato del camarada Trotsky en 1940, cuando prácticamente comenzaba la Segunda Guerra Mundial, evitó la explosión de ideas que incentivaran la conquista del poder político de parte del proletariado en los cinco continentes. No es, repito, culto a la personalidad pero ¡Vivan Lenin y Trotsky hasta el día en que ya la Tierra, incluyendo el género humano, desaparezca para siempre! Después de eso, nadie sabrá nada de nada y a nadie le interesará la historia del pasado, del presente o del futuro.