Ocurrencias desastrosas (OCDE)

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) es el equivalente neoliberal de la Internacional Socialista, en la que los estados dominados por tal signo ideológico se reúnen para fortalecer su capacidad de imponer sus dogmas y recetas. La diferencia es que en tanto la socialista respeta las soberanías de los miembros, la neoliberal las arrasa e interviene en los asuntos domésticos de los países participantes de menor peso relativo, como es el caso de México para quien la OCDE sólo significa “Ocurrencias Desastrosas”. Para mayor desastre la dirección del organismo recae en el inefable tecnócrata salinista y zedillista José Angel Gurría Treviño, de amarga historia como secretario de hacienda y de relaciones exteriores, que emplea el cargo para potenciar su influencia en las decisiones nacionales conforme a su dogmática convicción neoliberal y entreguista. Llama la atención la forma en que ha venido observándose un aumento significativo en el protagonismo de la OCDE en los asuntos nacionales.

Una característica de los desastres ocurridos por sus recetas es el cinismo con que se lavan las manos ante los nefastos resultados. Hoy dicen que la insuficiencia del crédito de la banca en apoyo de la inversión productiva se debe a que no hay competencia entre los bancos, dado que el 80% del mercado crediticio se concentra en cuatro grandes bancos, cuando ha sido la OCDE la que dictó la receta para la privatización de la banca, su posterior extranjerización y su actual estado. Si esto se corrigiera y se pulverizara la actividad bancaria seguramente recomendarían su reconcentración. Así se las gastan los tecnoburócratas internacionales.
En materia de educación, tema al que dedican toneladas de papeles con recetas, todo se enfoca a negar la capacidad del estado para ofrecer una educación de calidad y a privilegiar la impartida por los particulares como vía para generar el “capital humano” requerido por las empresas para funcionar como autómatas sin capacidad de crítica. El hecho de que la OCDE felicite la reforma educativa de Peña Nieto es motivo suficiente para poner en duda su finalidad, más allá de las bellas frases del discurso oficial.

Con el mismo signo neoliberal, la OCDE opina que México debe abrir su operación energética a la inversión privada, sin más argumento que el que considera a la competencia como la panacea de la felicidad. Antes han opinado que PEMEX no debiese construir nuevas refinerías por ser mal negocio; ahora dicen lo contario pero siempre y cuando sean empresas privadas las que lo hagan. Para el tamaño del mercado mexicano caben cuatro o cinco refinerías de petróleo para producir gasolina y diesel; habría cinco empresas oferentes de combustibles y, como dicen de la banca, la competencia sería insuficiente para beneficiar al consumidor, entonces se tendría que abrir la frontera para importar gasolinas que hagan la competencia a las de producción local y así al infinito en la entrega del recurso nacional a los intereses extranjeros. Son puras ocurrencias desastrosas y, además, irresponsables.

Me pregunto por la razón del aumento del protagonismo de la OCDE en los últimos meses; con Calderón el perfil de intervención era mucho menor al actual. Una respuesta pasaría por considerar el interés personal de Gurría para reinsertarse en el nuevo equipo de gobierno al término de su contrato, puede ser. Otra, más institucional, pudiera referirse a la necesidad de ejercer una mayor presión ante un gobierno priísta que, en afán de legitimarse, coquetee con posturas nacionalistas o populistas contrarias al postulado dogmático neoliberal; también puede ser.

En abono a esta última suposición, la letra del Plan Nacional de Desarrollo presentado en días pasados se atreve a criticar el modelo de desarrollo seguido por los gobiernos neoliberales, sin declararse en contra pero dando pie a suponer caminos diferentes, particularmente en lo relativo al papel del estado en la economía. Esta preocupación no tendría ningún sentido con Calderón en el gobierno; su fundamentalismo neoliberal y pro yanqui estaba fuera de duda. Asumo como válida esta última suposición e insisto: el sector progresista tiene mucho qué ganar si también ejerce presión para negociar. Es preciso neutralizar la presión neoliberal.



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Gerardo Fernández Casanova


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