La situación por la cual atraviesa en nuestros días Venezuela nos hace recordar la guerra del siglo XXI, en la cual toda táctica y estrategia se asume como válida para vencer a quien se considera enemigo o contendor En el seno de esta nueva conflagración, las acciones terroristas que se han presentado me hacen rememorar las detestables bombas en los trenes de España o los carros-bomba en Colombia.
Este caos inducido me hizo recordar también un libro cuyo título es Clase. Lucha, de John Holloway. Desde luego, este texto trata el tema referente a la lucha de clases, la misma que Álvaro García Linera denomina de los de abajo o de los Camilo Manríquez, que no es más que una lucha en contra de ser una clase (Holloway; Ob.cit: 96)
¿Es esta una lucha entre dos modelos o paradigmas antagónicos de sociedad? Sí lo es. Y no lo digo por antojo o por capricho Justo cuando muchos pensaban que la lucha de clases se había muerto, hoy nos encontramos inmersos en ella: por una parte, el capital lucha por mantener el status quo, por continuar con los procesos de explotación y por convertir el hacer en trabajo e imponer sus formas de relaciones sociales La lucha de quienes adolecemos de los medios de producción es, precisamente, por una forma diferente de hacer, por una sociedad donde el principio y fin seamos los seres humanos (ob. Cit: 102)
En nuestro país la puja es entre quienes en el pasado vieron en el Estado una fuente de riqueza para el lucro propio. Esto dejó de ser así cuando la riqueza empezó a distribuirse en los sectores más vulnerables de la población, en los de a pie y cuando los grandes cinturones de miseria comenzaron a formar parte de la estructura del Estado (para dejar de estar al margen del mismo) Es así cuando se intensifican las contradicciones que actualmente se manifiestan in crescendo. No obstante, asistimos hoy a una perversión de la naturaleza de estas pugnas, pues las tensiones o contradicciones que son inherentes a cualquier proceso de transformación no deben ser resueltas con terrorismo Veamos.
Lógica fuera de toda lógica
Hablando de contradicciones, recientemente tuve que ir a Santa Paula. Era temprano. Algo así como las 8:30 a.m. El nuevo día despuntaba con una tensa calma. Para llegar hasta allá pasé por unas vías inusitadamente despejadas. Desde el centro de la ciudad logré llegar como en veinte minutos, pero es altamente probable que haya sido en menos tiempo.
De retorno, sobrevino en mí una gran tristeza. Hacía mucho tiempo no veía escombros, piedras grandes, calles con evidencias de un fuego que apenas se apagaba en una nueva jornada que lo invitaba, una vez más, a recrearse entre inmensas llamaradas: era, literalmente, un teatro de guerra, un campo de batalla ¿para qué?
De repente entré en gran confusión. Se trataba del este de la ciudad. Y en el este de Caracas la lucha nunca ha sido, pues evidentemente quienes se hallan en tales estratos sociales, como diría Marx, se encargan de reproducir su condición de clase. Ergo, su lucha no es reivindicativa y por lo tanto su actual acción es sin duda golpista. De tal forma que en este hemisferio de la ciudad la quema de cauchos, el destrozo de lo público, la tranca de calles, la colocación de guayas degolladoras, la basura y la férrea disposición de muchachos que de seguro nunca antes habían lanzado una piedra -al menos para ver quién lograba lanzarla más lejos- me dejaron estupefacta.
En los rostros de aquellos jóvenes se podía ver cómo destilaba odio, el cual ahora forma parte de su estructura básica, tal como los cartílagos son parte de los huesos. El odio motorizando asuntos que no pueden formar parte de la historia que queremos escribir. Una rabia irracional, sin argumento, pero rabia y odio al fin que han dado lugar a desafueros en Santa Paula, en Caurimare, pero también en el este del este, donde compañeros de trabajo han encontrado la misma realidad con los muchachos plástico como protagonistas.
Con tal sentimiento a cuestas no podían disfrazar sus sinsentidos y sus sinrazones. Sinrazones que están dando lugar a acciones terroristas que adolecen de límites, pues no los detienen moral ni ética alguna, no se frenan en convencionalismos sociales (son indiscriminadas), se trata de actuaciones imprevisibles: el efecto sorpresa está a la orden del día y, desde luego, provocan devastaciones innecesarias. El teatro de operaciones está estrechamente asociado a espacios donde hay población civil inocente. Esto es lo que han hecho algunos sectores del este. Y más aún: gente del este del este. Los mismos que se irían demasiado
La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vidaSí, ¿quién iba a imaginar que en el este (esos lugares francamente poco visitados por quienes vivimos en el hemisferio izquierdo de esta ciudad), se iban a presentar acciones terroristas, auspiciadas por la ultraderecha del país?
Sabemos que en este momento la toma del poder por asalto es una gran tentación que le coquetea -segundo a segundo- a algunos sectores del país. No son grandes sectores. Son grupos pequeños pero poderosísimos, quienes ya echaron el resto. Quizás en sus cartas tienen 48; pero la Revolución tiene 51 y la mano ¿La regla en el ajiléis?: gana quien más puntaje saca. Punto.
¡Yo te conozco camaleón¡ Tu respuesta no me asombra. Tu maldad no me hace daño Ya lo sé: ¡la historia está plagada de camaleones con los que hay que tener cuidado¡
(*) Periodista. Prof. Universitaria