Se cumplen cien años de la ignominiosa ocupación de Veracruz por la marina de los Estados Unidos, urdida como reclamación por la “afrenta” sufrida por una partida de marines yanquis que fueron detenidos en Tampico cuando se emborrachaban en una cantina del puerto. El Tío Sam exigió un desagravio humillante que, al ser negado por el gobierno del usurpador Huerta, sirvió de pretexto para que una fuerza de 44 barcos de guerra bombardeara y ocupara el puerto de Veracruz, no sin la resistencia heroica de los cadetes de la Escuela Naval Militar y de civiles patriotas. La realidad es que el presidente Wilson decidió intervenir, por sus pistolas, en el proceso de la lucha de los constitucionalistas contra la dictadura del usurpador Huerta, que había dado muestras de cierta germanofilia en víspera de lo que sería la I Guerra Mundial; también para enmendar la plana al anterior embajador Henry Lane Wilson que, mediante el Pacto de la Embajada, patrocinó el derrocamiento y asesinato del presidente Madero. Cabe recordar que, mientras que el ejército del usurpador se retiró y entregó la plaza, fueron los revolucionarios patriotas quienes la combatieron, no obstante ser los supuestos beneficiarios. Hay mérito para recordarlo como la afrenta que significó, como uno de tantos otros agravios que jamás debieran ser olvidados, a pesar del afán de la historia oficial que desde la época de Miguel Alemán pretende desvanecerlos, en aras de la buena vecindad y mayor indignidad.
Vale la conmemoración ante el contraste que ofrece Peña Nieto que, fingiendo amnesia, celebra el aniversario de la expropiación petrolera como feria de la vendimia de los recursos nacionales, negando la historia y desconociendo la hazaña patriótica encabezada por el Gral. Cárdenas. También hoy los patriotas defienden la plaza y dan la batalla para desalojar a los invasores que, sin necesidad de barcos ni marines sino por la vía de la reforma constitucional, se apoderan de la riqueza nacional.
También viene al caso el tema al observar cómo el imperialismo de los gringos, entonces en pañales, sentó sus reales durante todo el siglo pasado, primero en toda América y luego en el mundo, hasta alcanzar el poder hegemónico después de la caída de la Unión Soviética, pero que comienza a dar señales de agotamiento en los últimos sucesos internacionales, casualmente en el escenario de la ex Unión Soviética. La población de la península de Crimea, actualmente perteneciente a Ucrania, se manifestó en un referéndum, con 93% de los votos de un 80% del padrón electoral, por su separación de Ucrania y su anexión a Rusia (El caso de Texas, pero al revés). Occidente, con Obama a la cabeza, amenazó con no aceptar la consulta y con represalias económicas a Rusia por la osadía. El ruso Vladimir Putin se pasa las tales amenazas por las tumbas etruscas y admite la anexión, a sabiendas que ya midió el carácter de las amenazas yanquis a las que derrotó en el caso de Siria, donde detuvo el atentado preparado por los halcones de Washington para derrocar al presidente de ese país. Alemania y media Europa dependen del suministro de gas ruso, lo que le impedirá acompañar las sanciones económicas con que amenaza Obama, que nuevamente tendrá que comerse sus desplantes de matón.
Parece ser que, afortunadamente, el de Venezuela es otro caso perdido por el belicismo imperial yanqui. Imposibilitado de legitimar una intervención militar en la patria de Bolívar por la respuesta solidaria de las naciones sudamericanas, a Washington sólo le queda seguir financiando y patrocinando a la minoría oligárquica venezolana para desestabilizar al gobierno de Nicolás Maduro que, por cierto, ya maduró. La falsedad argumental de la oposición ultraconservadora, ampliamente difundida por la prensa internacional pro yanqui, está siendo derrotada por la realidad: ni el pueblo ni las fuerzas armadas bolivarianas han caído en el engaño y seguirán defendiendo su revolución. ¡Gloria al bravo pueblo!
Estados Unidos tiene el mayor poderío militar de la historia, útil para doblegar a gobiernos débiles que se le opongan, pero ineficaz para dominar a los pueblos que se decidan a enfrentarlo, como son los casos de Cuba, Vietnam, Afganistán e Irak que resultan victoriosos en la llamada guerra asimétrica. Tampoco es útil cuando la capacidad de respuesta del agredido, como sucede con Rusia, implica un costo impagable de destrucción universal. El gato ya porta un vistoso collar de cascabeles y anuncia su decadencia. Ojalá.
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