Parece ser que Peña Nieto es de los que gustan de lanzarse de clavado a una alberca vacía con la esperanza de que, en el trayecto, alguien la llene. Este puede ser el caso de la fiebre legislativa del sexenio en curso, cuyo titular armó un aparatoso tinglado de reformas a la Constitución, enmarañado en procesos manidos de propaganda e insuficientemente explícitos de razonamientos para el debate. La más elemental lógica legislativa haría suponer que, si se modifica una disposición constitucional, es porque se tiene claro el objetivo que se persigue y, por consiguiente, la legislación secundaria correspondiente, incluso algunos legisladores exigieron que se discutieran en paquete las reformas constitucionales y las leyes reglamentarias para tener mayor claridad en el entendimiento de las iniciativas. No fue así. El agua no llegó a la alberca y las encuestas dan cuenta del reverendo madrazo. Indigestión legislativa, le llamó Carmen Aristegui; a mí más me parece diarrea dado el producto resultante.
La reforma para las telecomunicaciones fue la única que, mal que bien, logró cierto consenso legislativo y social; aparentemente acabaría con el excesivo poder de los monopolios. Con retraso llegaron las iniciativas de las leyes secundarias y la burbuja de la ilusión estalló; según los expertos no hay congruencia entre la nueva disposición constitucional y lo propuesto para las leyes secundarias. La protesta cunde y se enloda el procedimiento para beneplácito del cerdo prianista Lozano Alarcón, incluyendo un intento de control y censura a la comunicación por internet, pero con nuevas o renovadas ventajas para Televisa.
La reforma política, también procesada con cierto consenso, se convierte en bomba de mecha corta a la hora de plasmarla en la nueva Ley General de Instituciones y Procesos Electorales; en vez de aclarar, embrolla. Se procesó la designación del Consejo General del flamante Instituto Nacional Electoral, sustituto del Federal, pero se mantiene la fórmula de reparto de poder entre los tres partidos mayores, con lo que seguirá siendo una institución tocada de falta de credibilidad de origen. Además, los expertos aseguran que el grado de las incongruencias y la complejidad de los procedimientos hará que las elecciones se empantanen en amparos judiciales. No sólo será otra oportunidad perdida, sino que se agravará la crisis de representatividad del poder. Si antes de la reforma la viabilidad del cambio por medios electorales era lejano, hoy se vuelve imposible; el dinero para financiar marrullerías abunda en las arcas de los conservadores.
Peña Nieto hizo algunas concesiones en las reformas constitucionales distintas a la petrolera a fin de asegurarse la aceptación de ésta, considerada prioritaria, tanto para él que las ofreció como precio para llegar al poder, como para toda la nación por razones diametralmente diferentes. En la materia se sirvió con la cuchara grande con el apoyo condicionado del PAN y la desarticulada oposición de la izquierda. Para cuando estas líneas se publiquen ya habrá llegado a las cámaras el paquete de iniciativas de legislación secundaria, justo al cierre del período ordinario de sesiones, tal vez con la peregrina intención de empatar el tiempo de su discusión con los juegos de la Copa Mundial de Futbol, de manera de minimizar las posibilidades de la protesta popular.
Alfonso Cuarón, el premiado cineasta de Gravity, le colgó sonoro cascabel al gato con sus diez preguntas a Peña Nieto que, por cierto, son las mismas que nos hacemos millones de mexicanos, pero que merecen notoriedad por el flamante prestigio del postulante. Cuarón reclama la información que fue obviada en el proceso legislativo y responde a Peña que antes lo había descalificado por desconocer del tema. Aduce Cuarón que el gobierno negó la información y la ocultó en una asquerosa campaña propagandística repleta de falsedades. La difusión lograda por las preguntas de Cuarón deberá obligar a Peña a responderlas, aunque sea con el apunte de sus manejadores. A ver si así nos ponemos las pilas para actuar en consecuencia y rearmar la defensa del petróleo.