México: La medicina social en la mira

Antes de entrar en materia ruego se me acepte una disculpa por haber tratado de “ratoncitos verdes” a los futbolistas de la Selección Nacional de Futbol. Me doy cuenta de que me dominó esa pésima actitud, muy generalizada, por cierto, que menosprecia lo mexicano y exalta lo ajeno, que siempre he criticado. En mi confusión -que acepto- no contemplé que nuestros jugadores ya lograron el campeonato olímpico y mundiales juveniles; que muchos de ellos juegan en Europa con éxito y que ya no se amilanan ante los gigantes rubios o negros. Por otra parte, sin dejar de lamentar la sucia manipulación política practicada por la derecha, asumo que el futbol está inmerso en la cultura nacional, no sólo como espectáculo sino como expresión colectiva de ejercicio deportivo saludable. Creo que desde la izquierda tendríamos que revalorizar al futbol e incluirlo en el catálogo de satisfactores sociales válidos.

Pero si de patadas se trata, las que le están aplicando a la medicina social no tienen medida. El caso es que ahora aparecen con especiales reflectores casos de mujeres que paren en los pasillos de hospitales o fuera de ellos, por la negativa a ser atendidas en debida forma, o el caso de 16 médicos acusados de negligencia por la lamentable muerte de un paciente, mediáticamente condenados sin juicio ni averiguación previa. Desde luego, todo ello relacionado con los servicios públicos de salud; de los crímenes que se registran en los hospitales privados y por muchos médicos particulares, ni una palabra.

Para quienes hemos podido leer y vivir la historia el asunto no es nuevo. Sin entrar en los detalles de cada caso, se trata de la consabida fórmula de desprestigiar y armar una matriz de opinión pública contraria a un determinado servicio público, previa al anuncio de su privatización. Lo hemos visto con claridad en el caso de Pemex: por un lado noticias de quiebra y corrupción alarmantes y, por el otro, reportes poco difundidos que hablan de salud financiera y operativa. Igual ha sucedido en los casos de los ferrocarriles, las subsistencias populares, la telefonía, la educación y el campo, entre otros ejemplos. De manera perversa se reduce la asignación presupuestal a la actividad y se genera insuficiencia en la prestación del servicio (parturientas en los pasillos) para, en consecuencia, provocar la protesta contra la empresa o la institución de que se trate (no del gobierno que lo origina) y, con ello, deslegitimar la eventual protesta contra su privatización, sea abierta como la bancaria u oculta como la educativa.

Soy usuario de la medicina del IMSS, raquíticamente pensionado, pero altamente beneficiado por los servicios de salud para mi esposa y para mí. Tengo muy en claro que, de no ser por tal servicio, sería un pobre viudo si no es que también un frío cadáver; mi capacidad económica limitada no me permite la procuración de la salud en la medicina privada. Nunca he pedido tratamiento diferente ni he ejercido influencia alguna; me he ajustado a los tiempos y condiciones del servicio y lo he recibido en nivel de excelencia sustantiva; mi esposa ha sido intervenida en dos ocasiones, una de ellas de emergencia, con buen resultado, aunque sea con sábanas raídas o habitaciones compartidas; yo recibo los medicamentos que apuntalan mi bienestar, cuyo costo no estaría en condiciones de pagar. Me gustaría que estuviera en mejores condiciones, ni duda cabe, que los recursos se apliquen con honestidad y eficiencia, obligado, pero los gobiernos neoliberales no han logrado eliminarlo, aunque redoblan el esfuerzo.

Desde otro ángulo, soy hijo de médico. Mi padre practicó la medicina obrera desde antes que se fundara el IMSS y, cuando esto ocurrió, se apuntó de inmediato a servir en la institución, incluso aportando su propio instrumental. Las esposas y los hijos de médicos no me dejarán mentir al calificar de heroico el sacrificio que el ejercicio profesional honesto significa, especialmente cuando de medicina social se trata. También he sido testigo de cómo al médico se le imponen esquemas laborales aberrantes, que tasan el tiempo de atención clínica con un criterio de productividad propio de explotación capitalista, como si fuera una máquina de producir recetas mas que un proveedor de salud.

No nos dejemos engañar. Hay que luchar por erradicar los vicios en las instituciones de salud pública, por recuperar el sentido de justicia social y por extender y cualificar sus servicios, pero de ninguna manera caigamos en el juego de la denostación preliminar de la privatización, tan por los tecnócratas anhelada.



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Gerardo Fernández Casanova


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