La política como “reality show” (caso argentino)

“La Presidenta es una chorra”, “Boudou es un transa”, “Moreno es un corrupto”, “¡ah!, y Boudou además de transa, también es corrupto”, Kicillof es la reencarnación de Dorian Gray, o peor aún la de lord Henry Wotton; “D’Elia le afana a los pobres”, “Víctor Hugo Morales es un vocero del Gobierno y un chupamedias”, “los amigos del Gobierno se están robando el país”. “Es un Estado fascista”, “no hay libertad”, “que nos devuelvan la libertad”, “que nos devuelvan la República”, “son Nazis”, “son stalinistas”. A la política la quieren convertir en un espectáculo kitsch, de malísimo gusto, vaciarla de su contenido transformador, en donde gane el que grita más, el que exhale más exabruptos, el que insulte más peyorativamente, el que no tenga ningún proyecto de país soberano, o el operador político que muestre las rodillas más lastimadas frente a los organismos financieros internacionales . Esa es la agenda cultural del establecimiento. Los programas de televisión que presentan las más peregrinas, infantiles y reduccionistas teorías conspirativas, donde el que conspira siempre es el Gobierno, son los más vistos. Programas de radio y televisión que analizan el día a día político del país, como si éste tuviera 24 horas de historia, y no dos siglos. Como si no hubieramos tenido encuentros y desencuentros. Como si nunca hubiera habido flujos históricos donde las mayorías recobraron derechos, y reflujos donde éstas los perdieron. Como si el país fuera un ente físico donde conviven cuarenta millones de almas con idénticos derechos y obligaciones, y no un espacio político donde se va ganando (o perdiendo) palmo a palmo mayores cuotas de justicia social, soberanía política, e independencia económica. Bienestar y desarrollo para una inmensa mayoría de esos cuarenta millones, que implica inexorablemente combatir los privilegios de una minoría muy poderosa, aliada ideológica, cultural, financiera y económicamente con la potencia hegemónica de Occidente. Un país, donde hace apenas veinte años, pareciera que nadie prometió “relaciones carnales” con la Gran Democracia del Norte, y siguió a pie juntillas su promesa, desbaratando lo poco que quedaba del Estado impulsor de una industria nacional, de la reactivación del mercado interno, de la ciencia y la técnica, de la educación, de la salud pública, de la cultura nacional y regional (nuestroamericana), y de las artes. Como si nunca hubiéramos sido un país dependiente. Como si esa categoría no existiese, y la de Imperialismo mucho menos. Como si las Embajadas de la Gran Democracia del Norte, en Buenos Aires, en el resto de los países del área, en los países llamados potencias emergentes (BRICS), y aun en los países de la llamada Europa desarrollada, no fueran el largo brazo ejecutor del Departamento de Estado, donde se decide (o se pretende decidir) las medidas referentes a la política exterior e interior de nuestros países. Como si la historia nunca nos hubiera descubierto las relaciones de las Embajadas de la Gran Democracia del Norte con sus asalariados periodistas vernáculos, trabajando en los principales medios de información, con políticos en agrupaciones partidistas, con dirigentes en asociaciones gremiales, en centros de formación de opinión, en centros de adoctrinamiento de la agenda neoliberal, en nuestras Fuerzas Armadas, y en los aparatos represivos del Estado. No. No, sobre eso no se discute. El día a día. Machacar con el día a día del chimento, del rumor, construir una historia, cuanto más rocambolesca mejor, cuanto más escabrosa más melifluamente somnífera, como el sonido de la flauta de Hamelín. Que nos maree como el ilusionista con las bolitas, y nos reemplace los históricos enemigos, externos e internos, del pueblo argentino, creando enemigos fictícios. En el 2003 revertimos el reflujo de más de 25 años obedeciendo fielmente los dictados de los organismos de Bretton Woods. Costó mucha sangre, mucha lucha popular. Siempre fue la sangre de los mejores argentinos. Hubo un retroceso del Bloque Histórico de la Dependencia Política y Económica. No hubo un asalto al “Palacio de Invierno”, es cierto, como lo es también que se barrio con un modelo de dependencia, de desguace del Estado y de hambre. La clase política funcional a las políticas monetaristas quedó desacreditada. Que hay asignaturas pendientes por resolver, sí muchísimas; que el kirchnerismo podría presentar limitaciones ideológicas, en la profundización de un modelo, que apunte a una más equitativa distribución de la renta nacional, posiblemente. En última instancia será el pueblo unido y organizado, el que decida la velocidad y la dinámica del proceso.


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Erasmo Magoulas


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