Un ejemplo para los apátridas de la Conferencia Episcopal Venezolana

Monseñor Romero expresión de la verdadera Iglesia

Quisiera empezar este artículo con algunas palabras de Mponseñor Romero: Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles: hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre debe prevalecer la ley de Dios que dice "No matar". Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día mas tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios; Cese la represión. Eran las palabras de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, el mártir de América, proferidas horas antes de su horrendo asesinato. Fueron pronunciadas el día domingo de ramos, el 23 de marzo, ante un auditorium abarrotado de feligreses participantes que siempre le acompañaban atraídos por la justeza y valentía de su prédica, de su misión pastoral liberadora, plena de lucha, de esperanza, pero sobre todo plena de liberación. Para ello no necesitaba salirse de los principios doctrinales de su iglesia, bastaba buscar y difundir el mensaje de Jesús, de Cristo, que es la esencia de la doctrina católica. Allí está el núcleo del mensaje en la dignificación del hombre. La pureza de su mensaje, el hondo contenido de sus homilías no eran nuevos. Ya en la del 11 de marzo de 1979 afirmaba: “La Iglesia tiene que despertar conciencia de dignidad, la conciencia cristiana que nuestras comunidades van tomando a la luz del Evangelio, donde comprenden que un hombre aunque sea jornalero, es imagen de Dios. . . eso es Palabra de Dios que ilumina al hombre”. Con su verbo directo, de hablar suave pero firme, con palabras sencillas, demostraba la justeza de su tesis, confirmando lo del hombre a imagen y semejanza de Dios, el evangelio suministrando los principios para demostrar la igualdad de todos los hombres. El Salvador es el país que sirvió de escenario a este horrendo crimen. Para entonces, parte del cuadro socio-económico de América Latina se expresaba en cifras que por su magnitud despertaban (y aún despiertan, pues el cuadro es casi el mismo o peor) la indignación, malestar y protesta de cuanto ser tuviera consciencia en el universo. Para 1980, de cada 10 personas, 8 vivían en países pobres; de cada 10 personas, 6 carecían de atención médica. Diariamente nacían en el mundo 300 mil niños, de ellos, de cada 11, 10 nacían en los países pobres. El 80% de las enfermedades de los pobres podrían evitarse con programas preventivos. Cada minuto se gastaba un millón de dólares en armas para proteger el sistema capitalista, sus riquezas en manos de unos pocos y el afán de proseguir con formas de explotación cuya plusvalía aumentase el capital. El Salvador es el país más pequeño de centro-América., con 21.156 Km2, para que se tenga una idea de su tamaño, tiene un área menor la de los estados Falcón o Barinas, en Venezuela. Sobre este pequeño territorio vivían 4 millones 200 mil personas. La causa de tantos males: 14 familias controlaban ese país, y qué curioso, “una novedad”, bajo la protección y la dirección del verdadero amo: el imperialismo gringo. En El Salvador, un trabajador agrícola ganaba Bs. 1.50 diarios. En 3 años fueron asesinadas más de 35.000 personas. Siempre esa entelequia de paz y amor que anda por el mundo a la defensa de los países pobres, subdesarrollados, el imperialismo gringo (organización más elevada de la clase oligarca conformada por los hombres más ricos del mundo en lo ideológico, político, religioso y militar), vigilante, actuante y como águila al acecho, clavó sus garras en esta pequeña nación Cuando los trabajadores, los obreros del campo y la ciudad se organizaron para luchar por transformar las condiciones infra-humanas de una realidad socio-económica que les oprimía, lucha legal al principio, y con las armas, después, se vio la intervención abierta, cínica, descarada, del gobierno de USA. Sólo para tener noción de “la colaboración humanitaria” del imperialismo norteamericano, para 1979 la ayuda de USA a El Salvador era de 9.6 millones de dólares. Para 1981 alcanzó los 104 millones, en 3 años la ayuda aumentó en un 1100% No era ayuda para los pobres, para los desamparados. Era la ayuda en armas, en dinero para proteger a las 14 familias adineradas dueñas de El Salvador. En esas condiciones surgió la figura de Monseñor Romero. El mártir de América. El hombre que verdaderamente oyó la voz de Dios, de Jesús, para proteger a los oprimidos de ese país. Nacido en ciudad Barrios el año de 1917, estudió teología en la Universidad Gregoriana de Roma, en la que se ordenó de sacerdote en 1942. Para el año 1967 fue elevado a la condición de Obispo y en 1977 a la de Arzobispo. Ante las condiciones descritas aplicó los principios reales, radicales de la doctrina católica. El centro del universo era Dios, pero un Dios que tenía imagen y semejanza al hombre, su creación, de allí que había que atender al hombre, dignificarlo, elevarlo, llevarle a niveles de una vida cuyas condiciones le garantizaran educación, salud, vestido, vivienda y los diferentes servicios. Hacerlo era una obligación para el cristiano. Más para una institución organizada en torno a las ideas, la práctica de Cristo, la Iglesia Católica. Es necesario tratar de entender la concepción de los miembros de esas 14 familias salvadoreñas que se sentían dueñas de ese país. Para quienes veían y ven en su prójimo, no a otros hombres, sino a simples mercancías baratas para la explotación, a entes casi que al nivel de las bestias de carga (con el perdón de ellas), todo tipo de concepción, todo tipo de acción que implique la creación de conciencia frente a la explotación, que apunte hacia la organización de los explotados o hacia la lucha frontal armada de éstos por obtener niveles de vida verdaderamente humanos, es un ataque “comunista”, “terrorista”, es una agresión que va más allá de ese pequeño grupo de millonarios salvadoreños para constituirse en amenaza a los intereses, al capital, a los infames “negocios” de explotación realizados por el imperialismo gringo. De allí las expresiones “la democracia en El Salvador está amenazada”, o “está en juego la paz de la región”, “la situación política de El Salvador desestabiliza la democracia (¿cuál? si eran casi todas dictaduras) de Centro-América. Así, la oligarquía salvadoreña asociada al imperialismo sentían amenazados sus intereses y una forma ideológica de defenderlo era identificar paz, democracia y libertad, con sus propios intereses, buscar la lealtad a la interpretación que daban a esos principios. La Misión Pastoral de Monseñor Romero irrumpió en esa realidad que negaba (y aún niega) la dignidad humana. Como bien lo afirmó el reverendo Miguel Tomás Castro, “Esta Misión rompía el silencio profético de varios siglos, en medio de un sistema cuyas estructuras oprimen –y continúan oprimiendo y humillando- la imagen de Dios en nuestras hermanas y hermanos pobres y marginados”. Y esa posición totalmente cristiana, profundamente humana, revolucionaria iba más allá de las palabras, por ello desde su condición de elevado representante de la iglesia católica y en una forma de llamado a sus integrantes para despertarles, para que practicaran los verdaderos postulados de la iglesia, para que le acompañaran y no le dejaran sólo en tan injusta lucha, exclamaba en su homilía del 28 de marzo de 1978: “La Iglesia no puede ser sorda, ni muda ante el clamor de miles de hombres que gritan liberación, oprimidos de mil esclavitudes.” Y en verdad, en eso se había transformado la iglesia salvadoreña y del mundo, en una institución ciega, sorda y muda frente al verdadero poder ideológico, militar y económico, el imperialismo gringo y sus lacayos: las 14 familias dueñas de El Salvador. Con grandes esperanzas a cuestas, la lucha de Monseñor Romero no se redujo a los límites de su propio país. En varias ocasiones le envió informes al Papa del momento, (década del 70). Y hubo un hecho curioso que retrató de cuerpo entero la incongruencia, la contradicción, entre los postulados doctrinales de la iglesia y su acción. Cansado de enviar informes al Vaticano, pidió una entrevista directa con el máximo representante de la iglesia. Nunca se la concedieron. Entonces, Monseñor Romero fue a la Iglesia de San Pedro, madrugó, estuvo en la plaza y en primera fila, y cuando el Papa pasó frente al grupo saludando y repartiendo su bendición, Monseñor Romero le apretó ansiosamente sus manos, se identificó y suplicó una entrevista. Gracias a esta estrategia logró romper el cerco y hablar directamente con el Papa. Pero, de nada valió, su sorpresa fue mayúscula cuando después de rendirle un informe verbal sobre la situación de su país, de los crímenes que el gobierno, ARENA, D’Aubuisson y el imperialismo cometían, observando el poco interés papal sobre su informe y petición, y con cara de fastidio el papa le respondió, dando por cancelada la entrevista, que tratara de hacer las paces con el gobierno criminal salvadoreño y que no hablara tanto, que se silenciara, ello es que no denunciara los monstruosos crímenes que hombres socialcristianos y socialdemócratas de entonces cometían bajo la acción de fuerzas paramilitares, escuadrones de la muerte, grupos como ARENA. Todos organizados, estructurados y dirigidos por la CIA, por el Departamento de Estado gringo, por militares enviados por el gobierno de USA. Casualidades ¿no? Bien dura ha debido ser esa respuesta papal. Bien fuerte y violento ha debido ser el choque entre lo que se consideraba “el santo padre” y el humilde pero digno Obispo que representaba a todo un pueblo crucificado. No alcanzamos a captar las inimaginables fronteras de su decepción ante tal situación. No obstante, ello no dio pie para que cesara en su empeño, en su lucha por denunciar las atrocidades, las torturas, los crímenes del gobierno, de Arena, de los escuadrones de la muerte y de las fuerzas paramilitares. Monseñor Oscar Arnulfo Romero tuvo que comprender el verdadero estado de su iglesia, la ruptura entre sus postulados doctrinales y la posición pragmática, adoctrinal, aguerrida defensora de los intereses imperiales y oligárquicos. Cómo le habría dolido tal situación. Imaginamos que su primera reacción fue recordar la expulsión por Jesús de los mercaderes del Templo. Pero, como lo afirma el reverendo Castro, “su pastorado tuvo esa capacidad tan Cristológica de sentir como Jesús de Nazareth, compasión por su pueblo, porque eran como ovejas sin pastor”. Como nos recuerda el Evangelio: “El Buen Pastor su vida da por las ovejas”. (San Juan 10:11) En sus homilías la verdad cabalgaba sobre sus palabras, el Evangelio guiaba su pensamiento y acción, la denuncia era su instrumento para destruir lo que por un lado expresaba verbalmente el gobierno y el imperialismo y por el otro ejecutaban. Abismos telúricos entre ambas posiciones. Y aquí admiramos a Monseñor, quien casi sólo, no en cuanto a feligresía, o al respaldo de otras organizaciones religiosas como la Maryknoll de USA (¿cierto Leopoldo Castillo?), sino en cuanto a las jerarquías mismas de su iglesia, se atrevió a desafiar aquel monstruo, complejo imperialista-oligarquía salvadoreña, con éxito. La fuerza de la verdad de sus palabras le transformó en un enemigo de grandes proporciones para los planes de sometimiento que tenían esos monstruos, esos asesinos, para con El Salvador. Hasta la embajada de Venezuela en ese país, su embajador y otros, (recordemos la triste participación de Arístides Calvani), formaban parte de esa gigantesca comparsa montada para impedir el triunfo de un pueblo sobre su propio destino, su propia historia. Monseñor Romero pedía mucho, exageraba, se desbordaba en sus peticiones: “ justicia y paz para su pueblo y para sus pobres.” Por ello, el monstruo decide su liquidación física, eliminarlo, acallar la “voz de los sin voces”, creyendo que de esa manera liquidaban ese proceso de lucha. Es la estrategia permanente, si falla la hegemonía ideológica, el esclavo, el sirviente, amando a su señor, a su esclavista, gracias a los medios de incomunicación, a las instituciones religiosas que violentan sus doctrinas y a las instituciones educativas, la salida es la agresión directa. Ello se pudo ver en El Salvador. Ello se pudo apreciar en la figura de ese gran Pastor de la Liberación, el Mártir de América, Monseñor Romero, y, es un poco lo que pasa en Venezuela. Los actores son los mismos aunque los tiempos sean otros: El imperialismo, la oligarquía, la Conferencia Episcopal Venezolana, los infelices lacayos de Súmate, Primero Justicia, AD y COPEI, y sus estrategias paramilitares y terroristas. Sólo que en Venezuela morderán el polvo. Ya los pueblos latinoamericanos se hartaron de la “libertad, la democracia y la justicia” gringa. Están concibiendo su propia justicia, democracia y libertad a la medida de sus pueblos, de sus necesidades. Un ALBA frente al ALCA. Un estadista de gran talla como Chávez y su pensamiento bolivariano, fundado en la historia y los intereses de los pueblos oprimidos frente al imperialismo y la oligarquía continental. Definitivamente, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, un hombre que interpretó los fundamentos, las raíces de la doctrina de la iglesia católica, que defendió la dignidad humana por cuanto al hacerlo defendía y honraba a Dios, un hombre que viera en la esencia de los tiempos actuales el verdadero papel de la iglesia frente a su pueblo, y que concibiera esta misión como un deber que rompe “ el silencio profético de varios siglos, en medio de un sistema cuyas estructuras oprimen –y continúan oprimiendo y humillando- la imagen de Dios en nuestras hermanas y hermanos pobres y marginados,” tenía que estar, como en efecto lo estaba, sentenciado a muerte. Sus asesinos intelectuales y uno material cumplieron su cometido, con ello trataron de asesinar la verdad, de acallar la voz de un pueblo, la tarde del lunes 24 de marzo de 1980, cuando presentaba su última y justiciera homilía en la capilla del Hospital de La Providencia, donde vivía. No vivía en un “Palacio Arzobispal”. Entre sus muchos pensamientos destacan unos, plenos de valentía, de coraje y de conciencia, que revelaba claridad con respecto a su posición y lo que podría sucederle: “ En Medellín, se describió la situación de Latinoamérica y se llegó a decir esta palabra que a muchos escandaliza: en América Latina hay una situación de injusticia. Hay una ‘violencia institucionalizada’. No son palabras marxistas, son palabras católicas, son palabras de Evangelio; porque dondequiera que hay una potencia que oprime a los débiles y no los dejar vivir justamente sus derechos, su dignidad humana, allí hay situación de injusticia. Y dice Medellín esta frase lapidaria: si el desarrollo es el nuevo nombre de la paz, los pueblos que viven en subdesarrollo son una provocación continua de violencia (Homilía 3 de julio de 1977) ¡Ay de los poderosos cuando no tienen en cuenta el poder de Dios, el único poderoso, cuando se trata de torturar, de matar, de masacrar para que se subyuguen los hombres al poder! ¡Qué tremenda idolatría que le están ofreciendo al dios poder! ¡Tantas vidas, tanta sangre que Dios, el verdadero Dios, el autor de la vida de los hombres, se le va a cobrar bien caro a esos idólatras del poder (Homilía 24 de febrero de 1980) A la Iglesia no le interesan los intereses políticos o económicos, sino en cuanto tienen relación con el hombre, para hacerlo más hombre y para no hacerlo idólatra del dinero, idólatra del poder, o desde el poder, hacerlos opresores, o desde el dinero, hacer marginados. Lo que interesa a la Iglesia es que estos bienes que Dios ha puesto en las manos de los hombres - la política, la materia, el dinero, los bienes - sirvan para que el hombre realice su vocación de hijo de Dios, de imagen del Señor (Homilía 17 de julio de 1977) La consecución del bien común y la erradicación del mal común (objetivos de la recta política) dependen, en gran medida, de la participación ciudadana. Pero ésta para que sea cualificada y tenga real incidencia en el cambio social, requiere la existencia de ciudadanos y ciudadanas críticos, creativos y cuidadores”. Por eso, por buscar la felicidad del hombre, por enaltecerlo frente al monstruo de la oligarquía y el imperialismo gringo Monseñor Romero fue asesinado para que su voz, casi solitaria, irrumpiera posteriormente en millones de voces que protestan y luchan contra la injusticia. ¡Gloria al Mártir de América! ___________________________________________________________________ * Profesor de la Facultad de Humanidades / Universidad de Los Andes / Mérida


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Julio Carrillo *


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