Los afanes de la hillary

 

De acuerdo con información desclasificada del Departamento de Estado, del que fue su titular, la señora Clinton ejerció presiones sobre el gobierno mexicano para la apertura del sector energético a las grandes empresas transnacionales. O sea que, en el papel del extraño enemigo, doña Hillary osó profanar la soberanía nacional mexicana. Salvo por su palmaria demostración documental, la noticia es vieja; en todo caso, la hoy precandidata presidencial del Partido Demócrata gringo sólo continuó con la política iniciada desde el mismo año en que el petróleo mexicano fue nacionalizado y, por cierto, mediante los instrumentos más inocuos con que tal política ha sido llevada por Washington. Sin demérito del valor de la información, me llama la atención que provoque desgarre de vestiduras y obligue al secretario de Energía a declarar que la reforma energética de Peña Nieto es de manufactura 100% mexicana, en un alarde de nacionalismo diametralmente reñido con la realidad de la venta de la patria propia del actual régimen.

La realidad es mucho más grave y lamento que, por razones que no alcanzo a comprender, los mexicanos nos encerremos en una burbuja aislada del acontecer mundial. La intelectualidad y la academia formulan propuestas para cambiar el modelo y el sistema económico, con sólidas argumentaciones y demostraciones aportadas por la historia reciente, pero dirigidas al éter o ubicadas en los términos del deber ser, como si los mexicanos estuviéramos en condiciones de decidir algo al respecto y fuésemos un país soberano. Incluso soñamos con que un gobierno diferente, que anteponga el interés nacional y el beneficio de la mayoría, podrá cambiar lo que hoy nos aqueja. Tal vez sea tan apabullante el peso de la vecindad con la mayor potencia de la historia que se opte por soslayarla o, por un prurito de dignidad, se prefiera ignorar que la soberanía se fue por el tubo de la tecnocracia neoliberal. No obstante, este es el meollo del asunto: las decisiones del orden económico mexicano no las decidimos los mexicanos conforme a nuestros intereses, sino que son otros y en beneficio de sus intereses normalmente contrarios.

Esta condición, la de preferir ignorar la realidad, se observa hasta en el discurso político de los partidos. Ninguno, ni siquiera el "peligroso" AMLO, toca el tema de la dependencia; todos hablan de una relación de mutuo respeto con los Estados Unidos, pero nada más. El antiimperialismo se limita a las expresiones de grupos marginales tildados de "extremistas". La Constitución Política, en su origen punta de lanza de un proyecto nacional independiente, ha quedado preñada de reformas que la cancelan como tal. La cultura es cada vez menos propia y más cercana a una forma de vida del estilo gringo, perversamente prohijada por los medios de comunicación. Para colmo, la democracia, limitada al falso paradigma de la representación y las elecciones, se convierte en un grillete más para mantener este estado de cosas. El nacionalismo es obsoleto y constituye una rémora para el progreso y la modernidad.

Será el sereno, pero lo cierto es que en la medida en que esta condición se arraiga en el ser nacional, la pobreza y la desigualdad se ven incrementadas, al igual que la violencia y la inseguridad. Campean el desempleo, la carencia de salud, la precariedad de la educación, la desnutrición y, en general, la insatisfacción.

Si cosas similares ocurren en países que mantienen el mismo o similar modelo económico, no es descabellado suponer que la causa sea precisamente el tal modelo. Si observamos que el pueblo griego, luego de manifestar su rebeldía y el rechazo al sistema económico depredador, se vio sometido por el manotazo en la mesa del dictado alemán. Si vemos que los pueblos latinoamericanos que optaron por la vía emancipadora, después de sufrir los perjuicios del neoliberalismo, son brutalmente presionados por la hegemonía yanqui y sus apoyadores de la oligarquía local. Si el mundo todo está revuelto y manifestándose, me resulta incomprensible que los mexicanos sigamos en el aislamiento y la comodidad de la burbuja.

Es claro que, dadas las condiciones del capitalismo imperial, ningún pueblo podrá, por sí solo, liberarse y recuperar la soberanía en su propio beneficio. A Grecia le hace falta que se sumen España y otros en la misma circunstancia. A Nuestra América le ha sido vital la coincidencia en el tiempo de movimientos y líderes emancipadores, de no ser así ya hubieran sucumbido o nunca hubieran surgido.

El proyecto mexicano tiene, por fuerza de la realidad, que ubicarse en el contexto mundial, no como la globalización neoliberal, sino justamente como la convergencia de movimientos en su contra y a favor soberanías nacionales capaces de aliarse en términos de equilibrio y justicia. Te lo digo Pedro para que me escuches Andrés Manuel.

Correo electrónico: gerdez777@gmail.com



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Gerardo Fernández Casanova


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