Llevamos días oyendo lo que es necesario hacer “por el bien de España”, “por el bien del país”, “por el bien de los españoles”. Lo han dicho desde las filas del PSOE, de Ciudadanos y del Partido Popular. También la editorial de algún diario instaba a los líderes de los dos partidos más votados a retirarse porque “los intereses de España deben estar por encima”. Más allá, todos ellos, de concebir una idea de “España”, uniforme, lisa y homogénea, obviando el derecho a decidir de las naciones históricas, me gustaría, en esta ocasión, enfatizar la vacuidad de dichas afirmaciones, que se han convertido en una mantra que a golpe de repetición ha quedado hueco de contenido. Tras estas palabras solo hay el deseo de atar “lo mío”, ya sea “mi liderazgo”, “mi partido”, “mis intereses empresariales”.
De vírgenes e infiernos
Así, con este mantra de fondo, el espectáculo de las negociaciones avanza. Pedro Sánchez se lo juega todo a cara o cruz, o toca el cielo de la Moncloa, tras un acuerdo que más que arduo parece a día de hoy, y visto lo visto, imposible, o se hunde en el más profundo de los infiernos con el finiquito de su carrera política, que tendrá probablemente como fecha de defunción, si fracasa en su intento de formar gobierno, la del próximo congreso del PSOE en el mes de mayo, o justo después de una posibles nuevas elecciones. Mientras, Mariano Rajoy se encomienda a la virgen de turno, ya no solo para que no le estallen más casos de corrupción en la cara sino para que Pedro Sánchez fracase estrepitosamente en su intento de resucitar como el ave Fénix, de entre las cenizas en las que ya lo estaban friendo los de su propio partido.
Entretanto, el escenario de ingobernabilidad se perpetua, muy a pesar de los mercados. Algunos como Goldman Sachs, uno de los principales grupos de inversión mundiales, ya pronosticaba justo después de los resultados electorales lo peor: la situación de “incertidumbre política tendría consecuencias no solo en la confianza empresarial y del consumidor sino en las previsiones de crecimiento para España”. Temblad, temblad malditos, tuneando la gran ‘Danzad, danzad malditos’ de Sydney Pollack. Sin embargo, y cómo decía Jaime Pastor, editor de la revista Viento Sur: “Bienvenida inestabilidad“. No en vano dicha inestabilidad es la oportunidad que han forjado, a base de calle y urnas, los de abajo para intentar abrir una brecha de cambio.
Cuando sopla el cambio
Algunos siguen sin entender nada. Allí están los barones y la vieja guardia del PSOE llamando a una gran coalición que la mayoría de sus votantes detesta. El PP, con la gangrena de una corrupción que le corroe las entrañas. Y, mientras, Ciudadanos, que dice ser “cambio” y no es sino muleta de un régimen en grietas, lucha lo imposible para evitar unas nuevas elecciones en las que partiría con enorme desventaja respecto a sus tres contrincantes.
Han transcurrido más de 40 días desde las elecciones del pasado 20 de diciembre y no pocos son lo que ponen el grito en el cielo, pero más de 90 días tardó Catalunya en tener gobierno, casi los mismos que tuvo que esperar Susana Díez para hacerse con la presidencia de Andalucía. Soplan vientos de cambio y la inestabilidad es solo un síntoma de los tiempos que vienen.