Mal de muchos es consuelo para los tontos. Hoy muchos descargan sus culpas de corrupción y casi se ufanan porque el fenómeno se da a escala universal. Los llamados Papeles de Panamá ponen al descubierto la manera en que se esconden los capitales mal habidos y los que se sustraen a la obligación fiscal. Ya se produjo la renuncia de un mandatario, el de Islandia, y están en serios aprietos los de la Gran Bretaña y de Argentina, entre otros. Muestran los dichos papeles que hay entidades cuya única razón de ser es la de funcionar como paraísos fiscales y se benefician de la corrupción; se trata no sólo de países artificiales de escaso territorio y población, sino también de enclaves dentro de naciones poderosas, incluidos los Estados Unidos, la Gran Bretaña y, la de mayor prosapia, Suiza.
Una lectura del asunto muestra que los instrumentos legales de combate a la corrupción son ineficaces. En el caso sólo queda el señalamiento del carácter ilegítimo de la operación, pero queda a salvo su apego a la legalidad. No hay delito que perseguir, sólo el descrédito de las personas involucradas. Mossak Fonseca, que es el despacho de abogados que instrumenta la creación de las empresas llamadas off shore, cubre todos los resquicios de las leyes para garantizar la impunidad de sus clientes. Si las leyes nacionales anticorrupción se endurecen, ya encontrarán el diseño operativo idóneo para seguir burlándolas. Es el cuento de nunca acabar.
Otra lectura llama la atención a la ausencia de personalidades del dinero sucio con sede en los Estados Unidos. Una explicación puede ser que sólo se trata de los papeles de un despacho que no es ni con mucho el único. Porque, si de dinero sucio se trata, los gringos son campeones. Ni modo que el mayor mercado mundial de drogas se maneje de manera impoluta y sólo los cárteles externos carguen con todas las ganancias del negocio. No me digan que el financiamiento a los políticos, sea en campaña o en ejercicio de cargos, es un blanco negocio que declara y paga impuestos. Hasta la industria cinematográfica muestra el grado de corrupción existente allende el Bravo, pasando desde el policía de barrio hasta los muy altos funcionarios que otorgan contratos con cargo al erario.
Pero ni con eso la corrupción se justifica. Solamente se confirma el hecho de que su combate pasa por otras vías que no son exclusivamente legales. Mientras lo que prive sea la cultura del tener y acumular riquezas, por encima del ser y de los valores morales, la lucha será inútil. Mientras el reconocimiento social privilegie a quienes tienen fabulosas fortunas, respecto de quienes más aportan al bienestar de la gente, será imparable el afán de muchos por hacerse del prestigio monetario.
En lo tocante a la corrupción en el gobierno lo importante a rescatar es la honorabilidad de las personas para que se encarguen del servicio público. La famosa democracia al estilo occidental no ofrece una posibilidad de distinguir a los honorables, sólo encumbra a los que son capaces de ganar elecciones, generalmente ayudados por las campañas de imagen que pueden hacer aparecer atractivo al mayor de los corruptos.
Hay una complicada sinergia que hace que a mayor corrupción sea mayor el desprestigio gubernamental y, a su vez, entre mayor es el desprestigio mayor es la corrupción. Una persona honorable con verdadera vocación de servicio público no fácilmente se presta a ejercerla en las condiciones del desprestigio imperante; el propio sistema los rechazará y empleará para ello el mecanismo mediático de la difamación. Haría falta una gran cultura política en la sociedad para que la facultad de seleccionar a los políticos con vocación de servicio se hiciera efectiva. Cuando alguien como López Obrador postula la dignificación de la política no me queda más que preguntarme si podrá hacerlo; me es indudable que AMLO es el más claro modelo del político de vocación, incluso que lo desborda, pero también por eso es que sea un gran solitario, seguido y apoyado por multitudes, acompañado por personas de moralidad y capacidad indudables, pero solitario al fin porque no encuentra a sus correspondientes referentes políticos, salvo en la historia. Diógenes no estaba fuera de la razón en su afanosa cuanto infructuosa búsqueda del hombre honrado.