La llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos no me sorprendió, y hasta sentí algo de alivio con su victoria. Hillary Clinton es una asesina. Algo probado en su expresión sobre la trágica muerte de Gaddafi: fuimos, vimos y murió. Sin embargo, por sus grandes contradicciones, no sabemos qué esperar del actual presidente norteamericano.
En primer lugar, el que Trump no fuera el favorito para la oposición venezolana permite inferir que Clinton habría hecho planes funestos contra el Gobierno venezolano como una invasión al estilo de Libia o Afganistán, además de la prórroga por parte de Barack Obama del decreto que nos califica de una amenaza para mantener el bloqueo económico contra Venezuela.
Luego, el que no quiera dar entrevistas a CNN, medio que contrató un actor para que se hiciera pasar por el hijo de Gaddafi, muestra que sabe que estas corporaciones mediáticas desinforman y manipulan.
Del mismo modo, en su discurso de toma de posesión, expresó que "estamos transfiriendo el poder de Washington al pueblo, y no de una administración a otra". Esas palabras, cercanas o lejanas a la realidad, lo convierten en un líder social, a diferencia de Obama, los Bush, Reagan y Carter. Sin embargo, su sionismo lo aleja de ello.
Igualmente, ha manifestado querer una relación duradera con Rusia, normalizar los lazos con este país. También ha dicho que EE.UU. no se impondrá ni invadirá más. No obstante, las declaraciones del nuevo secretario de Estado, Tillerson, sobre una transición política, en alianza con la derecha representada en Brasil con Temer y en Colombia con Santos, contradicen diametralmente esto.
Por lo anterior, aunque pretende gobernar diferente a los anteriores mandatarios de Norteamérica, puede que Donald termine igual que ellos. Por un lado, está comprometido con un ideal de justicia, y, por otro, muestra sesgo en algunos temas y racismo.