Colombia

Mi tío, un xenofóbico fiero contra los españoles, los portugueses, los colombianos, cuando estábamos todos los primos chiquitos nos llevó a ver el Circo Razzore en los espacios del “Nuevo Circo”. Él nos explicó cómo fue víctima de un naufragio, cómo se ahogaron casi todos los animales, elefantes, tigres, leones. Sin embargo nos hizo ver que Razzore era un hombre valiente –así él lo recordaba- y de seguro el Circo tenía que ser un espectáculo, seguro de como yacía entonces el viejo Razzore en su memoria.

Pero también para nosotros eso fue un acontecimiento, nunca habíamos visto un Circo de verdad, con carpas, tigres, malabaristas, trapecistas, elefantes, tigres y payasos ¡todos reales! Nada de aquellos figurines a los que nos acostumbró a televisión de los años sesenta, “Aquí está el Circo”… ¡Uf!

En los mismos años que yo conocí el Circo Razzore, o lo que quedó de él, jamás imaginé que Razzore fuera un fenómeno continental. Mi tío, que estudió en Tunja (“cachacolandia”, más allá de la frontera), odiaba a los colombianos y mucho más sus maneras taimadas, como él decía. Por supuesto, sin conocer a ningún costeño, a un García Márquez, el cual andaría por aquí indocumentado. O Marina Auristela Guanche, famosa soprano del “Quinteto contra punto” (por lo menos para mí, porque compuso el himno de mi Escuela, en el Barrio José Félix Ribas, donde estudié mi primaria), costeña (creo); porque tanto él como mi mamá venían de la provincia central del país, pero provincia al fin, llena de prejuicios y de estupideces clasistas y de sueños de superación. Okey, resulta que, después de treinta años o más, García Márquez escribió un libro hermosísimo y fundamental para nosotros, “Vivir para contarla”, en el cual vuelve Razzore y el viejo cuento de su naufragio, vuelve “La Equitativa” la famosa funeraria, y los cuentos de “Callejas”, y de pronto me quedé pegado con la imagen de García Márquez comiéndose una arepa en El Tropezón, como un paisano cualquiera: “¿este es García Márquez? “Me dije, “¿lo saludo?”… Por supuesto que no lo hice, de lo cagado que estaba. Pero sí era él, ¡el coño de su madre!….

Además mi tío fue un hombrecito del sistema, un provinciano aspirante. La literatura francesa del siglo XIX está llena de estos personajes: jóvenes que se acercan a la capital para realizar sus sueños de héroes de novelas, como pudo serlo mi tío, arrimado a la capital desde Villa de Cura, ahí mismito.

Sin embargo, en la Venezuela del siglo XX este fenómeno de los emigrantes no produce a un Julián Sorel (un resentido social), a un Rastignac (un vengador justiciero). En el siglo XX venezolano el único héroe redentor de los oprimidos es una Heroína, y se llama María Eugenia Alonso, una carajita rica medio rebelde. No hubo espacio para liberar a la provincia de ninguna aristocracia cruel y su despotismo. Solo dio una oportunidad a las mujeres de ser inteligentes, cultas y libres, en el arte y en las profesiones liberales.

Pero, a pesar de mi tío xenófilo, los colombianos han estado muy vinculados a nosotros. Y los más cercanos han sido costeños, por razones históricas y culturales, desde los tiempos remotos de la rebelión de Cartagena y el manifiesto de Bolívar. Desde entonces Colombia ha sido nuestra hermana. Hasta que esa hermandad se desapareció de repente en los años de sesenta y de ahí pa lante ha sido un eterno peo con los colombianos.

Más fácil y suave es la frontera del caribe con Colombia que la del norte de Santander, la cachaca, llena de maldades. A Colombia se la quiere por razones históricas pero recientes. El imperio sabe dividir, sabe partirnos a pedazos por métodos modernos que tienen que ver con borrar la historia, la tradición, la cultura, la memoria. Esa relación tan cercana, en cultura y físicamente, fue borrada de un sopetón luego del primer intento de separar al Zulia y Falcón de Venezuela; pero a la vez el norte de Colombia, en favor de las petroleras gringas. Es un tema pendiente y que ahora vuelve a aparecer hoy, cuando sale esta desbandada venezolanos hacia Colombia, por sazones más bien triviales: en vez de pelear y resistir se van. Pero bueno, esas son vainas mías.

Hoy, sin embargo, Venezuela está más cerca de Colombia por la costa caribeña. Las telenovelas colombianas, mal que bien, han jugado un papel fundamental para ese acercamiento, para ese conocimiento. Ni siquiera la mediática fascista ha podido con ese mercado tan poderoso de la identidad.

Colombia, gracias a Dios, conserva una cultura rebelde, es decir, una inteligencia superior que salta por encima de todos los prejuicios del mundo, centro americano y mexicano, aplastados por la bota del imperio, y esto no es una imagen. Colombia es muy suramericana y libertadora, como Venezuela, como sur américa… y la Cuba revolucionaria, se nos sale a pesar de tantos felones, pusilánimes, que no saben gobernar y no se saben gobernar.

Es decir que esa Colombia “mal hablada”, la Colombia oligarca, hija de puta, santerdariana entregada al imperio, es también un esfuerzo mediático (ahora), es más un empeño imperial, es una marca comercial de libertad y éxito hecho sobre la miseria y la muerte, pero oculta, ocultadícima a través del odio de la xenofobia, la manipulación de la historia…, y de borrar o torcer la memoria. Los colombianos “exitosos” salen y se olvidan de su pueblo y sus injusticias, inclusive los que escapan de las provincias… el resto emigra, se refugia (¡Honor y gloria a los guerrilleros libertarios colombianos!)

Viva García Márquez, el rey de la memoria, Viva “Vivir para contarla”, “Cien años de Soledad” y las arepas del Tropezón.

No soy quién para detallar todos los vínculos de hermandad que Venezuela y Colombia han tenido, pero los pocos que conozco en mí son muy intensos y estrechos, no puedo hacer diferencias con mis amigos colombianos y venezolanos. La maldad es tan internacional como lo es la amistad y la solidaridad.

Hoy vi un video donde una mujer en España no permite a una joven latina tomar un asiento en el metro de Madrid. Y pensé, eso pasa en todos los países incultos y de pueblos manipulados por las necesidades. Quizá la madre de esa señora, su abuela, o una prima hizo su vida en Venezuela o en Cuba, o en Argentina. Pero la inmediatez de sus necesidades no permite que piense en eso, que piense en cuántos españoles están pensionados por el Estado español fuera de la península, por señalar un hecho histórico, real e incontrovertible.

Esa locura xenofóbica, yo no me la calo. Mis amigos y mis amores son exageradamente humanos, todos se parecen a mí. Y, a estas alturas de mi vida, si hago memoria y auditoría de mis querencias, los orígenes, las nacionalidades, colores y regiones no han jugado un papel importante, que no sea el del chalequeo oportuno, la eterna joda que todos hemos compartido con todos nuestros seres queridos y que jamás olvidaremos. Sin embargo para mí y mis similares resulta absurdo asesinar a un ser humano por razones tan ridículas, como la nacionalidad, el color de la piel, o su clase social, por odio por prejuicios, ni siquiera por venganza.

Ni siquiera por razón alguna. Sin embargo, somos seres humanos y capaces de asesinar alguna vez, potencialmente asesinos, por esa razón no debemos hacer de eso el método para desaparecer nuestros problemas, eso es desastroso. Si fuera el caso matar a otro ser humano, bueno que sea por razones de vida, muy humanas, y no por prejuicios, desprecio o indiferencia.


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Marcos Luna

Dibujante, ex militante de izquierda, ahora chavista

 marcosluna1818@gmail.com

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