Las perspectivas adversas que le tocado sufrir la economía de la región latinoamericana -en medio de una confrontación entre Estados Unidos, Rusia y China que hace oscilar los mercados hacia una u otra dirección, en una puja de colosos no del todo definida- ha impulsado a varios analistas y economistas a plantearse algunos escenarios posibles que revertirían el estado de estancamiento y de decrecimiento en que ésta se halla, en apariencia, desprovista de soluciones prontas o factibles. Sin dejar de lado sus raíces capitalistas, gracias a los resultados nefastos o destructivos observados durante más de tres décadas, pocos de ellos osan negar la existencia y la influencia de un sistema capitalista neoliberal de dominación (aunque haya gente que no comparta tal nomenclatura) que se ha extendido a todo nuestro planeta, alterando las prácticas y los valores sociales tradicionales, mayormente los provenientes de nuestros pueblos originarios, los más afectados por la lógica de la ganancia que sostiene dicho sistema al adentrarse en sus territorios y explotar los recursos naturales allí existentes; causando destrucción de todo tenor. Lo interesante del caso es que la mayoría coincide ahora en la necesidad (para algunos, urgente) de propiciar cambios en el sistema capitalista, de modo que éste evolucione hacia lo que sería, según sus percepciones, un sistema realmente más equitativo y ecológico de lo que es actualmente.
Sin embargo, en la gran mayoría de las naciones de nuestra América prevalece la idea de atraer -como solución a la crisis económica- capitales extranjeros que puedan establecerse en sus territorios, bajo garantías y condiciones especiales y excepcionales, de manera que exista la inserción de sus respectivas economías en el mercado mundial capitalista; siendo ésto, prácticamente, la agenda única que manejan los gobernantes de esta parte del mundo, lo que supone una vuelta de hoja. Antes, como lo resume Julio C. Gambina, economista y profesor universitario argentino, «lo que definía las estrategias políticas eran la continuidad bajo el desarrollo capitalista o la posibilidad de la independencia y un desarrollo alternativo al capitalismo. En el presente, bajo la denominación de "emergentes", todo se reduce a la captación de inversores externos, lo que requiere ofrecer ventajas a esos inversores. Los inversores buscan reducir el costo de producción, especialmente el laboral. Por ello la presión en curso por reformas laborales o previsionales». Siguiendo con lo trazado por este autor, los países calificados de emergentes serían reducidos a la simple condición de captores de capitales en busca de rentabilidad. Como él lo afirma, «es un endulzante, no solo del lenguaje; sino una licuación de una caracterización histórica para superar la dependencia y el capitalismo, que aleja cualquier perspectiva de emancipación». La situación crítica que envuelve a la mayoría de nuestros países hace que los gobiernos vean solamente esta posibilidad, la captación de capitales en busca de rentabilidad, como la solución a la mano para superar los escollos existentes en un tiempo corto o inmediato, esperando que ello sirva para dinamizar la economía nacional y, gracias a ésto, para detener la caída del mercado laboral que, a consecuencia de la pandemia del Covid-19, se ha visto aún más reducido; obviando, a grandes rasgos, la realidad innegable de dependencia y de subdesarrollo que ha marcado la historia, desde hace más de un siglo, de cada uno de estos países.
Con el Covid-19 de trasfondo, la brecha entre las naciones con altos ingresos económicos y aquellas con bajos ingresos se manifiesta en mayor medida en nuestra América. De acuerdo al informe emitido por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), «en el último año, la tasa de pobreza extrema habría alcanzado el 12,5% y la de pobreza el 33,7%». Esto no obsta que el Fondo Monetario Internacional y la Cepal hagan una proyección de crecimiento para América Latina en este año, en lo que tendría una incidencia importante la vacunación masiva contra la pandemia. Aún así, los expertos en materia económica son conscientes del énfasis que debe prestársele a la inversión, lo mismo que la aplicación de políticas para impulsar el crecimiento de sectores más intensivos en tecnología que sean, a su vez, generadores de empleos de calidad. Todo ello acompañado de una reestructuración de los sistemas de salud y educación existentes, de un ingreso básico que le permita a la población trabajadora satisfacer sus necesidades materiales, la promoción y el fortalecimiento de las pequeñas y medianas industrias y empresas; lo que, como efecto, permitirá avanzar hacia un nuevo modelo de desarrollo. No obstante, lo que pueda lograrse en materia de inversión, empleo y diversificación productiva sostenible tendría que reflejarse -sin dejar de reconocer el arduo camino que se tendrá que recorrer durante los próximos años- en la adopción de nuevos esquemas o paradigmas que le faciliten a nuestra América superar los escollos difíciles creados por el capitalismo, sobre todo el de las últimas tres décadas bajo la nefasta advocación neoliberal.