Radicalismos y confianza recíproca en el nuevo contexto mundial

El nuevo contexto de la vida política en la mayoría de las naciones de nuestra América (por no abarcar al resto de continentes) nos transmite la idea de una polarización, al parecer insuperable, entre grupos opuestos radicales: derecha e izquierda, si seguimos la tradición derivada de la Revolución Francesa de 1789 y que se ha mantenido algo incólume hasta el presente siglo. Esto se ve, y es copiado, en países de Europa y Estados Unidos, teniendo versiones semejantes desde México hasta Argentina; limitando en gran parte la originalidad y la creatividad que pudieron manifestarse en estas latitudes cuando se imponía establecer un orden democrático hasta ese entonces inexistente, producto del largo periodo de dictaduras y de autocracias que se sucedieron tras la independencia del reino de España. Ésto tiene sus repercusiones en el surgimiento de posiciones ultranacionalistas, supremacistas e identidades locales que suelen confundirse con la xenofobia y el racismo, afectando a millones de personas que se han visto obligadas, por distintas circunstancias, a emigrar de sus naciones de origen, en algunos casos, a costa de sus vidas.

Las barreras creadas bajo tal contexto han generado un clima de ingobernabilidad en varias partes, a tal punto que pareciera no existir posibilidad alguna para restaurar el respeto y acatamiento de las leyes e instituciones públicas o, por lo menos, la disposición de los polos enfrentados por alcanzar un consenso viable con el cual se aseguren los derechos de unos y otros por igual. Un ejemplo a la mano es lo ocurrido en Colombia tras la firma del acuerdo de paz entre los principales grupos insurgentes y el gobierno. En tal sentido, también podría citarse a Venezuela. Sin embargo, la incertidumbre que estas situaciones provocan, podría reducirse y erradicarse mediante la aparición y el activismo de nuevas fuerzas sociales y políticas que propongan opciones que motiven la participación y protagonismo de las mayorías.

La subordinación al Estado (concebido de una u otra forma, o producto de un pacto social, como lo definiera siglos atrás Jean Jacques Rousseau) ya no responde a los cánones clásicos del poder. Los sistemas burocráticos se ven rebasados por las exigencias múltiples de grupos de ciudadanos diversos, cada uno con intereses y propuestas específicas, para los que resultan obsoletos e ineficientes, obligándose a responder de forma coyuntural, con pésimos o nulos efectos. En razón de ello, ningún tipo de radicalismo político, negado a plantearse cualquier asomo de diálogo con sus oponentes, podría satisfacer estas demandas.

Recurriendo a la obra «Más allá de la izquierda y la derecha. El futuro de las políticas radicales» de Anthony Giddens, «es preciso distinguir entre el conservadurismo y la derecha. "La derecha" significa muchas cosas distintas en diversos contextos y países. Pero uno de los principales usos que se dan hoy al término es para referirse al neoliberalismo, cuyos nexos con el conservadurismo son, como mucho, tenues. Porque, si el conservadurismo tiene algún significado es el deseo de conservar: Y, específicamente, el de conservar la tradición, como "sabiduría heredada del pasado". El neoliberalismo no es conservador en este sentido (bastante elemental). Por el contrario, desencadena procesos radicales de transformación, estimulados por la constante expansión de los mercados». Así que, si bien es cierto que tienen en común la adversión a todo rasgo socialista revolucionario, la derecha conservadora y el neoliberalismo capitalista (opuesto a las tradiciones) tienen características no necesariamente compatibles. Lo mismo puede afirmarse de quienes se identifican como de izquierda o socialistas, con un porcentaje de ellos de acuerdo con los postulados e intereses del capitalismo globalizado, justificándolo como un mal necesario que, a través del Estado, podría controlarse; lo que habla de cierto estancamiento teórico-ideológico, causado, principalmente, por la eclosión sufrida por la Unión Soviética y el éxito relativo del capitalismo en su versión neoliberal.

A fin de trascender el radicalismo político representado por lo que aún se denomina derecha e izquierda, será imprescindible establecer, o restablecer, valores universales con que puedan identificarse todas las personas, entre éstos la solidaridad (contraria al egoísmo propiciado por el mercado neoliberal), sin menoscabo de su derecho a la individualidad; creando lazos de interdependencia que puedan extenderse a nuestro entorno natural. Esto implica asumir una actitud de confianza recíproca y un compromiso social de respeto a las diferencias, superando la división tradicional de intereses que ha caracterizado a la historia humana. Gracias a ello, será factible (aunque otros lo nieguen, cegados por su «radicalismo») una política emancipadora que se refleje, por una parte, en una transformación esencial de las relaciones de poder y, por otra, en una transformación esencial de las relaciones de producción, combinándolas en un mismo proceso y, por ende, abarcando un ámbito universal más amplio que el de individuos centrados en sus concepciones radicalizadas.



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Homar Garcés


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