Ni Putin, ni OTAN, ni carestía

Las espantosas imágenes de decenas de cadáveres en las calles de la ciudad ucraniana de Bucha constituyen un nuevo grito contra la invasión rusa, una prueba de resistencia del pueblo ucraniano y un recordatorio de que, en sus guerras, los muertos los ponemos nosotros. Hay que multiplicar las respuestas contra la criminal guerra de Putin. Este fin de semana se celebraron manifestaciones en algunas de las principales ciudades del reino. A tenor de la dispersión, se ve que no está resultando fácil forjar los imprescindibles puentes entre el activismo pacifista autóctono, la creciente comunidad ucraniana y la inmigración rusa contraria al militarismo de Moscú. Puentes que solo pueden ser fuertes si se basan en el interés común, en la defensa de la vida, una paz justa que parta de los derechos nacionales del pueblo de ucrania, la retirada de las tropas rusas, el castigo de los responsables en el Kremlin y el rechazo al militarismo de la OTAN y los Estados que la componen.

Fuera de Ucrania, la carestía (9,8% de inflación en España) desangra a la población trabajadora y modesta de toda Europa. Sánchez se trajo de la cumbre europea, de la mano de Portugal, la "isla energética peninsular". A la misma sumó la promesa de mitigar la situación con 6 mil millones de euros en ayudas y 10 mil millones en créditos ICO. Cuando la semana pasada fue al Congreso de los Diputados a explicarla, la propia inflación, la codicia de las eléctricas y energéticas, la especulación y la "sisa legal" que efectúan las principales cadenas de alimentación reduciendo las cantidades que ponen en los envasados o la subida previa de los precios, ya se habían "comido" la mayor parte del discurso. Es imposible intentar casar los intereses de los grandes capitalistas con los de la mayoría de la población. No se trata de buenas o malas intenciones, sino de diferencias de clase. De diferencias entre quienes, como propietarios de los medios de producción, explotan trabajo para acumular capital y quienes debemos vender nuestra fuerza de trabajo para vivir. La lógica basada en el beneficio privado de cada capitalista y en la explotación caótica y sincopada de todos los recursos imposibilitan cualquier iniciativa de control sobre los precios. Solo hay un medio de doblegar la voracidad especulativa de la minoría super rica, lograr que el poder político (el gobierno) intervenga y coloque bajo control democrático de la población ramas determinantes de la banca, de las principales empresas energéticas y de la alimentación. Es decir, que se ponga orden al caos capitalista y se someta su irracionalidad a la voluntad de la mayoría de la población. Mientras eso no llega, únicamente la movilización social permitirá recuperar algo de lo que se pierde.



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