La «nueva Guerra Fría» impuesta por Estados Unidos a raíz del conflicto de Rusia con Ucrania viene a concluir un largo período de propaganda y de puesta en práctica de estrategias y de tácticas dirigidas a crear las condiciones objetivas y subjetivas que ayuden a preservar el orden establecido, ya sea el regido por el imperialismo gringo o por aquel que beneficie a sus aliados, las oligarquías locales. Esto ha creado una mentalidad de intolerancia extrema, a tal grado que la vida de las personas que no encajen en esta realidad sencillamente es suprimida, ya sea de manera individual o de manera colectiva, siendo algo apenas reseñado por los medios informativos, como ocurre regularmente en nuestra América donde ello es parte de la cotidianidad que se vive.
Es por eso que, en el presente, extendiendo dicha realidad a toda la vida social, las ciencias sociales tienen ante sí un cúmulo de situaciones que extreman un estudio acucioso sobre sus orígenes y sus consecuencias que pocas veces llega a rebasar esta exigencia. Las múltiples formas que adopta la violencia en hogares, comunidades y naciones, junto con la reiterada violación de los derechos humanos por las autoridades, el imparable aumento de la desigualdad social y económica entre individuos y naciones, el grave daño que se causa a diario al ambiente y a todos los seres que moran en cada espacio de la Tierra, la militarización de los territorios por razones económicas, las demandas de movimientos populares por un mundo mejor y los diferentes efectos de la pandemia del Covid-19 que han hecho más vulnerables a los sectores de bajos recursos; todo ello debiera motivar una toma de conciencia, si se quiere revolucionaria, que contribuya a deconstruir y a erradicar los paradigmas imperantes del actual modelo civilizatorio. Sin embargo, siendo éstos originados y sustentados por el pensamiento eurocentrista, base de la hegemonía estadounidense y europea (más la primera que la segunda), todo parece supeditarse a los intereses y a los valores de los grandes centros de poder que lo representan; lo que dificulta la puesta en práctica de opciones verdaderamente válidas y factibles que acaben con los mismos. Por eso, perdura esa mentalidad de la guerra fría que ha abarcado todos los ámbitos, generalmente sin aceptar que ésto ocurre, pero que se evidencia a través del tratamiento mediático que se le da a eventos y personajes, principalmente políticos, tipo el conflicto ruso-ucraniano, la rusofobia derivada de éste y los epítetos aplicados, en consecuencia, al presidente Vladimir Putin.
Muy a pesar de los variados intentos por hacer de la política un violento escenario de Guerra Fría, es asertivo repetir las palabras de Álvaro García Linera: «La justicia y la igualdad siempre son esperanza. El resentimiento, el escarnio y el racismo no pueden serlo. Eso es la derecha, que quiere construir un mundo futuro fundado en la bilis y el odio. Nosotros, por el contrario, tenemos que construir un mundo alegre, fundado en la justicia y en la igualdad». El compromiso de transformar la realidad no puede ni debe limitarse al simple enfrentamiento de odios y resentimientos, adornados con pretensiones democráticas, humanitaristas y pluralistas. Se requiere construir el porvenir de otra forma diferente a lo que es el pasado de nuestros pueblos.
Las viejas creencias y las viejas prácticas sobre las que se erigieron nuestras viejas repúblicas resultan inadecuadas para enfrentar y solucionar los viejos y los nuevos problemas que agobian a nuestros pueblos, envueltos en una incertidumbre que los obliga a fijar su mirada en lo inmediato y poco en el futuro. Le corresponde, en consecuencia, a los movimientos populares y a las organizaciones políticas de avanzada, opuestos al dominio tradicional del capitalismo y el Estado burgués liberal, orientar la lucha y recuperar la iniciativa histórica para hacer de esto una utopía concreta. Ésta debe tener en cuenta la reversibilidad de la catástrofe climática que, a diario, afecta a todas las formas de vida del planeta, incluidos suelos, aire y aguas; lo que exigirá erigir una economía medioambientalmente sustentable, con la cual se tienda a adquirir una mentalidad de contenido social y una coexistencia con la naturaleza, viéndonos como parte de ella. Esto trasciende la dupla tradicional del capitalismo y el Estado burgués liberal, lo que, a su vez, se desmarca de la política con mentalidad de Guerra Fría con que se nos pretende etiquetar, remontándonos a un pasado que sólo nos serviría para no revivir las injusticias y los errores cometidos.