Una verdad irrefutable, de mucho tiempo establecida, es que el capitalismo necesita de sistemas políticos que no limiten sus movimientos internacionales de capitales. Es decir, que no le impongan restricciones legales y protejan la acumulación capitalista. Esto ha traído como consecuencia que se tolere a regímenes fascistas o totalitarios, como ya ocurriera durante el siglo pasado en Europa con Mussolini, Hitler o Franco, o la cadena de dictaduras que, bajo la tutela de Estados Unidos, caracterizó la historia de las naciones del cono sur de nuestra América, a pesar de sus desmanes en materia de derechos humanos. Otras consecuencias se reflejan en la desigualdad social y en la explotación irracional de recursos naturales, lo cual afecta principalmente a los países que suelen calificarse como en vías de desarrollo o subdesarrollados, siendo ésta una condición favorable para quienes controlan el sistema capitalista mundial.
Así, más allá de lo que se pudiera percibir a simple vista, David Barrios Rodríguez, en su Tesis sobre la militarización social en América Latina y el Caribe, expone que «los efectos devastadores del proyecto político, económico, cultural y social del neoliberalismo, se combinan con los de los cada vez más frecuentes desastres naturales, conformando lo que se ha caracterizado como una “convergencia catastrófica”, aquella en la que cada uno de sus componentes profundiza y se expresa en los otros. Esto se presentaría con mayor virulencia en el “Trópico del caos”, es decir, la franja del planeta entre los Trópicos de Cáncer y Capricornio, en los que poblaciones históricamente relacionadas con la agricultura y la pesca (casi 3 mil millones de personas) se ven enfrentadas a los efectos del cambio climático, lo que coloca en el panorama el incremento de distintas expresiones de conflictividad social, lo que incluye fenómenos de violencia armada y guerras». Como el mismo autor lo señala, son dimensiones de una crisis de carácter civilizatorio, una crisis que, por cierto, pocos quieren percibir sin escándalo y, menos, se plantean resolver de un modo que pueda, o deba, ser radical. Esto no sería una simple elucubración si en cada región del planeta, incluyendo aquellas en donde la presencia humana es un elemento mínimo o ausente, no hubiera registro de los efectos devastadores de la crisis climática que nos envuelve a todos, lo que ha sido planteado en las muchas cumbres convocadas para tratar este tema.
La universalización de los mercados de capitales a través de lo que se conoce en la actualidad como revolución 4.0 ha logrado, entre otras cosas tangibles, la alteración del orden mundial vigente. Cuestión que se maximizó a causa de la pandemia de la Covid-19, obligando a muchas personas a reprogramarse en un sentido productivo, lo que destapó en muchas de ellas sus potencialidades como emprendedoras, dándole un cariz diversificado a las economías de sus naciones. Al mismo tiempo, esta universalización de los mercados de capitales pone sobre la mesa la necesidad de conseguir una redistribución humanitaria que contribuya a moldear un nuevo tipo de sociedad, combinando la eficacia que se demanda de las instituciones del Estado, a través de una democracia efectivamente participativa y protagónica, y la igualdad social con la cual deje de existir el abismo tremendo que existe entre aquellos que poseen capitales que superan el presupuesto anual de algunos gobiernos y quienes apenas tendrían lo básico para sobrevivir.
Ahora, cuando nos hallamos cercados por un capitalismo de vigilancia (representado por las grandes corporaciones transnacionales tecnológicas), convertido en amo y guardián del mercado, de la comunicación y de su contenido, se observa cierta una incompatibilidad entre éste y la exigencia cada día creciente de representatividad y participación ciudadana de las mayorías. Acá es necesario acotar que, lejos de propiciarse una sociedad mundial que comparte el conocimiento y participa libremente en los espacios digitales de la comunicación, se han instaurado unos modelos de conducta, una unidireccionalidad del pensamiento y una abierta discriminación de aquellos que no respondan a los intereses del sistema actual y defienden su idiosincrasia y diferenciación. Es lo que resume Ignacio Ramonet como “la conquista mediática del planeta”, en lo que sería una tecnoutopía. En tal sentido, muchos analistas coinciden en señalar que las nuevas tecnologías no estarían contribuyendo al perfeccionamiento de la democracia sino todo lo contrario. Antes que resignarse a su concreción y continuar imitando el modelo productivista y destructivo de «desarrollo», habrá que buscar enfoques diferentes y modificar radicalmente, entre otros elementos, los modelos de consumo existentes. Con ello se podrá revertir la convergencia catastrófica a la cual nos ha conducido, prácticamente de modo inevitable, el neoliberalismo capitalista.