Por primera vez en la historia de Colombia, un candidato de izquierda ganó las elecciones presidenciales. Por primera vez, una mujer negra y de clase trabajadora (minera y empleada doméstica) fue elegida vicepresidenta. El continente latinoamericano nunca deja de sorprendernos y si las sorpresas a veces nos deprimen, otras veces nos llenan de esperanza. Y en este caso la esperanza es decisiva porque la alternativa, tanto en Colombia como en el continente, sería la desesperación y el posible colapso de la ya frágil democracia. Por lo tanto, es importante analizar las causas de esta victoria y lo que significa.
En este país de 49 millones de personas donde una cuarta parte de los votantes tienen 28 años o menos, la gran mayoría de los jóvenes votaron por Gustavo Petro y Francia Márquez (especialmente los de entre 18 y 24 años). Es en la juventud donde la necesidad de cambio es más vívida. Fue una de las principales fuerzas de la movilización nacional que en 2021 detuvo al país para exigir el fin de las políticas de austeridad neoliberal. Fue el famoso Paro Nacional el que resultó en 46 muertos en enfrentamientos con la policía y el ejército. La energía inconformista que el Paro generó se canalizó con éxito en estas elecciones. Dos factores contribuyeron decisivamente a ello: el uso persistente y competente de las redes sociales que sedujo a la generación TikTok y desmanteló la argumentación fraudulenta, elitista, misógina y racista del candidato de derecha y expuso los «esqueletos en el armario» de muchos (incluidos periodistas) que la apoyaron; la movilización de artistas e intelectuales que convirtieron la elección de Petro y Francia en un acto de cultura contra la barbarie.
Las principales reformas estructurales propuestas por Petro y Francia son las siguientes: movilizar a la sociedad colombiana como una sociedad solidaria que reconozca y recompense el trabajo de cuidado de las mujeres; una nueva relación entre sociedad y naturaleza que priorice la defensa de la vida por encima de los intereses económicos, promueva la transición energética y democratice el conocimiento medioambiental; pasar de una economía extractiva a una economía productiva que reduzca la desigualdad en la propiedad y el uso de la tierra a través de la reforma agraria y el acceso y uso del agua y transforme el mundo rural colombiano en una parte clave de la justicia social y ambiental; asegurar el cumplimiento de los acuerdos de paz de 2016 mediante la promoción de un nuevo contrato social que garantice los derechos fundamentales, en particular los derechos de las víctimas de los conflictos armados, y una política de coexistencia pacífica y reconciliación.
Es la primera vez en el continente que una agenda feminista centrada en el cuidado tiene tanta prioridad. No se trata de un feminismo de clase media tan a menudo falsamente radical y políticamente equivocado (por ejemplo, en el caso del golpe de 2019 contra Evo Morales), sino de un feminismo negro consciente de la multiplicidad de opresiones (sexistas, racistas, clasistas) siguiendo a Angela Davis. También es la primera vez que la agenda ambiental asume tal prioridad en un programa de gobierno. En cualquiera de estos casos no se trata de improvisaciones de última hora, sino de políticas y convicciones construidas a lo largo de los años y probadas en la práctica de la actividad política anterior tanto de Petro como de Francia.
Estas elecciones tendrán un impacto en el continente. Sin duda, ayudarán a fortalecer el momento de soberanía y autonomía hacia los Estados Unidos que vive el continente en vísperas del endurecimiento de las relaciones entre los Estados Unidos y China y la lucha por el control de los recursos naturales y el comercio internacional que tendrá lugar allí. A partir de hoy, los presidentes de México y Bolivia se sentirán menos solos (e incluso recompensados) en la lucha que recientemente libraron contra la farsa de la última Cumbre de las Américas convocada por EEUU, con sus habituales exclusiones unilaterales.
Además, la democracia colombiana puede ayudar a desarmar los golpes antidemocráticos que se están preparando en el continente. Es tranquilizador ver que el candidato perdedor, que se había afirmado como antisistema, se apresura a reconocer los resultados electorales y felicitar al candidato ganador. Y lo mismo puede decirse del actual presidente Iván Duque, con su llamada telefónica a Petro, convocándolo a reuniones en los próximos días con el fin de garantizar una transición suave y transparente. Por otro lado, las elecciones en Colombia muestran la fragilidad de los candidatos de la derecha antisistema. La obsesión de Rodolfo Hernández con la corrupción solo pretendía ocultar que él mismo fue acusado de corrupción. Quizás la obsesión de Bolsonaro con la posibilidad de un fraude electoral solo pretende ocultar que el fraude es él mismo.
El impacto real de estas elecciones en Colombia dependerá de muchos factores. Por ahora, la paz se ha vuelto a respirar, lo que no sucedía desde 2018. A finales de mes, la Comisión de la Verdad entregará su informe final. Sin duda será un documento importante con recomendaciones que el nuevo equipo político no dejará de tener en cuenta. Llega en un momento de esperanza y estoy seguro de que ayudará a fortalecerla y darle consistencia. No será, como se temía, un documento a contracorriente. Será un documento que empujará la corriente. Enterrado el peso del plomo de la guerra, la navegación será más ligera. Enviado a Other News por el autor. Traducción de Bryan Vargas Reyes
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*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial