El triunfo electoral de Gustavo Petro, convirtiéndose en el nuevo presidente de Colombia e identificado como de izquierda, ha producido en muchas personas, dentro y fuera del hermano país, cierta euforia sobre los cambios que éste impulsaría. Frente a él se presenta un panorama lleno de aristas de todo tipo que debe afrontar decididamente si su propósito es propiciar un verdadero cambio en el escenario político, social y económico colombiano, acabando con los resabios oligárquicos dominantes. No será una tarea fácil, pues el desmontaje de las estructuras creadas por el urribismo implica cambios no solo de personajes en cargos del Estado sino también de leyes que permitan acometerlos sin las trabas burocráticas acostumbradas en nuestros países.
A fin de entender lo ocurrido en las urnas electorales del pasado fin de semana, habrá que considerar que el capitalismo neoliberal mafioso, derivado del bipartidismo liberal - conservador que dominó un gran porcentaje de la historia republicana de Colombia, hizo que la vida de cientos de luchadores sociales y políticos, a los que se sumaron los ex combatientes de la guerrilla que aceptaron los diversos planes de paz acordados con los gobiernos de turno, estuviera bajo constante amenaza y, de una manera sistemática, eliminada, sin importar el método utilizado. Los últimos efectos de la violencia desatada luego del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán adquirieron un nuevo formato bajo el narcotráfico y el paramilitarismo, estando bajo la tutela del Plan Colombia orquestado por el imperialismo gringo como estrategia de dominación directa de la región sur de nuestra América. A ello hay que agregar la profunda brecha entre ricos y pobres con un esquema económico neoliberal mediante el cual se quiso presentar al país como uno de los más destacados del continente en materia de desarrollo, lo que contrastaba con la realidad de desigualdad de la población colombiana.
Así, la movilización nacional que tuvo lugar en 2021, mayormente protagonizada por jóvenes inconformes con las políticas de austeridad neoliberal implementadas por Iván Duque, fue algo que indicó que la vieja clase política había perdido el grado de legitimidad que exhibía desde 1948 y que no tenía más asidero que el uso tradicional de la fuerza. En medio de todo esto, el presidente Duque (igual que su mentor y antecesor Álvaro Uribe Vélez) mantuvo una constante confrontación y provocación contra el gobierno de Nicolás Maduro, haciéndole el juego a Estados Unidos para desencadenar el caos en Venezuela y, eventualmente, una situación de guerra abierta que obligara a Washington y a sus aliados de la región a intervenir para acabar de una vez por todas con el chavismo.
A Gustavo Petro le tocará gobernar en medio de diversos intereses creados. Tendrá que estimular una presencia y un protagonismo de los sectores populares que le sirvan de base de contención ante las posibles maniobras que implementen los grupos y sectores reaccionarios (incluyendo a los militares, muy estrechamente vinculados con el Pentágono estadounidense) para desestabilizar su gobierno. Además, tendrá que mostrarse independiente en el manejo de la política exterior, dada la actitud segundona de quienes han ocupado la Casa de Nariño, sobre todo durante las décadas más recientes, y una prueba de esto será la relación que debe promover junto a Venezuela en lo atinente a la migración y al comercio entre ambas naciones, cuestiones que deben abordarse a corto y mediano plazo. Hasta ahora, las expectativas sobre lo que haría Petro son positivas pero no se pueden enmarcar, a priori, en lo que clásicamente sería un gobierno de izquierda, como algunos ya lo han proclamado, sin entender ni atender lo que es la complejidad de la realidad que le tocará manejar al asumir el mandato dentro de poco tiempo.