La recientemente realizada cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en España determinó que es vital para sus gobiernos la contención de China y de Rusia, a quienes calificaron de amenaza a sus intereses en el escenario global; lo que extiende su papel neocolonial en los demás continentes, de modo que pueda y consiga conservar y reforzar su hegemonía (lo que podría denominarse, en el caso de nuestra América, neomonroísmo, sin ser mucha novedad), por lo que gobiernos como los de Irán, Cuba, Nicaragua y Venezuela son objetivos a ser atacados por todos los medios, a fin de evitar que sus gestiones resulten exitosas y sirvan de ejemplo a las demás naciones. Esto no es simple retórica. Para los grupos dominantes de Estados Unidos y Europa es un asunto de vida o muerte, a sabiendas que, desde hace más de cuatro décadas, el neoliberalismo capitalista proyectó un mundo de progreso infinito y de satisfacción de las necesidades si se seguían sus patrones de destrucción del Estado de bienestar, pérdida de derechos sociales y laborales, control absoluto de recursos naturales estratégicos y consolidación del dominio plutocrático, lo que se tradujo en el ataque sistemático a los gobiernos que no se apegaran a sus dictámenes, guerras violatorias del derecho internacional, imposición unilateral de sanciones y bloqueos económicos y estigmatización de los movimientos y luchas populares; llegándose el momento de hacerlo más descaradamente, sin más justificaciones que las suyas.
Con ello, estando al frente de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, Estados Unidos está aplicando la estrategia de la militarización de la producción, la distribución, el comercio y la comunicación, dejando a un lado cualquier atisbo de consideración legal y moral; lo cual quedó reflejado en el Nuevo Concepto Estratégico de Madrid, documento en el cual se plantea combatir todas las amenazas y desafíos que existan o puedan surgir, recurriendo a una mayor "cooperación civil-militar", en asociación con la industria y donde se articulen "los gobiernos, el sector privado, y la academia para reforzar nuestra ventaja tecnológica". Es la conformación de una estrecha alianza entre las grandes corporaciones transnacionales, los centros financieros mundiales y el complejo militar-industrial que domina Estados Unidos, con una perspectiva claramente belicista bajo la cual quedaría subordinada toda soberanía. Para la OTAN (lo que es decir, Estados Unidos), aunque no haya amenazas probables, cercanas e inminentes a la seguridad atlántica, es indispensable tener a la vista un enemigo que confrontar, como ocurre con China, Rusia y toda otra potencia que desafíe el status quo internacional.
Como lo reseña Andrés Piqueras en su artículo «La OTAN se hace global», "desde la caída de la URSS, EE.UU., al sentirse única potencia mundial, viene pergeñando distintos documentos en los que ha ido diseñando su estrategia global. Así, por ejemplo, la Doctrina de la ‘Dominación Permanente’, en la que contemplaba la reestructuración del dominio mundial estadounidense, la adaptación a un nuevo tipo de guerra o un nuevo America Way of War. También, en el que se conoció como ‘Plan Rumsfeld-Cebrowski’ (salido de la al parecer recién creada Oficina para la Transformación de la Fuerza), en el que se concebía la reestructuración total del ‘Medio Oriente Ampliado’ (toda la región de Asia Occidental y África Nororiental). Una vez que comenzó a identificar a China como enemigo a batir, cobraría existencia la Doctrina del ‘Pivote asiático’ y el Documento ‘Ventaja en el mar’, que apuntan a rodear al gigante asiático mediante un despliegue de instalaciones militares y medios de combate para impedir y/o limitar el abastecimiento energético de China por vía marítima». Sus objetivos son bastantes amplios y ambiciosos, ya que abarca la totalidad de las distintas regiones del planeta, incluyendo a Europa (con Israel a la distancia, en el Oriente Medio) que vendría a constituirse en un apéndice del imperio gringo, despojada de cualquier gesto de autonomía, como pudo ser la Unión Europea.
La OTAN y su geoestrategia del ingobernabilidad planetaria es lo más opuesto a la idea democrática de universalismo pregonado por el pensamiento liberal o eurocentrista como ideología dominante, el único racional y dotado de vigencia absoluta. Aunque no debiera causar extrañeza alguna, puesto que éste siempre se impuso al resto de la humanidad sobre la creencia de la superioridad racial de Europa; de otro modo, sus monarquías no habrían subyugado América, África y Asia durante algunos siglos, y menos se habría consolidado el capitalismo como sistema económico. El alfa y omega de este paradigma no es otra cosa que acaparar y controlar riquezas y poder sin límites a una escala global. Por ello, a Estados Unidos y sus subordinados les preocupa y aterroriza la idea del surgimiento de un mundo multipolar y multicéntrico donde su dominio quedaría completamente reducido, igualándose a las demás naciones de la Tierra. La incompatibilidad que esto supone frente a una realidad humana que demanda mayores niveles de igualdad social, de distribución equitativa de la riqueza y de mayores espacios de participación democrática debiera motivar en toda persona el compromiso solidario con todas las causas justas, las que defienden la democracia y los derechos humanos y ambientales ante la voracidad de poder del capitalismo y de su fase superior, el imperialismo, ahora yanqui-otanista. Sin embargo, esta gran tarea histórica demanda un combate continuo contra los paradigmas vigentes, gran parte de los cuales representan la legitimación del sistema-mundo que debiera cambiarse, en función de la vida en nuestro planeta.