El Imperio romano, fue una civilización que dejó huellas indelebles en la historia de la humanidad. Su influencia, se puede ver en casi todos los aspectos de la vida moderna; desde nuestro sistema de gobierno hasta nuestro idioma, arte y arquitectura. En contraste, el Imperio norteamericano, actualmente en decadencia; quedará marcado, tal cual lo definió el Libertador Simón Bolívar, dos siglos atrás: «…los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad…» (Carta de Simón Bolívar al coronel Patricio Campbell, Guayaquil, 5 de agosto de 1829). EEUU, simboliza al imperio del mal, cuya trascendencia, ha dejado un legado harto negativo, que perdurará en las generaciones futuras, tal cual lo definía ese gran hombre que fue Bolívar, el Libertador de la América. Es el típico ejemplo de la trascendencia negativa, la que define el legado dejado a la posteridad por el imperio estadounidense. Con un sistema de gobierno, retrógrado, en comparación con las repúblicas independientes. Nada que ver, con lo ocurrido en la Roma imperial, que siendo, un sistema político: no democrático, según los estándares modernos, introdujo conceptos de representación y ciudadanía, que han influido en las estructuras políticas de muchas naciones actuales. Pocas, han sido las naciones americanas que han copiado el modelo político estadounidense, bipartidista de elección de segundo grado y representativo, altamente corrupto, que no ofrece paradigmas a seguir de modelo a generaciones futuras.
La Palestina de los tiempos de Jesús de Nazaret, estaba llena de movimientos de rebeldía contra la dominación romana. Jesús, provenía del círculo del Bautista, un sacerdote que había abandonado su función sacerdotal y había marchado al desierto, se había colocado al margen del sistema del Templo, y proponía su propia liturgia penitencial en el Jordán, ofreciendo al pueblo el perdón de Dios al margen de los sacrificios expiatorios de los sacerdotes. Construir un «reino» diferente, sobre la base de la voluntad de Dios, encerraba una crítica radical a Tiberio, el Cesar romano que dictaba su propia voluntad, de manera omnímoda a todos los pueblos. Transcurrían tiempos festivos, y los judíos celebraban la liberación de la esclavitud del faraón de Egipto; pero, han caído de nuevo en la esclavitud de Roma.
Jesús, llegó a Jerusalén y encontró en el templo a vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas con sus mesas. Jesús al atacar el Templo; atacaba el corazón del pueblo judío, el centro de su vida religiosa, social y política. Con ello, Jesús, pone en peligro el orden público, por ende la pax romana. El asunto era, lo suficientemente grave como para que el prefecto romano, Poncio Pilato, se interese por Jesús. Dicho acto, viene a ser el último que lleva a cabo Jesús. Ya, no se le deja actuar con libertad. La aristocracia sacerdotal de Jerusalén, desde entonces, ve en Jesús un peligro que debe ser extirpado y la conspiración contra él, inicia. Caifás y su banda, invocan sus propios intereses para defender los intereses del Templo. Lo mismo, sucede con el Imperio de Roma. Es Pilato, quien pronuncia la sentencia: «irás a la cruz». La pena de la crucifixión, no solo desencadenaba una muerte lenta y horrible, sino que se trataba, además, de una pena ejemplarizante que debía servir de advertencia a toda la población. Pilatos, sentenció que Jesús era culpable del delito de subversión contra el imperio romano, debido a que se autonombró «rey de los judíos. En consecuencia, Pilatos es quien ordena ejecutar la pena de muerte por crucifixión, no sin antes lavarse las manos e indicar que dicha muerte no sería de su responsabilidad. Pilatos, ordena poner en la cruz de Jesús, la inscripción: «Jesús de Nazaret, rey de los judíos». Jesucristo, con ello, se hacía víctima de un proceso ilegal y de una sentencia injusta. De hecho, cuando en el titulus se describe el delito, el delito que se escribe es: «Jesús Nazareno, rey de los judíos». Jesús, padecerá el suplicio de la crucifixión, que es un suplicio romano, siendo ejecutado por el método que Cicerón describía como el más cruel y terrible de todos. La crucifixión, no es sólo muerte, sino también tortura prolongada, dolor, agonía y burla. Fue, de hecho, uno de los métodos de muerte más terribles en la historia de la humanidad. Según los Evangelios, Jesús murió a las pocas horas de ser crucificado; aunque para asegurarse, y tal como era costumbre, le clavaron una lanza en el costado. Fue víctima de un crimen imperial, que contó con el apoyo y colaboración de Caifás, representante religioso de los judíos y Herodes, representante político de los judíos. Los mismos judíos que siglos después, entre 1933 y 1945, serían victimas del odio de Adolfo Hitler y el partido nazi, convirtiendo su odio, en el genocidio de más de 6 millones de judíos, considerados seres inferiores, no humanos.
Se trata, en definitiva del pueblo judío que hoy liderado por Benjamin Netanyahu y el estadounidense Joseph Biden, aplica un holocausto al pueblo Palestino; asesinándolo sin piedad ni compasión, en el régimen de apartheid que han instaurado en territorio palestino, con la anuencia del imperio norteamericano. Y si en Roma, ajusticiaban con la crucifixión a sus víctimas, y en tiempos de Hitler con cámaras de gas que industrializaban la muerte; ahora, en tiempos del «carnicero» Joseph Biden han logrado crear un método criminal, que logra unir la perversidad y atrocidad de la crucifixión con la rapidez y velocidad de Auschwitz, el autor es Benjamin Netanyahu quien se ha propuesto: «Hamás debe ser destruido, la Franja de Gaza debe ser desmilitarizada y la sociedad palestina debe ser desradicalizada: estos son los tres requisitos para la paz entre Israel y sus vecinos palestinos en Gaza». Y mientras avanzan con su holocausto: Biden y Netanyahu, que sobrepasa los 21 mil asesinados, incluidos niñas y niños palestinos, la CIA le mete creatividad máxima, si de crímenes se trata. Y un nuevo método de asesinar ha surgido Made in israel, pero con autoría intelectual de USA, consistente éste y hecho especialmente para pacientes de hospitales. Los genocidas cavan, un gran hoyo en los hospitales con sus topadoras a donde llevan heridos y heridas, los despojan de sus ropas y echan sobre ellos y ellas, soltándoles los perros hambrientos, que arremeten contra sus cuerpos, martirizándolos hasta alcanzar su muerte a mordidas. Lograda ésta, allí los sepultan bajo tierra. Decía el filósofo alemán, Erich Fromm: que «el ser humano, es el único animal que se regodea haciendo daño a los de su propia especie». Tanto daño han causado, que el Papa Francisco, sentencia sin dudar, y afirma sobre los sionistas: «algunos dicen que es la guerra. Sí, es la guerra. Es terrorismo».