“La lealtad es para los sentimientos, la eficacia para el gobierno”
En 1993 triunfaba en las elecciones presidenciales Rafael Caldera, montado sobre la popularidad inesperada que le había deparado aquel discurso del 4 de febrero del año anterior en el Congreso. Ese mismo día, los más connotados dirigentes de la izquierda que teníamos entonces se pusieron al lado de Carlos Andrés Pérez condenando la “asonada golpista”. Sin embargo, esos mismos dirigentes “izquierdistas” no tardaron mucho en encaramarse al carro de Caldera y sobre la ola chavista en la que surfearon haciendo maravillas dignas de los mejores equilibristas, no tardaron en integrar el gabinete de Caldera, haciendo causa común con esa derecha trasnacional que significó el último estertor de la Cuarta República.
Teodoro Petkoff, Pompeyo Márquez y tantos más que por propia vergüenza me abstengo de nombrar, no sólo “colaboraron” con ese gobierno, sino que fueron más allá y se colocaron en el otro extremo de la derecha. Es tanta la podredumbre que exhalan, que hoy por hoy son los “intelectuales” que sirven de sustento al proyecto filosófico de Manuel Rosales y son los palafreneros de los enviados del Imperio.
Esa caterva de “izquierdistas” se tragó al gobierno de Caldera. Pasaron por encima de los verdaderos derechistas y le sirvieron de soporte “ideológico”; se embolsillaron millones de dólares con las negociaciones de bonos de la deuda pública, en fin, fueron los precursores de lo que ahora se llaman “neo-conservadores” –familiarmente neo-cons—privatizando todo lo que pudieron y el desmadre no fue mayor, porque no tuvieron tiempo de montar en sus caballos.
Esos izquierdistas no enterraron a sus ideas sino que hicieron aflorar lo más hondo que tenían: las ambiciones personales. No les importó nada lo que antes habían predicado, las muertes que directa o indirectamente causaron, los centenares de hogares enlutados merced a sus prédicas “liberadoras”, en fin la cadena de traiciones que fueron montando durante tantos años. Con razón fueron los más ardientes defensores de la llamada “Paz Democrática” que les permitió recibir la bendición del primer gobierno de Caldera, que se popularizó con el nombre de Política de Pacificación.
Entonces Caldera comenzó a gobernar con aquellos que antes había perseguido, encarcelado y humillado. Había sido tan eficaz la colaboración de Caldera con el gobierno de Rómulo Betancourt, que la isla del Burro, llamada también isla de Tacarigua, fue rebautizada con el nombre de “Campo de Concentración Rafael Caldera”. Los petkoff y los pompeyos se olvidaron de este precedente, del asalto a la UCV y de todas las cosas que pudieran traer algún recuerdo a la mente, las traiciones cometidas, y como todos los conversos desarrollaron el síndrome correspectivo, que consiste en perseguir a todos aquellos que antes fueron sus camaradas.
Con el mismo afán de Caldera de refrescar un poco la cabeza de los antiguos guerrilleros y come candelas, Nicky Sarkozy está por nombrar a antiguos y nuevos izquierdistas como Bernard Kouchner, quien fue ministro de Salud y de Acción Humanitaria con François Mitterrand, inventor del concepto de “injerencia humanitaria” y cofundador de la ONG Médicos sin Fronteras (MSF), además formó parte del Comando de Campaña de Ségolène Royal, criticó en varias oportunidades a Sarkozy y participó activamente en las revueltas de mayo de 1968. Este señor sería designado ministro de Relaciones Exteriores. Otros que están haciendo cola para “colaborar” son Claude Allègre, Jean Pierre Jouyet, ex director adjunto del gabinete de Lionel Jospin, Anne Lauergeon, ex consejera de Mitterrand. Todos se están bregando un “camburcito”, no importa dónde, con tal “de que haiga”.
Entre quienes se derechizaron de pronto, hay maoístas arrepentidos como Alain Finkelkraut, Alexandre Adler, André Glucksman, Emmanuel Leroy-Ladurie. Pero el vaso lo colmó un señor llamado Jacques Séguéla, quien fue durante años el publicista de izquierda que diseñó las campañas electorales del difunto presidente François Mitterrand, quien pasó de izquierda a derecha entre la primera y la segunda vuelta electoral.
Nicky Sarkozy fue muy claro en su campaña y tratará de cumplir con todas las amenazas contra los sindicatos, gremios, asociaciones, inmigrantes, pobres en general. Se olvida, quizá por ignorancia o por soberbia, que hacen siempre muy buena compañía, de las lecciones de la historia. Estos “neo-cons” que van a gobernar a Francia, son los mismos que fracasaron con Aznar en España y con Berlusconi en Italia, país que logró un record europeo de crecimiento 0. Ni que recordarles a Carlos Andrés, a Salinas de Gortari, a Caldera, a Carlos Menem, etc. Claro que estos son lacayos del tercer mundo y no vale la pena tomarlos en cuenta.
El señuelo que ha tendido Sarkozy a estos tránsfugas es que gobernará por lo menos 10 años a Francia y ellos por lo tanto no quieren perderse el último autobús para ver si “se hace alguito”.
Los verdaderos derechistas franceses, los mismos que se quebraron el lomo para llevar a Sarkozy a la presidencia, son los más alarmados por esta estampida de traidores que promete inundar la carga burocrática de Francia. Para tratar de calmarlos se permitió acuñar una frase que seguramente será recordada por mucho tiempo: “La lealtad es para los sentimientos, la eficacia para el gobierno”. Quien ha sido desleal una vez, ya no le importará repetir la experiencia nuevamente y la prometida eficacia que prometen llevar al molino de Sarkozy, se diluirá como sus ideales en muy corto tiempo, porque ante los intereses nacionales siempre antepondrán los propios, que al fin de cuentas, son los que prevalecerán.
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