Dicen por ahí que no hay peor astilla que la del mismo palo. Los ejemplos sobran. Aquí en el patio, por citar algunos, hemos visto que los especímenes más recalcitrantes que practican con efusión el oposicionismo son precisamente los que vienen de las filas de la izquierda.
Quien desde la derecha defiende su espacio, su modo de vida, sus privilegios, juega su propio juego, el de la preservación de sus intereses y su individualismo, por encima de los derechos colectivos. Eso es cuestionable, pero no tan repugnante como convertirse en traidor a causas idealistas, que se supone buscan el bienestar colectivo.
Hay mucho cándido por ahí que ve con cierto alivio que Barack Obama esté liderando la batalla por la candidatura del Partido Demócrata norteamericano. He leído inclusive algunos escritos en Internet que lo llaman "el Chávez gringo", por el no poco importante hecho de que es la primera vez que un hombre de color tiene fuertes posibilidades de alcanzar la Presidencia en EEUU.
Esos ingenuos creen que un cambio en el color de la piel del Mandatario del Norte implicaría necesariamente una revolución en sí misma. No le quito trascendencia al hecho noticioso de que el país del Ku Klux Klan, del apartheid, de la segregación racial, tenga hoy un precandidato negro con bastante opción. Pero de allí a creer que Obama, por ser oscurito, va a marcar distancia de sus predecesores, hay un trecho muy largo.
Basta ver sus hollywoodenses apariciones públicas, sus estudiados shows, toda la parafernalia que le rodea, y, principalmente, sus posturas políticas, para darse cuenta de que Obama encarna la típica imagen del éxito capitalista, genuina expresión y producto de eso que llaman el modo de vida americano. Obama está muy lejos de ser un Evo Morales y mucho más lejos aún de ser un Chávez. Su piel será negra, pero no huele a pueblo, como no lo hacen tampoco Condoleeza Rice ni Colin Powell.
Lo más oscurito que la piel que tienen es el alma. El resto es puro ropaje blanco.
Bájense de esa nube los que creen que EEUU se va a parecer más a nosotros si Obama gana las elecciones. Las diferencias no estriban sólo en la pigmentación de la epidermis; radican fundamentalmente en el nivel de conciencia social, en el compromiso con la comunidad y con la patria, en la solidaridad con los pueblos hermanos. Y de eso, ellos saben muy poco.
Hace unos días, para congraciarse con su público, el precandidato demócrata declaró que Chávez no es un hombre por quien profese ninguna admiración, porque es un líder "con tendencias despóticas" que "ha utilizado los ingresos del petróleo para crear problemas contra Estados Unidos".
Según él, habrase visto, somos nosotros los que le creamos problemas a su país. No mira más allá de la punta de su nariz y ni se percata de que es de allá, desde su propio suelo, de donde se irradian las calamidades que no terminamos de padecer.
Llámese Obama, Clinton o McCain el próximo presidente de USA, pocas cosas van a cambiar para nosotros. A la hora de las chiquitas, hacia fuera, todos terminan pareciéndose a Bush.
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