Las nuevas armas de destrucción masiva son la escasez de alimentos, la destrucción de las agriculturas locales con la consiguiente monopolización de la producción agrícola mundial, la destrucción de la diversidad biológica y la destrucción de los suelos agrícolas. Ello va conduciendo a una agricultura sin agricultores, a hambrunas crónicas. Entre tanto, las ganancias de las transnacionales que monopolizan la producción de alimentos, se multiplican de año en año. La población de amplias regiones, sometida por el hambre va perdiendo capacidad para pensar y actuar. Es la desesperanza, la bomba solo mata gente.
A raíz de la Conferencia Mundial para la Alimentación de 1974, celebrada en Roma, Kissinger comenzó a diseñar esa estrategia. Con la participación del FMI y el Banco Mundial se fueron congelando los mega proyectos de riego, planes de electrificación en zonas campesinas y en general el desarrollo de la infraestructura agrícola; la producción agrícola se fue cartelizando y actualmente doce grandes compañías, asistidas por otras treinta y seis compañías operacionales menores, pero logísticamente interconectadas, manejan todo el negocio de alimentos en el mundo. Solamente dos de esas empresas – Cargill y Continental- controlan la producción y comercialización del 50% de todos los granos del planeta; las políticas de liberación comercial han ido destruyendo las agriculturas locales y esas poblaciones han quedado dependiendo del mercado mundial; se ha dado un severo golpe a la diversidad genética, destruyendo las semillas tradicionales y sustituyéndolas por semillas transgénicas, lo que destruye los suelos, crea dependencia tecnológica, afecta la flora, la fauna y la salud de los seres humanos.
Las llamadas plantas resistentes a las plagas, en verdad son productoras de plaguicidas amenazando a las especies benignas tales como pájaros, abejas, mariposas y escarabajos, que son necesarias para la polinización y para el control de plagas a través del equilibrio entre las especies.
La Monsanto controla el 90% del mercado mundial de semillas transgénicas, por las que hay que pagar millones de dólares en patentes.
La inflación y la escasez están interconectadas con esta trama. Una compleja situación estructural nacional-mundial, debe ser resuelta.
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