Orgullo de raza, verguenza en casa

Con mucho más gloria que ninguna otra en su especie, concluyó la Cumbre de las Américas. El debut de Obama entre sus pares del hemisferio cumplió ampliamente con las expectativas que, desde diversos ángulos, provocó el evento. Indudablemente, el afrodescendiente presidente de los Estados Unidos dispone de un bono de gracia, producto de la frescura de su administración y de su personal carisma. Esta circunstancia confirió una cierta tersura a la inevitable confrontación entre una Latinoamérica emergente y en ebullición y el vetusto poder imperial yanqui. Tanto fue así, que la no aceptación unánime de una declaración final no sólo no significó un fracaso sino que representó el elemento confirmatorio de la riqueza de la reunión. El hecho habla de que no se trató de una reunión de complacencias y elogios mutuos, sino de una verdadera confrontación de posiciones distintas, de un real y explícito encontronazo entre intereses contrapuestos; de un lado, los de las naciones latinoamericanas que luchan por su derecho de ser y los del imperio tradicionalmente empeñado en negárselo. El bautismo latinoamericano de Obama devino en un fuerte chaparrón; difícilmente podrá olvidar lo que ahí escuchó y menos podrá dejar de leer, por lo menos en un buen resumen ejecutivo, el libro de Galeano, La venas abiertas de la América Latina, que le obsequió el Presidente Chávez con toda la jiribilla puesta en la pichada. Obama tendría que echar mano de una enorme hipocresía si, por así convenir a los intereses del imperio, osa insistir en la imposición de su estilo de democracia nylon en nuestros países, fingiendo demencia respecto de todo lo que de viva voz se le dijo en Trinidad y Tobago.

La enorme presencia del gran ausente, el gobierno de la hermana República de Cuba, trastocó totalmente la obsoleta agenda de la reunión que, celosa cuan burocráticamente, habían venido preparando las cancillerías desde dos años antes. El tema de su exclusión y del bloqueo impuesto por el gobierno de Washington a la isla, ocupó la mayoría de los discursos y colocó a Obama contra la pared; hasta el espurio Calderón se sumó al reclamo por su eliminación, en su caso no por injusto y criminal, sino por ineficaz para lograr sus objetivos “democráticos”. No se trata de un asunto superficial de relaciones diplomáticas; los jefes y jefas de estado que aspiran a una recuperación soberana, le dieron el pleno valor de ser la expresión prístina de la imposición hegemónica yanqui en el hemisferio, practicada mediante su otrora oficina de colonias, llamada OEA, y digo otrora porque ya tiene rato que se le salió del huacal; baste recordar el frustrado intento de Bush y de Fox de colocar al nefasto Derbez como secretario general; fue entonces cuando comenzó el proceso emancipador. Tan obsoleta resultó la agenda, que ignoró la existencia de la más severa crisis económica y social de la historia o, quizá, se consideró que tal tema sólo corresponde tratarlo en el G-20. entre los puros grandes.

Al sur del Río Bravo se registra un proceso creador de la identidad indo-afro-latinoamericana, con la fuerza de la raza cósmica vasconceliana, por quien hablará el espíritu, según reza el lema del escudo de la UNAM, conformado por el mapa íntegro de la América Latina y el Caribe. Hay orgullo de pertenencia que se acrecienta en la medida en que va logrando consolidar procesos de liberación, después de quinientos años de dependencia, primero respecto de España y, después, de los imperios anglosajones.

Por cierto, no sé si lo recuerden, pero el señor Obama hizo una escala técnica en la Ciudad de México en su viaje a la Cumbre de las Américas. No fue una visita de estado sino una simple reunión de trabajo, aclaró la cancillería para justificar su intrascendencia. No obstante hubo algunos detalles significativos. Me llamó la atención uno en especial, en su discurso en la ceremonia de bienvenida, el señor Obama tuvo la atingencia de corregirse cuando usó la palabra América para referirse a los Estados Unidos, en tanto que Calderón, sin el más mínimo respeto a su investidura y a la historia, siempre habló de los americanos por decir los estadounidenses. Nimiedades, dirían algunos, pero que son claro reflejo de la mentalidad colonial del anfitrión. Del mismo acto de bienvenida, único que incluyó a un público relativamente numeroso, la televisión oficial dio una muestra de la discriminación racial mexicana; el recorrido de las cámaras por las tribunas en que se acomodó al público, sólo mostró caras bonitas de rubias elegantes o distinguidos varones de blanca y elegante presencia; los niños que agitaban sus banderas, sin lugar a dudas, estudian en escuelas de rimbombante nombre en inglés. Obama ha de pensar que a los feos se los mandamos todos a Chicago.

Tiene razón la cancillería, una visita de estado es la que se hace a un estado soberano, la de aquí no fue más que la supervisión a una sucursal dependiente que, además, debe de haber resultado en extremo aburrida para el nervioso y ágil presidente de los gringos.

En contraste al sentimiento de orgullo indo-afro-latinoamericano, la vergüenza por la abyección del régimen ilegítimo que dice representarnos. Más pronto que tarde, México se volverá a incorporar al movimiento emancipador latinoamericano; tengo la esperanza de que, a diferencia del tal Bush que auspició el fraude electoral, el señor Obama se abstendrá de intervenir. Con eso tengo bastante.

Correo electrónico: gerdez999@yahoo.com.mx


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Gerardo Fernández Casanova


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