Sobre la Jornada Intelectuales, Democracia y Socialismo

La revolución se revisa, se refuerza

Desde hace años acompaño el desarrollo de la Revolución Bolivariana. Mi entusiasmo y el de otros compañeros se deben, en primer lugar a que el proyecto del socialismo empezó a ser reivindicado en Venezuela luego de la larga noche neoliberal que intentaba acabar con los proyectos emancipatorios.

Una de las características que siempre me entusiasmó fue haber tenido la posibilidad como invitado extranjero de tratar diversos temas y poder pronunciarme sobre diversos tópicos. Y hasta hacer sugerencias. Algunas de las cuales fueron tomadas en cuenta.

Por eso quiero felicitar a los intelectuales venezolanos, por haber participado en el evento “Intelectuales, democracia y socialismo, luces y sombras del proceso revolucionario” que tuvo lugar en Caracas a inicio de junio 2009.

He visto los artículos y materiales que han salido por Internet y comprendí que se está dando un enorme paso adelante en favor del proceso revolucionario. Junto a las nuevas nacionalizaciones y a las experiencias de intentar el control obrero en las industrias básicas, se desarrolla también este debate, para mi muy fructífero, sobre todo por su capacidad crítica desde y hacia adentro del proceso.

Estos “intelectuales” militantes, han vuelto a demostrar que son militantes de la palabra y la revolución. Que siguen dispuestos no sólo a observar sino a transformar el mundo. Y otra vez el Centro Internacional Miranda ha sido capaz de abrir un espacio plural para que el choque de ideas entre revolucionarios críticos sea combustible para el motor de la revolución. La diversidad del pensamiento es una clave revolucionaria, la capacidad crítica es un ejemplo de altura contra la mediocridad.

Dos reflexiones dentro del marco del debate sobre las experiencias en curso en América latina y el proyecto del socialismo del siglo XXI:

1. Cuando los movimientos de izquierda llegan al gobierno no tienen el poder. Es el caso venezolano, como también lo fue el de Allende en el Chile de los 70, el de Rafael Correa en Ecuador, el de Evo Morales, es el caso de cualquier gobierno de izquierda en una sociedad capitalista. Un frente electoral o un partido de izquierda llega al gobierno, pero no tiene el poder económico, porque el poder económico, está en manos de la clase capitalista (grupos financieros, industriales, agrupaciones de bancos, medios de comunicación, de comercio, etc.). Esta clase capitalista tiene el poder económico. Además tiene el Estado, el aparato de la justicia,… Esta clase controla los medios de comunicación. Hagamos una comparación histórica. Cuando la burguesía tomó el poder político en Francia gracias a la revolución de 1789, ella ya tenía el poder económico. Los capitalistas franceses del siglo 18, antes de conquistar el poder político, se habían ya convertido en acreedores del rey de Francia y en dueños del poder económico. A diferencia de la burguesía, el pueblo no puede comenzar a gestar otra sociedad, sin ejercer directamente el poder del Estado. La repetición del paulatino ascenso que realizaron los primeros industriales y financistas bajo el feudalismo resulta inviable para el pueblo, que no acumula riquezas, no controla empresa, ni administra bancos. Es desde el poder político que el pueblo puede empezar las transformaciones al nivel de la estructura económica así como empezar la creación de un nuevo tipo de Estado. A este nivel es fundamental iniciar una relación interactiva entre un gobierno de izquierda y el pueblo que tiene que fortalecer su nivel de autoorganización construyendo desde abajo estructuras del poder popular. Esta relación interactiva, dialéctica, puede ser conflictiva si el gobierno vacila en tomar las medidas que reclaman las bases. La presión de las bases es vital para convencer a un gobierno de izquierda de profundizar el proceso de cambios estructurales a favor de una redistribución radical de la riqueza a favor de las y los que la producen.

2. Es claro que las dramáticas experiencias del “socialismo real” del siglo pasado pesan. En la memoria colectiva, perdura la idea de que el socialismo está asociado con una estatización completa de la economía, con la dominación de un partido único y con la ausencia de verdaderas libertades democráticas. 

Hacemos un balance desastroso de la gestión estalinista del “socialismo real” que dominó la experiencia del bloque soviético en el siglo XX. Todavía no se superó la crisis de credibilidad. Es esto lo que está en juego en el debate sobre el socialismo del siglo XXI. 

El socialismo del siglo XXI debe constituir una respuesta profundamente democrática. No se trata entonces de reproducir lo que fue hecho en el transcurso del siglo XX. Se trata, frente a esta crisis global del sistema capitalista, con este aspecto de una crisis de civilización, de responder igualmente a la crisis de la izquierda. Se necesita de una nueva política anticapitalista, socialista y revolucionaria, que integre obligatoriamente una dimensión feminista, ecologista, internacionalista, antirracista. Es necesario que esas diferentes dimensiones sean integradas de manera coherente y tomadas en cuenta integralmente en los proyectos del socialismo del siglo XXI.

Termino esta carta retomando, porque me parecen de gran actualidad cuando se trata de vislumbrar el socialismo del siglo XXI,  las primeras frases del preámbulo de los estatutos de la primera internacional (Asociación Internacional de Trabajadores –AIT-[1]) escritas por Karl Marx en 1864: «Considerando:

»Que la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos; que la lucha por la emancipación no ha de tender a constituir nuevos privilegios y monopolios, sino a establecer para todos los mismos derechos y los mismos deberes; y a la abolición de todos los regímenes de clase;

»Que el sometimiento del trabajador a los que monopolizan los medios de trabajo —o sea, la fuente de la vida— es la causa fundamental de la servidumbre en todas sus formas: miseria social, degradación intelectual y dependencia política;

»Que por lo mismo la emancipación económica de los trabajadores es el gran objetivo al que debe subordinarse todo movimiento político;

»Que todos los esfuerzos hechos hasta ahora han fracasado por falta de solidaridad entre los obreros de las diferentes profesiones en cada país, y por la ausencia de una unión fraternal entre los trabajadores de diversas regiones;

»Que la emancipación de los trabajadores no es un problema local o nacional, sino que, al contrario, es un problema social, que afecta a todos los países donde exista una sociedad moderna; estando necesariamente subordinada su solución al concurso teórico y práctico de los países más avanzados;

»Por estas razones,

se funda la Asociación Internacional de Trabajadores.

Y declara:

»Que todas las sociedades y todos los individuos que se adhieran a ella reconocerán como la base de su conducta hacia todos los hombres, sin distinción de color, creencia o nacionalidad, la Verdad, la Justicia y la Moral,.

 »Y por lo tanto, ningún derecho sin deberes, ningún deber sin derechos.»

 



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Eric Toussaint


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