El otorgamiento del premio Nobel de la Paz al Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, aduciéndose que es merecedor del mismo por sus "extraordinarios esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos", aparte de inmerecido e injustificable (pese al criterio aparentemente favorable del Comandante Fidel Castro y Rafael Pérez Esquivel), es una demostración de la aceptación -resignada o no- del papel hegemónico asumido y reafirmado por la potencia industrial-militar gringa, en momentos que se explota el miedo europeo a una nueva conflagración mundial, esta vez a propósito de la rebeldía de Irán al no someterse al arbitrio del llamado mundo occidental, al continuar adelante con su programa nuclear con fines pacíficos. Este reconocimiento tiene, por tanto, como otras veces en el pasado siglo, un innegable componente ideológico, puesto que Obama no ha ejecutado hasta ahora alguna acción realmente importante en aras de la paz del planeta; al contrario, de ello, ha buscado mantener la ocupación militar de Irak y Afganistán (aún a conciencia que dicha ocupación no le reporta sino pérdidas humanas y económicas a su país a la coalición internacional que encabeza), además del bloqueo inmisericorde y extemporáneo contra el pueblo de Cuba, y el respaldo irrestricto a la política expansionista, genocida y colonialista de Israel. Suficientes razones para que el Premio Nobel recayera en otras manos menos comprometidas con la guerra, pero que fueron ignoradas, quizás debido a los prejuicios eurocentristas más que al sentido común.
De hecho, ésta no es la primera vez que ocurre algo similar, aunque quizás no con el mismo impacto, si recordamos lo propio con los representantes de Israel, Yitsjak Rabin y Simón Peres, responsables de dirigir y perpetrar campañas militares de cerco y exterminio contra los palestinos. Para atenuar el asunto, se incluyó el nombre de Yassir Arafat, olvidando que en los grandes medios de comunicación occidentales se le tildó de ser uno de los principales cabecillas del terrorismo internacional; obedeciendo a una estrategia para minimizar la combatividad y las ansias de autodeterminación del pueblo palestino. Este año, la concesión a Obama contiene, sin duda, un mensaje al mundo entero, en especial para aquellas naciones y gobiernos que tratan de hacer prevalecer el pluralismo en un orden internacional unipolar regido, precisamente, por el gran complejo militar-industrial de Estados Unidos. Quizás se piense ingenuamente que tal premio estimule en Barack Obama un cambio de rumbo y de propósitos en la política exterior y militar yanqui, sin embargo, todo apunta a que se le dará continuidad y acentuación a la estrategia contemplada en el Proyecto para un Nuevo Siglo Norteamericano, esto es, la imposición en escala planetaria de la “pax norteamericana”, sostenida a punta de marines y misiles para hacerse del control de las principales fuentes de energía y demás recursos naturales, sin importar para nada las resoluciones de la ONU y de otras instancias multilaterales del derecho internacional, en un despliegue de arrogancia fascista, sin parangón en la historia humana.
Esta es una bofetada a la dignidad y al sufrimiento de millones de seres humanos que sufren las arremetidas del imperialismo yanqui, con intervenciones directas o por medio de guerras de baja y alta intensidad, libradas por sus socios comerciales y militares. En el caso de Obama, no ha habido de su parte un repudio a la doctrina de guerra preventiva adoptada por su país, tampoco ha manifestado una disposición tajante de devolverle plenamente a Cuba la soberanía del territorio usurpado de Guantánamo, así como la liberación de todos los prisioneros árabes allí encarcelados, acusados de terrorismo y envueltos en un limbo jurídico injustificable, aparte de los Cinco Héroes Cubanos, aislados desde hace diez años en cárceles de máxima seguridad en estados Unidos, sin el beneficio de un juicio realmente imparcial. Si esto es parte de las acciones de Obama, estará reivindicado el Nobel de la Paz; de lo contrario, éste se diluirá en una ceremonia vacua, alejada de sus objetivos de ennoblecimiento y de reconocimiento universales que se fijara su creador, Alfred Nobel.-
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