Cuando los del CIM (Centro Internacional Miranda), plantearon aquello del hiperliderazgo, alborotaron un avispero. Habladores de paja les dijeron.
Ellos mismos hablaron de la necesidad de hacer de la dirección del proceso algo colectiva y al partido el mecanismo mediante el cual la militancia pudiera manifestarse organizadamente.
El interés estaba centrado en permitir que los ojos y oídos de Chávez se multiplicasen por miles o millones para ayudarle a ver, escuchar, controlar y dirigir todo el proceso de manera eficiente. Que la idea de cada revolucionario entrase en las fases de diseño, ejecución y supervisión de las políticas; que motivado y conciente asumiese sus responsabilidades. Como en el poema de Mao, “dejemos que cien flores florezcan”.
Después que intentaron florecer las flores en el CIM, se callaron las voces. Hubo como un cambio en el tono o puesta en discreción a espera de mejores momentos. Pesimistas evocaron el canto del cisne.
Otros pensaron que nuevas voces, con diferentes notas, dirían lo mismo en tiempo y espacio justos para ello.
Llegamos al momento apropiado, el de la reunión internacional de los partidos de Izquierda y Congreso Extraordinario del Psuv. Como decía mi suegra, todos los nudos llegan al peine.
Dentro del ambiente creado por esos acontecimientos, Marta Harnecker, acaba de hacer unos señalamientos, que traen de nuevo aquel asunto al centro del debate, pero en circunstancias pertinentes.
En un estilo discreto, a sabiendas de lo sucedido con los del CIM, señaló como uno de “los dos retos que afronta el presidente Chávez, es que la transferencia del poder popular a la gente sea una realidad”.
Por encima de lo formal y los rasgos discursivos, ni más ni menos, eso mismo dijeron los del CIM. Sólo que Harnecker, se cuidó de dejar claro, lo que todos creemos, se trata de una preocupación central del presidente, motiva sus luchas y acciones.
La escritora puso énfasis en apoyarse en Alberto Müller Rojas, para afirmar con delicadeza que “es complicado el tener los mismos dirigentes en el partido y en el Estado”.
Eso, dicho por muchos, desde que se inició el debate por la construcción del Psuv, en el sentido de establecer una clara diferencia entre las funciones del partido y Estado y deben ser distintos, salvo las consabidas excepciones, los dirigentes del primero e integrantes del segundo, está recogido en esa comedida expresión de la suramericana.
Para ella, como tantos en el movimiento revolucionario venezolano, “el partido debe ser el contralor, el espíritu crítico que alerta sobre los errores”.
Piensa que los funcionarios del aparato del Estado, no están en las mejores condiciones para jugar al mismo tiempo el rol que corresponde a dirigentes del partido.
Cree que “el ideal sería suficientes cuadros para tenerlos en todos lados, y no es fácil encontrarlos”.
El asunto podría desenrollarse, si comenzamos a construir el partido con lo que tenemos. Los cuadros no van a bajar de Marte, otro planeta o galaxia. Es la militancia y cuadros que tenemos; no hay otra opción que iniciar la organización del partido y su movilización con ellos. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, dijo el poeta Antonio Machado.
En el combate, cometiendo errores y enderezando entuertos, como dijese el Quijote, se construye el instrumento revolucionario. Sólo en la lucha, en el estudio, se van templando los dirigentes.
Esperar que ellos aparezcan hechicitos, porque como dice Marta Harnecker “no es fácil encontrarlos”, puede dejarnos con “los crespos hechos”. “Encontrarlos”, es un como traerlos desde fuera y eso no es mercancía o mecanismo que se importan e insertan con sólo presionar. Eso si, demos libertad a la militancia para identificarles.
Además, siempre será poco probable encontrar lo que no se busca, más si se trata del eslabón perdido.
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