Poco antes de morir en 1830 en Santa Marta camino del exilio, el Libertador Simón Bolívar conserva sólo dos libros de su extensa biblioteca, y les tiene tanta estima, que se ocupa de ellos en su testamento, junto a los seres queridos y los familiares: “Es mi voluntad, que las dos obras que me regaló mi amigo el Sr. general Wilson, y que pertenecieron antes a la biblioteca de Napoleón, tituladas ‘El Contrato Social de Rousseau’ y ‘El arte militar de Monte Cuculi’, se entreguen a la Universidad de Caracas” (Blanco y Azpúrua, 1978 T. XV: 463-464). Este legado compendia dos instrumentos: el pensamiento y la espada. También expresa tres sentimientos: el ambivalente hacia el genio militar y el oportunista político de Córcega; el amor hacia la ciudad que dejó tanto tiempo atrás y la universidad en la cual nunca estudió y que dejó dotada espléndidamente, y la admiración hacia la áspera doctrina de la soberanía popular del ginebrino.
Ni la filosofía de Aristóteles, ni los códigos del crimen y el error
Esta admiración hacia Rousseau acompaña toda su vida a Bolívar. El 20 de mayo de 1825, en misiva dirigida desde Arequipa al vicepresidente Francisco de Paula Santander, le confía: “Ciertamente que no aprendí ni la filosofía de Aristóteles, ni los códigos del crimen y del error; pero puede ser que Mr. de Mollien no haya estudiado tanto como yo a Locke, Condillac, Buffon, Dalambert, Helvetius, Montesquieu, Mably, Filangieri, Lalande, Rousseau, Voltaire, Rollin, Berthot y todos los clásicos de la antigüedad, así filósofos, historiadores, oradores y poetas; y todos los clásicos modernos de España, Francia, Italia y gran parte de los ingleses”. (Lecuna, T.II: 135-139). No sólo el Libertador sitúa a Rousseau en esta ilustre compañía: la opone a “los códigos del crimen y del error”.
Se comentan obras literarias de Walter Scott y de Rousseau
La citada lista de autores no es mencionada con el fin de lucirse. Testimonia Perú de Lacroix que durante sus conversaciones en Bucaramanga en 1828, tras una cena en la cual se discute de obras literarias, « pasó después a elogiar las de Voltaire, que es su autor favorito(…). Que en Voltaire se encuentra todo: estilo, grandes y profundos pensamientos filosóficos, crítica fina y diversión». Y más adelante insiste el edecán en que « Voltaire es su autor favorito, y tiene en la memoria muchos pasajes de sus obras, tanto en prosa como en verso». Testimonia también el oficial que durante las veladas en dicha ciudad se comentan obras literarias de Walter Scott y de Rousseau, que el Libertador lee libros en francés traduciéndolos en voz alta directamente al castellano, que por momentos se retira para releer La Odisea (Lacroix, 1924 : 144-175).
Les Charmettes
Un conjunto de suposiciones postula que Simón Rodríguez, el originalísimo maestro del huérfano Simón Bolívar, habría tenido acceso a los libros prohibidos que circulaban con cierta profusión en la Venezuela colonial, y entre ellos al Contrato Social y al Emilio de Rousseau, en cuyas ideas y según cuyo método habría formado al brillante pupilo. Algunos hechos fortalecen tales presunciones. Al igual que Rousseau, Rodríguez es trashumante, padece largos exilios, viaja por toda Europa, se apasiona por las ciencias naturales y pretende reformar al género humano mediante la educación (Álvarez, 1966: 104-108). En la primavera de 1805, tras su prematura viudez, Bolívar y su excéntrico maestro peregrinan haciendo largos trechos a pie por la Alta Saboya, hasta arribar a Chambery para conocer Les Charmettes, lugar donde por algún tiempo residió Jean Jacques Rousseau. El ginebrino ha impuesto el culto a la naturaleza, y los románticos el culto a Rousseau. Templo de esta veneración es el inmenso paisaje campestre, y rito para adorarlo el peregrinaje. El peregrino no es ahora quien viaja hacia un lugar sagrado, sino quien huye de un sitio a otro porque ya nada es sagrado para él. Al término de su peregrinaje en Roma, en las colinas del Aventino, Bolívar formula un juramento de no dar descanso a su brazo hasta libertar su patria de la dominación española. El exaltado voto es romántico: el cumplimiento de él en el breve término de veinte años, realista.
La libertad es un alimento suculento
Durante esas dos agitadas décadas, en los documentos y cartas del patriota venezolano menudean las referencias textuales hacia el ginebrino. Así, en el discurso pronunciado ante el Congreso en Angostura, el 15 de febrero de 1819, tras liberar gran parte de Venezuela y mientras prepara la emancipación de la Nueva Granada, cita: “La libertad, dice Rousseau, es un alimento suculento, pero de difícil digestión” (Blanco Fombona:67). Pero no se limita a rememorar el pensamiento roussoniano: a veces la práctica lo fuerza a separarse de él, y así, el 13 de junio de 1821, escribe desde San Carlos al vicepresidente Francisco de Paula Santander: "Estos señores piensan que la voluntad del pueblo es la opinión de ellos, sin saber que en Colombia el pueblo está en el ejército, porque realmente está, y porque ha conquistado este pueblo de mano de los tiranos; porque además es el pueblo que quiere, el pueblo que obra, el pueblo que puede; todo lo demás es gente que vegeta con más o menos malignidad, o con más o menos patriotismo, pero todos sin ningún derecho a ser otra cosa que ciudadanos pasivos. Esta política, que ciertamente no es la de Rousseau, al fin será necesaria desenvolverla para que no nos vuelvan a perder esos señores” (Lecuna, 1947 Vol. I:565-566). Desde Huamanga, en Perú, el 4 de septiembre de 1824 escribe al siempre ávido de peligros general Antonio José de Sucre, quien se queja de que el Libertador le encomiende una misión en la retaguardia: "Contesto la carta que ha traído Escalona con una expresión de Rousseau cuando el amante de Julia se quejaba de ultrajes que le hacía por el dinero que ésta le mandaba: ‘ésta es la sola cosa que Ud. ha hecho en su vida sin talento´. Creo que a Ud. le ha faltado completamente el juicio cuando Ud. ha pensado que yo he podido ofenderle”. Y el 28 de marzo de 1827, escribe desde Caracas al general Rafael Urdaneta: "¡Quién sabe lo que hará el congreso! Deseo saber sus bellas resoluciones para juzgar desde luego si el país se pierde o no. Lo mejor seria que no hiciera nada, porque "En la ignorancia de lo que se debe hacer, dice Rousseau, la sabiduría aconseja la inacción" (Lecuna, 1947 Vol. II: 597-598).
Ninguno puede poseer vuestra soberanía, sino violenta e ilegítimamente
¿Se trata sólo de admiración intelectual, de veneración hacia un pensador que se cita por hacer gala de ilustrado o más bien de romántico? Sigamos la trayectoria política de Bolívar. No sólo es un guerrero de genio, que crea ejércitos de la nada y que con milicias improvisadas bate las tropas del Imperio Español en el campo de batalla de lo que ahora son cinco países. Es también un estadista, que fundamenta medularmente cada medida, cada decreto, cada proyecto constitucional en la lógica y en su conocimiento de los clásicos de la ciencia política. En varias de las más decisivas proclamas y alocuciones del Libertador se puede seguir la concordancia con algunas de las ideas esenciales de Rousseau.
Comencemos por la piedra miliar del sistema de Rousseau: la afirmación de que la soberanía reside única y exclusivamente en el pueblo. Así, afirma en el Capítulo Primero del Libro Segundo del Contrato Social: “Digo según esto, que no siendo la soberanía más que el ejercicio de la voluntad general, nunca se puede enajenar, y que el soberano, que es un ente colectivo, sólo puede estar representado por sí mismo: el poder bien puede transmitirse, pero la voluntad no” (Rousseau:27).
Tras la Campaña Admirable, que arranca desde la Nueva Granada y en una fulminante sucesión de triunfos libera la capital de Venezuela, Bolívar se dirige el 2 de enero de 1814 a la Asamblea reunida en el templo de San Francisco, la cual le suplica que siga ejerciendo poderes extraordinarios para la feliz culminación de la Independencia: “No usurparé una autoridad que no me toca. ¡Pueblos! Ninguno puede poseer vuestra soberanía, sino violenta e ilegítimamente. ¡Huid del país dónde uno solo ejerza todos los poderes: es un país de esclavos. Vosotros me tituláis Libertador de la república; yo nunca seré el opresor” (Blanco Fombona: 50).
Ha convocado la soberanía nacional, para que ejerza su voluntad absoluta
Pasan cinco años entre demoledoras derrotas y difíciles triunfos. Al reafirmarse las fuerzas patriotas en Guayana, el 15 de febrero de 1819 Bolívar abre su discurso ante el Congreso de Angostura en los siguientes términos: “Señor: ¡Dichoso el ciudadano que bajo el escudo de las armas de su mando ha convocado 1a soberanía nacional, para que ejerza su voluntad absoluta!(…) El gobierno republicano ha sido, es y debe ser el de Venezuela; sus bases deben ser la soberanía del pueblo, la división de los poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud, la abolición de la monarquía y de los privilegios.” (Blanco Fombona: 67-70). Hay que advertir, desde luego, que Rousseau rechaza el principio de representación de la voluntad general, y que Bolívar lo acoge, por no encontrar otra forma de que la totalidad de los ciudadanos puedan reunirse en una asamblea que los exprese. En todo caso, los principios de que nadie puede usurpar la soberanía del pueblo sino de manera violenta e ilegítima, de que la base del gobierno republicano es la soberanía popular, pasan a los sistemas constitucionales de Venezuela y del resto de América Latina y del Caribe.
Viles rebaños destinados a alimentar a sus crueles conductores
Afirma Rousseau que cuando se intenta regir a los hombres mediante una fuerza que usurpa la voluntad general “De este modo tenemos el género humano dividido en hatos de ganado, cada quien con su jefe, que lo guarda para devorarle” (Rousseau, 8). Y asevera Bolívar, una vez más en el Discurso de Angostura, que: “Observaréis muchos sistemas de manejar hombres, mas todos para oprimirlos; y si la costumbre de mirar al género humano conducido por pastores de pueblos no disminuyese el horror de tan chocante espectáculo, nos pasmaríamos a1 ver nuestra dócil especie pacer sobre la superficie -del globo, como viles rebaños destinados a alimentar a sus crueles conductores” (Blanco Fombona: 73).
Yo quiero ser ciudadano, para ser libre y para que todos lo sean.
La soberanía popular es fuerza que supera cualquiera otra. Sostiene Rousseau: “Convengamos, pues, en que la fuerza no constituye derecho, y en que sólo hay obligación de obedecer a los poderes legítimos” (Rousseau: 10). Pero sobre el ejercicio de la soberanía y la aplicación de las leyes reconoce una aparente paradoja en el Capítulo 6 del Libro IV del Contrato”: “No debe, pues, intentarse el afianzar las instituciones políticas hasta el punto de renunciar a la facultad de suspender su efecto” (Rousseau: 137). Este recurso extraordinario ha de ser excepcional y breve.
En su condición de comandante en Jefe de fuerzas libertadoras en una Guerra a Muerte que había hecho desaparecer todas las instituciones, debió Bolívar asumir excepcionalmente facultades extraordinarias. Su primera preocupación fue renunciar a ellas en cuanto fuera posible, y reprobarlas en los términos más duros. Así, el 3 de octubre de 1821, en Cúcuta, al encargarse de la Presidencia, tras consolidar la unión de dos Repúblicas: “Yo siento la necesidad de dejar el primer puesto de la república, al que el pueblo señale como al jefe de su corazón. Yo soy el hijo de la guerra; el hombre que los combates han elevado a la magistratura; la fortuna me ha sostenido en este rango y la victoria lo ha confirmado. Pero no son éstos los títulos consagrados por la justicia, por la dicha y por la voluntad nacional. La espada que ha gobernado a Colombia no es la balanza de Astrea; es un azote del genio del mal que algunas veces el cielo deja caer a la tierra para el castigo de los tiranos y escarmiento de los pueblos. Esta espada no puede servir de nada el día de 1a paz, y éste debe ser el último de mi poder, porque así lo he jurado para mí, porque lo he prometido a Colombia, y porque no puede haber república donde el pueblo no está seguro del ejercicio de sus propias facultades. Un hombre como yo es un ciudadano peligroso en un gobierno popular; es una amenaza inmediata a la soberanía nacional. Yo quiero ser ciudadano, para ser libre y para que todos lo sean. Prefiero el título de ciudadano al de Libertador, porque éste emana de la guerra, y aquél emana de las leyes. Cambiadme, señor, todos mis dictados por el de buen ciudadano” (Blanco Fombona 2007 p.104-105).
Las buenas costumbres, y no la fuerza, son las columnas de las leyes
De la soberana voluntad popular nacen las leyes, propuestas en el sistema de Rousseau por “legisladores” sabios que no ejercerían ningún cargo ni otro poder que el de su influencia moral. Pero las mismas leyes pueden ser insuficientes para corregir costumbres y vicios arraigados, según apunta el filósofo: “Casi todos los pueblos, lo mismo que los hombres, sólo son dóciles en su juventud, y se hacen incorregibles a medida que van envejeciendo. Cuando las costumbres están ya establecidas y las preocupaciones arraigadas, es empresa peligrosa e inútil querer formarlas; el pueblo no puede ni aún sufrir que se tomen sus males para destruirlos, semejante a aquellos enfermos estúpidos y sin valor que tiemblan al aspecto del médico” (Rousseau: 48).
En el mismo sentido, en el “Discurso de Angostura” advierte Bolívar: “Un pueblo pervertido si alcanza su libertad, muy pronto vuelve a perderla; porque en vano se esforzarán en mostrarle que la felicidad consiste en la práctica de la virtud; que el imperio de las leyes es más poderoso que el de los tiranos, porque son más inflexibles, y todo debe someterse a su benéfico rigor; que las buenas costumbres, y no la fuerza, son las columnas de las leyes; que el ejercicio de la justicia es el ejercicio de la libertad” (Blanco Fombona, 71).
Rara vez la desesperación no ha arrastrado tras sí la victoria
Podríamos prolongar indefinidamente el estudio de concordancias y disonancias entre el pensamiento del Filósofo y el del Libertador. Estimamos imprescindible, sin embargo, señalar la manera en que este conjunto de teorías encuentran su aplicación en el Nuevo Mundo en dos cuestiones fundamentales: el derecho de los americanos a su emancipación, y el de los esclavos a su libertad. Sobre el derecho de los hombres a sacudir el yugo de la fuerza sostiene Rousseau: “Si no considero más que la fuerza y el efecto que produce, diré: mientras que un pueblo se ve forzado a obedecer, hace bien si obedece; tan pronto como puede sacudir el yugo, si lo sacude, obra mucho mejor; pues recobrando su libertad por el mismo derecho con que se la han quitado, o tiene motivos para recuperarla, o no tenían ninguno para privarle de ella los que tal hicieron” (Rousseau, 6). Se refiere Rousseau, desde luego, a la fuerza que intente ejercer un tirano o un invasor.
Bolívar extiende el argumento al derecho de emanciparse que tienen los pueblos que han sido conquistados, y así, el 6 de septiembre de 1815, durante su exilio en Jamaica, escribe: “Al presente sucede lo contrario; la muerte, el deshonor, cuanto es nocivo, nos amenaza y tememos: todo lo sufrimos de esa desnaturalizada madrastra. El velo se ha rasgado y hemos visto la luz y se nos quiere volver a las tinieblas: se han roto las cadenas; ya hemos sido libres, y nuestros enemigos pretenden de nuevo esclavizarnos. Por lo tanto, América combate con despecho; y rara vez la desesperación no ha arrastrado tras sí la victoria”. (Carta de Jamaica, Kingston, 6 de septiembre de 1815).
La naturaleza, la justicia y la política piden la emancipación de los esclavos
Al comienzo del Contrato Social trata Rousseau la cuestión de la esclavitud, para demostrar que es imposible justificar ni la de una persona ni la de un pueblo: “Decir que un hombre se da gratuitamente, es decir un absurdo incomprensible; un acto de esta naturaleza es ilegítimo y nulo por el solo motivo de que el que lo hace no está en su cabal sentido. Decir lo mismo de todo un pueblo, es suponer un pueblo de locos: la locura no constituye derechos” (Rousseau, 1957: 11). Y, según concluye Rousseau el capítulo destinado al tema: “Así, pues, de cualquier modo que las cosas se consideren, el derecho de esclavitud es nulo, no sólo porque es ilegítimo, sino que también porque es absurdo y porque nada significa. Las dos palabras esclavitud y derecho son contradictorias y se excluyen mutuamente. Bien sea de hombre a hombre, bien sea de hombre a pueblo, siempre será igualmente descabellado este discurso: hago contigo una convención, cuyo gravamen es todo tuyo, y mío todo el provecho; convención que observaré mientras me diere la gana y que tú observarás mientras me diere la gana” (Rousseau, 1957: 14).
Las fuerzas de la Historia impusieron en América la similitud entre pueblos y hombres esclavizados. La Independencia fue promovida esencialmente por la clase de los blancos criollos, terratenientes y propietarios de esclavos. Algunos querían Independencia sin Revolución. Sin embargo, al poco tiempo se hizo evidente que no se podía movilizar a las masas de esclavos y peones sino para una guerra social. Bolívar comenzó por liberar sus propios esclavos a partir del 30 de junio 1814 para incorporarlos a las fuerzas independentistas. En 1816 promete al presidente de Haití Alexander Petion la liberación de los esclavos, y el 2 de junio de ese año decreta “la libertad absoluta de los esclavos” a condición de que éstos se alisten en las tropas independentistas. Y ya el inmediato 6 de junio, desde el cuartel General de la villa de Ocumare, resuelve: “La naturaleza, la justicia y la política piden la emancipación de los esclavos: de aquí en adelante sólo habrá en Venezuela una clase de hombres, todos serán ciudadanos” (Blanco Fombona, 2007:199). Y así, Bolívar cierra su discurso al Congreso de Angostura: “Yo abandono a vuestra soberana decisión la reforma o la revocación de todos mis estatutos y decretos; pero yo imploro la confirmación de la libertad absoluta de los esclavos, como imploraría mi vida y la vida de la República” (Pérez Vila, 1979: 124). La libertad de los esclavos es consagrada en las subsiguientes constituciones republicanas. Sólo al morir Bolívar en 1830, las repúblicas oligárquicas empezarán a adoptar medidas para postergar la liberación y perpetuar la esclavitud; en todo caso, la infame institución desaparecerá en Venezuela y en casi toda América Latina hacia mediados de siglo, mucho antes de su abolición en Estados Unidos.
Trabajar para un siglo y disfrutar en otro
En el Capítulo VII de la Parte Primera del Contrato Social, Jean Jacques Rousseau invoca para crear los sistemas de leyes de los pueblos la casi mítica figura de un legislador, “una inteligencia superior que viese todas las pasiones de los hombres sin estar sujeto a ellas”, que “procurándose para futuros tiempos una lejana gloria, pudiese trabajar para un siglo y disfrutar en otro” (Rousseau, 42-43) ¿Se describía a sí mismo? ¿Esperó que mucho después de su fallecimiento en 1778, las entelequias de soberanía popular, formas de gobierno republicanas, proscripción de la esclavitud, entrarían en casi todas las constituciones de los pueblos modernos? Una Revolución es una idea puesta en marcha. Como uno de los conductores de la Independencia de América, correspondió a Simón Bolívar, no sólo pensar en abstracciones, sino proponer constituciones reales, batallar por ellas con las armas en la mano, verlas sancionadas, y con frecuencia luego contemplarlas destruidas sin perder jamás la esperanza de ver triunfar sus principios. En lo que se hizo y lo que se dejó de hacer durante sus agitados tiempos sin duda en alguna forma influyeron las ideas de alguien que supo trabajar para un siglo y disfrutar en otro, aunque fuera con los instrumentos del pensamiento y de la profecía.
Fuentes:
Álvarez F. Mercedes (1966). Simón Rodríguez tal cual fue. Caracas: Ediciones del Cuatricentenario de Caracas.
Blanco, J. F. y Azpúrua, R (1978). Documentos para la Historia de la vida pública del Libertador de Colombia, Perú y Bolivia. XV Tomos. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República de Venezuela.
Blanco Fombona, Rufino (comp.) (2007) Discursos y proclamas. Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho.
Lecuna, Vicente (Comp.) (1947). Simón Bolívar: Obras Completas, III Tomos. La Habana: Editorial Lex.
Perú Lacroix, Luis (1924). Diario de Bucaramanga: Vida pública y privada del Libertador Simón Bolívar. Madrid: Editorial América.
Rousseau, Jean Jacques (1957). El contrato social. Buenos Aires: Editorial Tor.
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