“La revolución socialista sigue siendo posible y necesaria”

Entrevista a Abel Bo (Partido revolucionario de argentina)

La lucha revolucionaria, la lucha por el cambio social, admite distintas formas. Ello, obviamente, no significa que “el fin justifica los medios”, pero sí que no existe manual terminado que pueda ofrecer la receta infalible al respecto mientras que, por el contrario, hay en juego una inacabable búsqueda de caminos. Así como es cierto que la historia de la Humanidad es la historia de la lucha de clases, esta última es la historia de las más diversas formas de lucha, presente en todos los campos, con las más variadas modalidades, siempre recreándose. Los movimientos armados, de los que hoy existen muy pocos en Latinoamérica, algunos años atrás fueron una importante expresión política. Estuvieron presentes en casi todos los países de la región, y en algunos casos ayudaron a la movilización popular para constituirse en procesos de cambio que lograron tomar el poder político de sus respectivos Estados. En general, con motivo de las estrategias contrainsurgentes que barrieron prácticamente toda la zona, en las recién pasadas décadas, sufrieron importantes derrotas político-militares, luego de las que vinieron los planes de refundación capitalista, de consecuencias nefastas para las grandes mayorías. Nadie dijo que esos movimientos están terminados, pero en la actualidad no se ven como una inminente opción para el planteamiento de transformaciones sociales, para vehiculizar las luchas de las masas empobrecidas. ¿Podrán volver? ¿Qué significaron? ¿Qué pasa con los actuales movimientos armados activos? ¿Cuál es el camino de la revolución socialista en el presente?

Para reflexionar sobre todo esto, un grupo de investigadores se dio a la tarea de entrevistar a varios actores directos de estas gestas armadas. La idea es generar un amplio debate a partir de esos testimonios, buscando puntos de síntesis, para aportar lo más genuinamente posible en la construcción de alternativas válidas para los procesos de cambio que en estos últimos años se vieron detenidos por la reacción política de las fuerzas de la derecha continental, quienes se sienten ganadores del actual escenario en base a esas derrotas infligidas al campo popular en las recientes décadas. A partir de estas entrevistas, entonces, se podría pensar en una sistematización y en un intercambio que se facilitaría con el uso del internet, a través de medios alternativos como el presente. Y, de ser posible, en un posterior momento darle a la iniciativa la forma de publicación como libro.

Por lo pronto, a partir del trabajo de dos de esos investigadores (Marcelo Colussi, de Argentina, y Rodrigo Vélez, de Venezuela) aquí se presenta una entrevista a Abel Bohoslavsky, 60 años, médico dedicado a la Salud Ocupacional. Autor de las biografías insurgentes de Domingo Menna, Ivar Eduardo Brollo, Oscar Roger Mario Guidot y Raúl Elías y del ensayo ¿Cómo y por qué ocurrió el cordobazo? y otros, Abel Bo, como también es conocido nuestro entrevistado, es miembro histórico del Partido Revolucionario de los Trabajadores–Ejército Revolucionario del Pueblo -PRT–ERP-, de Argentina.  

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Pregunta: Luego de la experiencia de estas últimas décadas en Latinoamérica, y después de la derrota estratégica sufrida por el movimiento revolucionario, hay quien dice que la lucha armada en la actualidad no tiene viabilidad, aunque de hecho al menos en dos países (Colombia y el sur de México) existen y están operativos movimientos de este tipo. ¿Qué balance podemos hacer respecto de estos movimientos y de su lucha en estos años pasados, y qué perspectivas de futuro podría pensarse para propuestas armadas en la región? 

Abel Bo: En primer lugar, déjenme decirles que acerca de las derrotas de los movimientos revolucionarios en Nuestra América muchas veces se extraen conclusiones erróneas. O por lo menos, muchas corrientes políticas lo hacen. Esto ha ocurrido así porque sobre esas derrotas se ha sembrado una suerte de derrotismo permanente, en la que confluyen las decepciones y desilusiones dentro del campo revolucionario y la prédica ideológico-política del imperialismo y las burguesías locales. Este derrotismo fue el resultado de un cambio en la correlación de fuerzas originado en el triunfo de la contrarrevolución armada –insisto, triunfo de la contrarrevolución– que se presenta y representa ante los ojos y las mentes de muchos como una supuesta inviabilidad de revoluciones socialistas contemporáneas. Pero las derrotas han sido disímiles entre sí, aunque hubo un común denominador continental. No se puede asimilar el triunfo contrarrevolucionario en los países del Cono Sur americano (Uruguay y Chile, 1973, Argentina, 1976) con el retroceso revolucionario en Centroamérica, que ocurrió varios años después y cuyo punto de partida es diferente. En América Central fue derrotada políticamente la Revolución Sandinista luego de la insurrección victoriosa de 1979 y de haber triunfado militarmente desde el poder frente a la agresión imperialista contrarrevolucionaria. Y esa derrota política fue determinante para desactivar el auge revolucionario en El Salvador y Guatemala. En el desenlace de la situación centroamericana también influyó decisivamente el fracaso en ese período de los movimientos revolucionarios colombianos. Lo que sí queda muy claro de aquel período de auge es que el proceso revolucionario debe ser necesariamente continental y que no hay posibilidades de consolidar una victoria revolucionaria en los límites de una frontera nacional.

Comprender el carácter inexorablemente internacionalista de las necesarias revoluciones por venir es vital y esta conclusión –que parece una verdad de Perogrullo, pero sobre la cual es necesario insistir– aún no se ha generalizado ni asumido con claridad. El desarrollo tan desigual –y, por supuesto, combinado– de los países de Nuestra América condicionó el crecimiento y la maduración de nuestras fuerzas revolucionarias de una manera tal que nos impidió llegar al estadio de una organización internacionalista continental, tal como nos lo planteara el Che en su último Mensaje a los Pueblos. Puedo decir que tanto Miguel Enríquez y los miristas chilenos como Mario Roberto Santucho y los propulsores del PRT de Argentina, lo tenían claro. Pero el impulso fue cortado de tajo con las derrotas que padecimos y su empeño aún no ha sido emulado. Además, debemos tener en cuenta que nuestras organizaciones florecieron en momentos de auge y contribuyeron a su potenciación; es decir, estábamos en una situación muy diferente a la actual, respecto de las luchas de clases a nivel regional. Por eso, necesariamente, los puntos de partida son y deberán ser diferentes. La construcción, las estrategias y las tácticas revolucionarias deben recorrer caminos distintos, con los mismos principios.

Hechas estas consideraciones imprescindibles, opino que el concepto de asumir la combinación de todas las formas de lucha, sigue absolutamente vigente. Simplemente hay que saber combinar esas formas de lucha en cada situación nacional y saber que están vinculadas a la situación regional y continental. Y saber que cada una de nuestras sociedades es a su vez desigual a su interior –Argentina es un caso típico del desarrollo desigual y combinado– y que cada pueblo atesora muy diferentes tradiciones históricas. Las tradiciones sindicales obreras en países como Argentina, Brasil o México no pueden ser trasladadas a realidades como las de Perú o Paraguay. Y lo mismo debemos decir respecto de las tradiciones de los muy diferentes movimientos campesinos y las tradiciones e importancia de los movimientos indígenas en países como Bolivia, Guatemala o Ecuador, donde constituyen las mayorías populares, y que son muy distintas en México o Uruguay.

Lo mismo debemos decir respecto de las tradiciones políticas. En Chile y Uruguay se atesoraron en casi un siglo fuertes tradiciones democrático-burguesas junto a movimientos obreros con tradiciones reformistas (socialdemócratas y estalinistas) que no existen en Argentina, con histórica inestabilidad democrático-burguesa y fuerte predominio populista-bonapartista (peronismo) en el movimiento obrero; o Bolivia, que nunca alcanzó un desarrollo democrático sólido, pero sí atravesó una revolución nacionalista con decisiva participación del movimiento obrero con ideario socialista, ambos procesos aplastados por sucesivas contrarrevoluciones. O en México, donde la revolución agraria y democrática de principios de siglo devino en décadas de régimen civil populista unipartidista.

Antes que pensar en cómo elaborar respuestas armadas debe plantearse cómo elaborar respuestas políticas revolucionarias. Y a partir de allí, plantear una estrategia cuyo punto de partida debe ser la inserción del proyecto revolucionario en las bases obreras, campesinas, indígenas y populares. En esa elaboración, en esa inserción, deberán desplegarse las tácticas y las formas de lucha. No está cancelada ninguna. Quien así lo piense o quien así lo suponga, de hecho, está cancelando la posibilidad de una necesaria revolución social. Lo que nadie debe hacer es restringirse deliberadamente a una sola forma de lucha, porque caería en lo que denominamos economicismo (si se restringe a las luchas reivindicativas por más imprescindibles e importantes que son); o al cretinismo parlamentario (si se restringe la acción política al ámbito electoral parlamentario por más que domine la situación nacional); o al militarismo en sus diversas formas (si se unilateraliza en la acción armada, por más que exista una situación de abierta dictadura). Lo que es suicida políticamente es renunciar desde el vamos a no incursionar en todas esas formas de lucha, ya que el capitalismo ejerce desde el poder todo tipo de dominio económico, ideológico, cultural, jurídico, político y militar. Y es igualmente liquidador no saber elegir la forma predominante en el período y momento en que nos toca actuar y no saberlo correlacionar con la situación nacional y continental. Y no saber cuáles son las formas que permitan la mejor inserción de masas –para mí el tema principal– y el mejor desarrollo del movimiento revolucionario.

Dicho esto, recordemos –y aprendamos– de las experiencias históricas de los últimos dos siglos en Nuestra América. Las revoluciones independentistas anticoloniales triunfaron sobre la base de estrategias político-militares. Cómo no reiterar los ejemplos de San Martín, Artigas y Bolívar y cómo no extraer conclusiones de sus victorias militares y los fracasos políticos posteriores. Cómo no mencionar los ejemplos de la Revolución Mexicana en la segunda década del siglo XX y la Revolución Boliviana promediando ese siglo y extraer conclusiones de a dónde fueron a parar. ¡Cómo no tomar en cuenta el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, el inicio del tránsito al socialismo, sus intentos de proyección continental y el bloqueo económico-militar aún vigente! ¡Cómo dejar de lado el derrotero y triunfo de la Revolución Sandinista, la inmediata respuesta guerrera del imperialismo y el devenir de una derrota política luego de haber triunfado militarmente sobre la contrarrevolución!

Volviendo a la pregunta, el balance es contradictorio. Hubo más derrotas que victorias revolucionarias. Las perspectivas dependen de la acertada combinación de todas las formas de lucha, lo esencial es el enraizamiento del proyecto político revolucionario en las masas de los pueblos explotados y oprimidos. 

Pregunta: No hay dudas que, luego de estas décadas de represión feroz, a lo que se suma el empobrecimiento por los planes capitalistas, los pueblos han quedado desorganizados, incluso desideologizados. A ello se suma, como un elemento negativo más en contra de la lucha popular, el nivel tecnológico que han alcanzado las fuerzas armadas del sistema. ¿Es posible hoy, ante todo ese monstruoso aparato militar, ante esa disparidad técnica tan enorme, sumada a la desorganización imperante, pensar como viable una propuesta de lucha armada? 

Abel Bo: En primer lugar, debo decirles que no comparto ese concepto de “pueblos desideologizados”. Es una terminología deliberadamente falaz introducida a partir del triunfo de la contrarrevolución armada, de la implantación del terrorismo estatal y el paso posterior a regímenes más o menos constitucionales, bajo los cuales subsisten regímenes de explotación social y opresión nacional. Esta trampa ideológica se ha usado (y se usa) para ocultar la reimposición del dominio de la ideología burguesa sobre las conciencias de las masas populares. Imposición hecha a partir del terror más brutal y su continuidad más sutil con el terror económico. Es una trampa más para reforzar el triunfo contrarrevolucionario. Esta trampa debe enfrentarse con una eficaz lucha ideológica contemporánea sobre bases socialistas.

En cuanto al interrogante de si el monstruoso desarrollo tecnológico-militar que ha alcanzado el imperialismo es un impedimento definitivo para las insurgencias populares, creo que no. En la misma pregunta, ustedes hacen referencia a la situación de desorganización imperante en los movimientos populares. Ese factor es primordial y decisivo. Y requiere una adecuada propuesta política. Para poner en marcha nuevas propuestas políticas, deberemos pensar en encontrar las otras respuestas. Ya hace 50 años, Nguyen Giap en El hombre y el arma nos enseñaba cómo responder en ese terreno al despliegue atómico imperialista. Y la Revolución Vietnamita supo cómo triunfar ante la maquinaria bélica más monstruosa que se conocía en esa época.

La revolución socialista que pregonamos y proponemos, parte necesariamente de las condiciones económicas y científicas a que nos ha llevado el capitalismo. Hace 40 años no pensábamos que en las transformaciones económicas tendríamos que usar el software y el hardware. Y por supuesto, la robótica. Hoy no podemos concebir el tránsito al socialismo prescindiendo de la revolución informática que generó el capitalismo, tanto para organizar una fábrica autogestionada por sus obreros, como para una agricultura cooperativizada o colectivizada, como para la enseñanza escolar o el desarrollo de planes de salud colectiva. Internet tuvo su origen en el capitalismo como parte de su desarrollo militar. Ese desarrollo lo hacen seres humanos, científicos, técnicos y operarios. Es tarea de los movimientos revolucionarios conquistar la adhesión y las conciencias de esos científicos, técnicos y obreros y poner esos conocimientos al servicio del desarrollo de esa ciencia para los fines revolucionarios, sean en tareas de difusión, propaganda, educación o insurgencia. Y en este específico terreno, concebir respuestas y propuestas que hagan que las luchas que tenemos por delante se desarrollen con el menor costo posible. No podemos elaborar políticas revolucionarias actuales con las estrategias de hace 40 años. Es tan ridículo como si los precursores revolucionarios de los años 60 hubiesen elaborado propuestas sobre la base de estrategias de los años 20 ó 30. Sin duda que partimos con una enorme desventaja, enorme. Está vigente el concepto de que la táctica militar depende de la técnica militar, y esto lo impone el sistema. Por eso debemos aprender de la historia de las anteriores revoluciones, cómo supieron apropiarse de los conocimientos de las técnicas militares de su época. Ahí está la epopeya del Ejército Rojo frente a 14 ejércitos burgueses e imperialistas y cómo lo condujo León Trotsky en momentos en que el Partido Bolchevique estaba todavía conducido por Lenin. Y las epopeyas de los revolucionarios chinos frente a las monstruosas fuerzas militares del Kuomintang y del imperialismo japonés, y cómo hicieron los revolucionarios vietnamitas frente a los imperialismos francés y yanqui, otra epopeya militar del siglo XX. En las condiciones actuales, considero que es más apropiado concebir una estrategia política revolucionaria de largo alcance, pero plantear los tiempos bélicos mucho más breves. Es una idea para nada consolidada y que está en debate. Pero, de todas maneras, estas condiciones las impone el capitalismo y su poderío. Una de las imposiciones más tremendas ha sido obligar a los movimientos revolucionarios y a las revoluciones triunfantes a destinar enormes energías a su defensa armada. Esa militarización forzada condiciona el desarrollo de los movimientos revolucionarios y distrae recursos y capacidades para la construcción socialista. La represión y el militarismo están en la esencia del poder del capitalismo y del imperialismo.

Otro factor imprescindible a tener en cuenta es la propia experiencia. En los países y las sociedades que padecimos el terrorismo de Estado, las secuelas de la violencia aún perduran. Y está presente la violencia cotidiana del sistema sobre el pueblo. Una política revolucionaria respecto de las tácticas y las formas insurgentes, debe tomar en cuenta el estado de ánimo y la valoración que hace el pueblo trabajador. Precisamente eso hizo el PRT en la segunda mitad de la década del 60 cuando elaboró su estrategia. Los movimientos guerrilleros tuvieron una fuerte inserción por su trabajo de masas, por su trabajo sindical, político, social. Existió una fuerte simpatía popular hacia la insurgencia. Muchos de esos “críticos” que ustedes mencionan no pueden explicar el desarrollo de las organizaciones revolucionarias insurgentes. Dicen que estaban “al margen” de las masas, pero inmediatamente le achacan la responsabilidad de la guerra civil y haber “mal conducido” los movimientos de masas.

En la actualidad, esa valoración social es distinta. Actúo en el terreno sindical y político, y puedo decirles que la valoración de la violencia es diferente de acuerdo al sector de la clase trabajadora al que se pertenezca. El sector de los trabajadores desocupados, que es el que recuperó la vieja modalidad de los piquetes obreros, utiliza con frecuencia esa forma. Entre los trabajadores ocupados, estas formas son disímiles. Algunos lo utilizan ocasionalmente, otros lo descartan y otros lo rechazan abiertamente. Todo esto debe ser tomado muy en cuenta por los movimientos revolucionarios. 

Pregunta: Sin duda Argentina fue escenario de un importante movimiento político militar en las décadas pasadas. Sin embargo, todo ese desarrollo alcanzado fundamentalmente por el Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo –PRT-ERP– ha sido fuertemente criticado por un sector de la izquierda argentina ligado a la intelectualidad. Dos de los argumentos más escuchados se refieren a que mientras los obreros luchaban en las calles, el PRT estaba en las montañas armando guerrillas. Otro de los argumentos que se esgrimen es que fue una concepción foquista y se plantea que quienes desarrollaron esa política eran unos pocos compañeros “empíricos”, alejados del estudio científico del marxismo que terminaron con su accionar sólo desatando una represión que hizo retroceder la lucha de masas de la clase obrera. ¿Qué hay de cierto en estos planteamientos? ¿Hasta qué punto estos planteamientos reflejan la realidad de lo ocurrido en Argentina?  

Abel Bo: La pregunta parte de supuestos falsos que no reconocen (o falsean) la historia tal cómo se desarrolló, y es bueno que volvamos a reflexionar.

El Partido Revolucionario de los Trabajadores de Argentina no “estaba en las montañas armando guerrillas mientras los obreros luchaban en las calles”. El PRT se fundó en 1965 a partir de dos destacamentos, el Frente Revolucionario Indoamericano y Popular y Palabra Obrera. Ambas organizaciones tenían años de lucha y se encontraron precisamente en el terreno de la lucha de clases. La confluencia más estrecha fue en las luchas del proletariado azucarero de la provincia de Tucumán, en el noroeste del país, en la primera mitad de los años 60. También hubo confluencia en el frente estudiantil universitario. El terreno era predominantemente sindical donde ambas agrupaciones impulsaban luchas antipatronales y contra la burocracia sindical. En esa provincia, además, llevaron esa lucha al terreno político parlamentario. Participaron en elecciones legislativas provinciales en 1965 en momentos de proscripción del peronismo, promoviendo un proceso asambleario obrero en los ingenios para elegir candidatos a ser parte de una lista del peronismo proscripto con otra denominación legal. Dos candidatos obreros fueron electos así con un programa de reivindicaciones clasistas. Entre ellos, el líder sindical Leandro Fote, militante del PRT (secuestrado en 1976). De ese ámbito sindical surgió una inmensa cantidad de obreros azucareros que fueron ingresando y moldeando de a poco al PRT como un partido proletario. Antonio del Carmen Fernández (fusilado desarmado en 1974 junto a otros 15 compañeros cuando ya era miembro del Buró Político), Ramón Rosa Jiménez (asesinado por la represión), Marcelo Lescano (caído en combate en Córdoba en 1971) y tantos otros. Santucho, que había sido dirigente estudiantil y consejero universitario, fue después asesor de los sindicatos azucareros (como lo fue Raúl Sendic de la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas en Uruguay, antes incluso de fundar el MLN-Tupamaros). En el período 1965-70 un número reducido de obreros se sumó al PRT en varias ciudades industriales. Cuando la dictadura de Onganía cierra muchos ingenios dejando un tendal de despedidos, sumando una represión violenta, los obreros responden con piquetes en las rutas y los más decididos le plantean al PRT la necesidad de pasar a la lucha armada. En el mismo verano de 1966-67, ante la ola de despidos causada por la dictadura en el puerto de Buenos Aires, el naciente PRT participa activamente de una larga huelga y promueve la organización Inter-Villas de los estibadores al margen y en contra de la burocracia. En Córdoba se suman al PRT algunos activistas obreros, entre ellos Carlos Germán, el negro Mauro (primero activista de FIAT y después dirigente en el gremio de Correos) quien después llegó a ser miembro del Buró Político hasta su secuestro a fines del 76. A partir del 5º Congreso de 1970, dadas las sublevaciones obreras de 1969 (cordobazo, rosariazo), y del surgimiento de incipientes guerrillas, el PRT se asume, recién en ese momento, ser un partido de combate. El PRT constata la situación, resuelve asumirla tras un intenso debate ideológico interno, y no ir detrás de los acontecimientos, como lo hacía el espontaneísmo. Todo lo contrario, ponerse al frente, impulsar y darles una perspectiva organizativa con una estrategia de poder a formas de lucha que están ya en desarrollo. El sindicalismo clasista y la insurgencia guerrillera, ambos fenómenos incubados antes de 1969, eclosionan con fuerza inédita. A partir de ese momento, la incorporación al PRT de los mejores activistas obreros fue un fenómeno masivo. De los sindicatos clasistas recuperados en 1970 de la FIAT Concord y Materfer (SITRAC-SITRAM) se incorporaron, por ejemplo, Juan Eliseo Ledesma, que llegó a ser el segundo comandante del ERP (secuestrado en noviembre 1975), Eduardo Castelo (también miembro del B.P. caído en 1976), Guillermo Torrandel (también caído), el secretario adjunto de SITRAC Domingo Bizzi; otro de los más notorios dirigentes obreros de aquella época, Gregorio Flores (vean su libro Lecciones de batalla), Alfredo Curutchet, uno de los asesores legales de SITRAC-SITRAM (asesinado por la Triple A en 1974), Julio Oropel (delegado en la FIAT que también fue miembro del BP). Recuerdo algunos nombres sólo a modo de ejemplo. Disculpen decenas de omisiones. El 15 de marzo de 1971, a partir de una huelga general provincial, ocurre el segundo cordobazo o viborazo y aparecen por primera vez en el seno de una masiva movilización obrera callejera y ocupación de barrios, las banderas del ERP. Tanta fuerza tuvo esa irrupción, que la revista fascista Cabildo puso en su tapa esa bandera bajo el título “hay que destruirla donde se la encuentre”. El dictador general Alejandro Lanusse proclama que frente a la “subversión apátrida” (la insurgencia obrera y guerrillera), “las armas de la patria (las tres Fuerzas Armadas) están en guerra”.

El 8 de julio de 1973, el PRT promueve la fundación del Movimiento Sindical de Base (MSB) en un plenario de unos 1.500 trabajadores de todo el país congregados en el Sindicato Luz y Fuerza de Córdoba, presidido por Flores y Fote. En esa ocasión, el líder de la CGT regional, Agustín Tosco, a la sazón la más grande figura de aquella época de rebelión proletaria, alerta sobre el inminente ataque fascista al gobierno democrático instalado 40 días antes. Y plantea el célebre desafío “¡Vamos a hacer de Córdoba la capital de la Patria Socialista!”. Ese pronóstico no era en vano. Cinco días después, el propio peronismo, que había retornado al gobierno tras 17 años de proscripción, da un autogolpe palaciego. Al año siguiente, el MSB realizó su segundo plenario nacional con 4 mil trabajadores.

En 1974 se produjo el villazo, la rebelión obrera en las grandes fábricas como Acindar, Marathon y Metcom en Villa Constitución (a 50 km. de Rosario, en las riberas del río Paraná) contra la burocracia sindical de los metalúrgicos. En esta renovada eclosión de sindicalismo clasista el PRT tuvo importante protagonismo junto a otras fuerzas políticas (al igual que en SITRAC-M) y muchos más dirigentes obreros se incorporaron a la organización (Lucho Segovia, el gringo Porcu y muchos más), algunos cayeron muertos y otros fueron prisioneros cuando la represión de desató sobre ellos.

Para ese entonces, el PRT había extendido su frente sindical a ciudades tan distantes de la geografía argentina como el cordón industrial La Plata-Berisso-Ensenada (60 km. al sur de Buenos Aires), Mendoza (1.200 km. al oeste), Santa Fe, Salta y Jujuy (en el noroeste), Chaco, Corrientes y su zona aledaña en el noreste), Bahía Blanca (680 k. al sur de Buenos Aires) y las zonas Norte, Oeste y Sur del Gran Buenos Aires, el cordón industrial Zárate-Campana-San Nicolás, a la vez que empieza a tener incipiente presencia en ciudades más pequeñas como San Francisco, Villa María y Río Cuarto (Córdoba), Rafaela (Santa Fe) y otras.

El PRT tenía a esa altura un periódico semanal, El Combatiente, y el ERP, un periódico quincenal, Estrella Roja. Pero como resultado de su activismo sindical, llegó además a tener 40 boletines fabriles para sendos frentes de trabajo gremiales. Cuando el auge de masas fue aún más en ascenso, el PRT, que ya promovía formas y organismos de poder popular local, participó activamente en la gestación de lo que se conoció como las Coordinadoras de Gremios en Lucha hacia 1975. Particularmente, debo destacar que en Córdoba, bajo la influencia de Tosco, se conforma primero un frente intergremial llamado Movimiento Sindical Combativo, en cuyo seno participan y dirigen obreros del PRT y del MSB junto a otras importantes organizaciones políticas de aquel entonces (Peronismo de Base, Poder Obrero, PST, PO, PCR, Vanguardia Comunista, Juventud Trabajadora Peronista, etc.). Luego, madura la Mesa Coordinadora de Gremios en Lucha en la cual los dirigentes sindicales del PRT tienen un papel decisivo en las jornadas de junio-julio del 75, el momento más alto de aquel auge de masas. Trabajadores del PRT participan en las direcciones de los gremios de mecánicos (SMATA), Perkins, Caucho, Obras Sanitarias, Sanidad, Lecheros, Docentes, Luz y Fuerza, Viajantes, Prensa, gremiales hospitalarias y en las oposiciones antiburocráticas de la Construcción, Municipales, Empleados Públicos, Metalúrgicos, Calzado, etc. etc. En el cordón La Plata-Berisso-Ensenada se destacan en la Coordinadora (véase el relato de Daniel De Santis sobre la lucha en Propulsora Siderúrgica). Muchos de estos trabajadores llegaron a ser también miembros del Comité Central del PRT: además de Daniel, Víctor Hugo González, el león manso, obrero de Perkins asesinado en 1976.

Probablemente mi memoria no alcance para llenar con nombres y más nombres de trabajadores miembros del PRT y sus frentes gremiales, fábricas, talleres, oficinas, escuelas, hospitales, donde desplegaron su lucha. Podrán algunos, o muchos, no estar de acuerdo con la política que desarrolló el PRT. Pero es una falsedad lindante con la canallada difamar acerca de que esta organización no estuvo presente en las luchas obreras, las reivindicativas y las políticas. He señalado los acontecimientos más destacados relacionados con el terreno sindical en la época del auge de masas, algunos de los cuales son hitos de esa lucha (SITRAC/SITRAM, viborazo, villazo, Coordinadoras) que ponen de relieve la falsedad de la descripción histórica a que ustedes hacen mención.

El PRT desarrolló  una original combinación de organización sindical clasista y guerra de guerrillas urbana, donde llegó a tener cinco compañías en sendas regiones y un batallón urbano. El nacimiento del frente guerrillero rural con la Compañía de Monte “Ramón Rosa Jiménez” en la provincia de Tucumán fue la continuidad de una labor política, sindical y parlamentaria de muchos años antes en la región del proletariado azucarero y del campesinado cañero. Allí, la perspectiva era construir un ejército más regular, objetivo que no se alcanzó.

Respecto de la pregunta sobre una supuesta concepción foquista en el PRT, el brevísimo relato anterior sirve para desmentirla. Pero además, quienes alegan esa falsedad, ignoran que desde antes de nacer como partido, ya se debatía acerca de esa opción, y una y otra vez se descartó. Hubo, sí, desprendimientos de militantes de Palabra Obrera que optaron por esa metodología en la primera mitad de los 60. Se trató del grupo impulsado por el Vasco Ángel Bengochea que, antes de entrar en acción, tuvo un desenlace trágico en 1964 por un accidente con explosivos. El PRT, desde su 4º Congreso de 1968, rescató la memoria de esos compañeros y los homenajeó con la presidencia honoraria, pero no comulgó con esa vía, construyendo su estrategia de manera distinta, sobre las base de cuatro pilares: Partido Proletario, Ejército Popular, Frente Antimperialista y Organización Internacionalista.

Todo esto está  extensamente documentado, por ejemplo en la obra en tres tomos A Vencer o Morir-PRT-ERP, Documentos, recopilada por De Santis, o en extensos testimonios recopilados en Por las sendas argentinas-El PRT-ERP, la guerrilla marxista, por el historiador Pablo Pozzi. También está la serie de cine testimonial-documental realizada por el Grupo Mascaró, Gaviotas Blindadas (cuatro películas que incluye, no olvidarse, la que se denomina Clase - Política sindical del PRT). Quienes se presuman de analistas de nuestra historia no pueden ignorar esos textos. Si lo hacen, es por un condicionamiento ideológico-político, por prejuicio, o como parte de la persistencia de ese intento de demonizar, calumniar, una de las mayores experiencias revolucionarias de lucha por el poder político de la clase obrera en Argentina. Porque, insisto, se puede discrepar con la estrategia y las tácticas que tuvo el PRT. Pero no mentir. Si esa mentira proviene de quienes ustedes dicen es “un sector de la izquierda”, pues les recuerdo que durante medio siglo la degeneración stalinista se presentó como “de izquierda”. Y también hago notar que existe toda una literatura política actual destinada a descalificar la experiencia revolucionaria. Pero además, existe una fuerte acción de la reacción política, la derecha más recalcitrante, tendiente no sólo a descalificar, sino un serio intento de perseguir penalmente a sobrevivientes de los movimientos revolucionarios, para contrarrestar los efectos demoledores de las acciones judiciales contra los genocidas. Lo hacen mediante acciones de propaganda escrita y oral y por medios judiciales.

En cuanto al supuesto “empirismo” del PRT puedo decir muchas cosas. En primer lugar, ¿para qué hubiese querido una organización “empírica” semejante cantidad de literatura política e ideológica de elaboración propia? ¿Para qué tenía dos periódicos, uno partidario y otro del ERP? ¿Para qué llegó a tener dos revistas, Nuevo Hombre y Posición, y un diario legal, El Mundo, hasta que fueron ilegalizados y clausurados? ¿Para qué realizó de forma sistemática y durante tantos años, en plena clandestinidad, escuelas de cuadros de una a dos semanas de duración a tiempo completo? ¿Saben esos “críticos” que el PRT destinó el 70% de su fuerza militante a tareas políticas, sindicales, barriales, estudiantiles y de propaganda, y que el 30% estaba destinado a tareas del frente militar?

A veces es cansador responder a tanta zoncera. Se me ocurre leerles unos párrafos de un artículo escrito por Santucho en El Combatiente el 12 de mayo de 1975, en plena cresta de la ola del auge de masas. Titulado “Método y política” dice: “Entre los aspectos que es necesario mejorar en este fundamental esfuerzo superador queremos tocar aquí una cuestión básica: los métodos de análisis político y de acción revolucionaria. Encarar esta cuestión tiene gran importancia porque la formación de toda persona bajo la educación capitalista conlleva la adopción de un método de análisis y de acción teñido de formalismo que impide una comprensión científica, correcta, de los hechos e incapacita para la formulación y ejecución de políticas justas ante los diferentes problemas de la lucha de clases...”. Luego de citar a Lenin en el Prólogo al Desarrollo del capitalismo en Rusia, prosigue: “El formalismo de la metodología burguesa presiona al militante a tomar superficialmente los problemas, a aplicar la línea del Partido como receta ante situaciones aparentemente similares... Porque el formalismo consiste en dejarse llevar por lo aparente, sin profundizar en el conocimiento concreto de la situación y responder a los problemas con fórmulas preestablecidas. Nada más ajeno al método marxista-leninista... ¿Cómo evitar el formalismo? ¿Cómo aplicar correctamente el método marxista-leninista? La única forma indudablemente es a través de la experiencia práctica y el estudio sistemático que permitirá lograr con el tiempo un amplio dominio del marxismo-leninismo, capacitarse verdaderamente en la aplicación de la filosofía proletaria...”

Seguramente estas breves lecturas no alcancen para explicar y rebatir afirmaciones superficiales repetidas una y mil veces. Seguramente los miles de militantes incurrimos muchas veces en errores de todo tipo. ¿Cómo no iba a ocurrir eso en una organización que, forzada a la clandestinidad y sujeta a una persecución implacable, se multiplicó numéricamente en un corto período de tiempo, en un período de auge de masas, en el transcurso de una guerra civil y ante exigencias políticas inéditas? ¿Qué organización de aquella época no incurrió en errores?

Hay mucho por autocriticarse y superarse. Pero al PRT no se le perdona desde el poder burgués haberlo desafiado, haber luchado por la conquista del poder obrero y el socialismo. 

Pregunta: De acuerdo a lo expresado, existe una errónea concepción sobre lo militar ya que se plantea que nadie desarrolla esto cuando, en realidad, la clase dominante siempre ha tenido una política militar y ha combinado sus formas de lucha. ¿Existe en el proceso de acumulación de fuerzas un momento en que se puedan combinar las acciones armadas y otras tácticas como, por ejemplo, la electoral? 

Abel Bo: En primer lugar, sí, coincido en que existe una política militar permanente de los Estados capitalistas, una política antipopular contrainsurgente, que es muy diferente en cada país, pero que contiene hilos conductores comunes. Está claro que no es lo mismo el “Plan Colombia” y la llamada “política de seguridad democrática” que llevan adelante la oligarquía de ese país y los sucesivos gobiernos de EE. UU., que las políticas de criminalización de la pobreza y la protesta social como se dan en Argentina o en Chile. Tampoco es lo mismo el persistente militarismo gorila en Honduras que los planes armados de la oligarquía y el fascismo boliviano que actúan para derribar al gobierno del M.A.S. encabezado por Evo Morales. Está intacto el militarismo en Paraguay y ustedes podrán relatar mejor cómo actúa la reacción política armada en Venezuela. Y ahí está la situación de México donde desde un régimen constitucional (pero fraudulento, no olvidemos) se despliegan estrategias contrainsurgentes y represivas en gran escala. En todos los países, las burguesías combinan sus acciones de acuerdo a sus intereses y posibilidades.

Desde el punto de vista de las perspectivas revolucionarias, por supuesto que existe la posibilidad –y la necesidad– de combinar las formas de lucha de acuerdo al momento y al desarrollo de la lucha de clases en cada país. Históricamente, el PRT lo intentó en Argentina. Permítanme insistir en este tema, para desvirtuar las falsedades que antes señalé. En principio, combinó luchas sindicales con intervención electoral. Posteriormente, una vez iniciada la lucha armada, cuando la dictadura del general Lanusse en retirada en 1971, decidió desproscribir al peronismo, promover un “gran acuerdo nacional” (interburgués) y llamar a elecciones, el PRT fue en ese año la primera fuerza política revolucionaria que postuló la posibilidad de intervenir en esos comicios con candidaturas obreras y socialistas. Y si un defecto se le puede señalar al PRT, fue no haber sido lo suficientemente consecuente con su propio planteo, no haber llegado a las primeras elecciones sin proscripciones (marzo 73) con una táctica electoral acertada. Se trató, para resumirlo, de “la táctica electoral que no fue”. Esto, que lo digo con toda la rigurosidad autocrítica, es casi siempre ocultado por esos críticos del PRT que ustedes mencionaban. Pero rápidamente, ante el autogolpe ocurrido en julio de ese año, apenas 45 días después de haber asumido el gobierno peronista de Cámpora-Solano Lima, hubo una nueva convocatoria electoral para septiembre. El PRT impulsó con ímpetu la presentación de la fórmula Agustín Tosco-Armando Jaime, dos dirigentes obreros. Pero el PRT no tuvo la fuerza como para imponerla como alternativa electoral, ya que otras fuerzas políticas como Montoneros (organización armada peronista con muchísima influencia de masas) y el PC (stalinista y de histórica tradición de oposición a Perón) apoyaron la fórmula reaccionaria Juan Domingo Perón-Isabel Perón, presentada como de “liberación o dependencia”, que triunfó cómodamente ante la falta de una alternativa electoral socialista y revolucionaria clara y con proyección de masas. Y ese nuevo gobierno electo devino rápidamente no en “liberación” sino en una fascistización del régimen surgido democráticamente. La táctica electoral del PRT no era para “ganar” las elecciones, sino para ensanchar en el terreno político la huella de un movimiento revolucionario en ascenso. Esa debilidad revolucionaria tuvo consecuencias nefastas.

En síntesis, los movimientos revolucionarios deben combinar todas las formas y saber cómo y cuándo aplicarlas. El Che Guevara advirtió desde sus primeros escritos cuáles debían ser los criterios que deben tener los movimientos revolucionarios incipientes para decidir el inicio de luchas armadas. Y advirtió expresamente que, cuando existen expectativas de las masas en las políticas institucionales burguesas, los revolucionarios no deben ignorarlas. 

Pregunta: Volviendo al PRT, si bien aparecen con nitidez las causas de la derrota, lo que a veces no queda claro en ninguna de las explicaciones y libros que se han realizado sobre el tema por los propios protagonistas de esa tremenda historia es ¿cuáles fueron las causas más profundas que impidieron la reconstrucción del PRT o de un partido revolucionario que recogiera su legado? Sin dudas, en todo ello influyeron subjetividades de todo tipo, pero ¿nos podrías señalar las que, a tu juicio, fueron las más importantes? Y la pregunta tiene que ver también con el alcance continental de este problema, porque el MIR en Chile y los Tupamaros en Uruguay tampoco han podido recomponerse, a pesar que vastos sectores los reconocen como lo más avanzado, junto al PRT, que tuvo nuestro continente. 

Abel Bo: El primer éxito de la contrarrevolución en Argentina fue cortarnos de cuajo a los revolucionarios el vínculo con las masas, en primer lugar con la clase trabajadora, y aniquilar físicamente lo mejor de nuestra militancia. Eso provocó una doble ruptura: la de los vínculos imprescindibles con la base social y los vínculos y la continuidad interior del partido revolucionario. Eso quiere decir que a pesar de nuestro desarrollo, no estábamos lo suficientemente preparados para resistir y enfrentar semejante embate terrorista. En el caso de nuestro PRT es más notorio y contradictorio, porque si algo tenía en claro el grupo dirigente bastante antes del último golpe militar de marzo del 76, era en qué consistía el plan de exterminio que, por otra parte –y es bueno remarcarlo– ya estaba en marcha bajo el régimen constitucional fascistizado. Esa compresión no era asumida tal como se la enunciaba por gran parte de la militancia, muy nueva y todavía inexperta. Pero también por propios miembros de la dirección. Me consta cómo un responsable militar regional, que llegó a ser miembro del Buró Político, le desaconsejó a otro compañero que se repliegue de sus lugares de trabajo, tal como fue la orientación precisa que la dirección había dado a toda la militancia. Argumentó que lo pondría más en evidencia. Menos de un mes después del golpe de marzo 76, el compañero fue secuestrado de su lugar de trabajo. Es apenas una dolorosa anécdota que revela una conducta irresponsable en un dirigente.

Y en la dispersión que provocó esa derrota no tuvimos la capacidad de reorganizarnos en nuevas y mucho más difíciles condiciones. El auge del movimiento de masas estaba agotado y demoramos como organización en percibirlo. Suponíamos, erróneamente, que el movimiento obrero, con su larga experiencia de resistencia a anteriores dictaduras, iba a reanimarse más rápidamente, cosa que no ocurrió por la acción del terrorismo dictatorial y porque las masas no tuvieron delante una opción política unificada, clara. La unidad revolucionaria no se concretó y ese fue un factor político decisivo. Este es todo un tema a considerar: cómo y por qué las fuerzas revolucionarias no logramos la unificación.

La ruptura de la continuidad revolucionaria fue determinante. En la derrota afloraron todas nuestras debilidades. Está claro que perdimos a los mejores militantes que, con mucha experiencia, supieron en el período anterior gestar este proyecto político, que tuvieron capacidad de prever muchos acontecimientos políticos, pero que no fueron lo suficientemente previsores de todos los aspectos por venir. Los que siguieron, los que seguimos, no tuvimos esa capacidad. Y en esa dispersión aparecieron todo tipo de errores, de desviaciones. Como sostenía Santucho en los debates previos al 5° Congreso de 1970, la capacidad de reacción del partido está en relación directa con la conducta de su dirección. Y a partir de 1977, lo que quedó como dirección fue presa de todo tipo de errores. Seguramente esto estaba incubado antes, pero ¿cómo saberlo antes? ¿Cómo detectarlo antes? Puedo decir que Mingo Menna, en noviembre de 1975, tenía ya esta intuición –me la transmitió personalmente–, por eso se había puesto al frente como secretario de Organización del Buró Político, de una tarea de reorganización, de democratización le llamaba él, del PRT. No ocurrió porque no hubo tiempo.

Para enunciar lo que creo que fue la mayor debilidad del PRT es que se construyó al calor de un auge, en que todo era imperioso, era una vorágine. En la marea del auge, las inconsistencias de formación ideológica y las fallas en la seguridad, pasan más o menos desapercibidas. En el reflujo, salen a la superficie. No voy a entrar en las defecciones personales, sí en las ideológico-políticas. Ante la derrota y la desarticulación, hubo quienes cuestionaron, primero larvadamente, los conceptos básicos de la política del PRT. Cuestionaron el proyecto de nuestra revolución como antiimperialista y socialista, atribuyendo a esa caracterización los errores. Otros cuestionaron nuestra propuesta socialista en un país con predominio ideológico populista. Surgieron posturas individuales o grupales que llevaron a conformar corrientes demo-populistas algunos, neostalinistas otros. Incluso quienes argumentaron que la derrota fue por impulsar la lucha armada y otros que el error fue construir un partido con criterio leninista. Como vemos, hubo de todo y debemos señalar aquí el abandono de los principios, lo que es grave e irreversible cuando en eso incurren militantes en condición de dirigentes, a quienes el conjunto les tenía confianza. Rota la confianza, rota hasta la confraternidad que caracterizó al PRT, ya nada se pudo reconstruir colectivamente.

Por eso no hay un balance común, y cada cual saca el suyo. Seguramente otros compañeros tendrán más aportes y algunos no coincidirán con estas reflexiones, parcial o totalmente. Desde ya que no comparto nada con los escribas que pertenecieron a la organización y dicen haber “descubierto” que Santucho no era marxista sino “demócrata revolucionario”, o que su crítica al populismo peronista era por provenir de una familia con adhesión a la Unión Cívica Radical. Ni tampoco con “críticos” como el filósofo peronista Feinmann que nos trata de “locos”, “foquistas” y tantos epítetos llenos de calumnias. En ese terreno entró también el ex tupamaro Fernández Huidobro que, además de canalladas, imputa al PRT haber sido “trotskista” y de haber “colonizado” a los tupas con la teoría del partido proletario.

Con características similares, la desarticulación hasta su extinción, afectó a otras organizaciones revolucionarias argentinas. Lo del PRT resalta más, y me duele más, porque fue el partido marxista que con más audacia revirtió el fenómeno histórico de divorcio del marxismo con la clase obrera en Argentina.

Sabemos que procesos similares afectaron al MIR chileno y a los tupas uruguayos. He compartido con ellos algunas tareas internacionalistas. Son ellos quienes deben sacar sus propias conclusiones y compartirlas en esta tarea de la reconstrucción, porque la revolución socialista sigue siendo posible y necesaria.  

Pregunta: Después de las dictaduras militares que vivimos en los distintos países latinoamericanos se instauró la democracia burguesa como la única alternativa posible. Surgió con mucha fuerza la izquierda capitalista con la misión expresa de domesticar a la clase obrera y muchos otros factores de dominación: la delincuencia común que crece, el narcotráfico, los nuevos mecanismos de terror. Sin dudas, estamos desmovilizados. ¿Cómo se logra nuevamente la movilización entonces?  

Abel Bo: Nuevamente, las situaciones son muy disímiles. No se puede equiparar las situaciones de Venezuela y Bolivia donde transcurren procesos de reformas –a su vez de diferente origen– con gobiernos con respaldo de masas, con las circunstancias de otros países. En Argentina, el gobierno del peronismo K (¡hay un montón de peronismos!) emergió tras el derrumbe institucional de 2001, crisis a la que llevó el propio peronismo en su versión ultraliberal que gobernó toda la década del 90 con Menem a la cabeza y el apoyo de muchos que hoy son “críticos” de esos años, pero que fueron co-responsables de la aplicación de planes de privatizaciones, baja salarial, desempleo masivo, etc. Lo que ocurrió en la crisis 2001-2002 fue una rebelión democrática... ¡contra la institucionalidad democrática! Fue el momento del “¡Que se vayan todos!”, y como la rebelión no parió una alternativa política dentro del mismo sentido en que se movía –no era un movimiento revolucionario– el peronismo tuvo la capacidad de recomponer esa misma institucionalidad combinando, con Duhalde a la cabeza, la represión a los movimientos sociales con una salida electoral. El peronismo K supo tomar muchos de esos reclamos democráticos para recomponer el capitalismo. ¡Y a esto la derecha aquí lo califica como “troskoleninismo”! Ninguna fuerza revolucionaria tuvo (tuvimos) la capacidad de elevar esa formidable movilización democrática y asamblearia en una opción democrática y revolucionaria.

En Argentina existió una movilización inmensa. Lo que no tuvimos, no tenemos, es una inserción política y organizativa como para incidir en el rumbo político. Existen aún numerosas movilizaciones, pero absolutamente fragmentadas, que no maduran ni se generalizan, precisamente porque la muy débil inserción de los pequeños y dispersos destacamentos revolucionarios ocasiona que esas movilizaciones no se traduzcan en verdaderas luchas de clases.

La respuesta al interrogante es política, y en mi opinión se debe centrar en la tarea de inserción que se logra con militancia, con educación y formación de esa militancia, con tareas de agitación y propaganda tendientes a lograr inserción en la clase trabajadora. Es un desafío muy fuerte y difícil, porque el predominio de la ideología de la conciliación de clases en los movimientos de masas sigue vigente. Y porque en las organizaciones sindicales y populares, incluso en gran parte del activismo, no existe una conciencia socialista a pesar de la voluntad de lucha. Existe una gran inexperiencia política y una incapacidad para intervenir en política, tal como ésta ocurre. La carencia de una organización revolucionaria refuerza esa tendencia negativa. Existen muchísimos reparos y prejuicios contra una construcción revolucionaria. Por eso la batalla de ideas está a la orden del día. 

Pregunta: Hay quien dice que el concepto de clase obrera ha cambiado y que, de tal forma, hay que actualizar el marxismo. Estos argumentos se escuchan desde la izquierda capitalista y también de muchos sectores revolucionarios. ¿Cuáles son los nuevos rasgos de la clase obrera en este escenario? ¿Realmente debemos cambiar el concepto de clase obrera?  

Abel Bo: El marxismo, como nos enseñaba Lenin, desde que se convirtió en una ciencia merece que se lo trate como tal. En consecuencia, pienso que el marxismo sólo puede existir a condición de revolucionarse permanentemente. Pero ¡ojo! Revolucionarse no quiere decir de ninguna manera perder su esencia. Hace más de dos décadas, hay una intensa labor ideológica antimarxista disfrazada de “marxismo”. ¿O acaso no han escuchado decir que el imperialismo ya no existe o que la lucha por el poder político no tiene sentido? Después del triunfo de las contrarrevoluciones, ésta ha sido la más importante victoria burguesa.

La clase obrera ha sufrido importantes modificaciones, tanto como las tuvo el capitalismo. Hace 40 años aquí predominaban las modalidades fordista y taylorista. Las crisis de acumulación, la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y la magnitud y extensión de las luchas obreras antipatronales, forzaron al capitalismo a modificarse. Así surgieron las innovaciones tecnológicas, la introducción de las nuevas tecnologías informatizadas en los sistemas de producción y servicios, las modalidades “a la japonesa” como el “círculo de calidad”, el “justo a tiempo”, el “stock cero”, la “tercerización”, etc., etc., que moldean un tipo de clase trabajadora diferente a la de las décadas del 40 al 70 del siglo pasado. Pero esas modificaciones ocurrieron también en el pasado. El proletariado de los 50 a los 70 fue bastante diferente al de las primeras décadas del siglo XX. Los sindicatos en esas distintas épocas fueron distintos, muy masivos, y aunque aquí estuvieron sujetos al verticalismo burocrático ideológicamente sustentado en la conciliación de clases, surgieron poderosas vertientes clasistas que pusieron en jaque a ese dominio burocrático propatronal.

En la actualidad, la clase obrera está menos concentrada laboralmente y mucho más dispersa. Incluso, dentro de una misma empresa o repartición hay trabajadores en blanco y numerosas modalidades de empleo “en negro”, lo que divide internamente a los trabajadores. Al mismo tiempo, hay una inmensa masa de desempleados que supera numéricamente al histórico “ejército de reserva” del capitalismo. Hay ya una generación de familias trabajadoras que no conocen el empleo formal, muchos jóvenes que nunca “marcaron tarjeta” como decimos aquí. Pero no hay menos clase trabajadora como falsamente sostienen esos “analistas” que ustedes hacen mención. Sobre una población de 40 millones de habitantes, hay unos 15 millones de trabajadores. Pero un 40% (o más, según las regiones) trabaja “en negro”. El porcentaje de sindicalización es bajísimo comparado con nuestro pasado. La legislación laboral retrocedió casi medio siglo, aún a pesar que en los últimos años se recuperaron parcialmente algunas conquistas. El telegrama de despido sigue siendo un poderoso instrumento de terror a pesar de un repunte del empleo en el período 2003-2007. La desocupación permanente y el subempleo siguen siendo un problema masivo. Y todo esto después de una recomposición capitalista con crecimiento del Producto Bruto inédito, tanto industrial como agrario y de servicios.

Esta es la descripción de los nuevos rasgos de la clase obrera. Pero en Argentina siguen existiendo grandes y medianas industrias automotrices y autopartistas con cifras récord de producción, agroindustrias desde el procesamiento de productos del campo hasta fabricación de maquinaria, industrias petroquímicas de altísimo rendimiento, lo mismo que de biotecnología. Y cientos de miles de pequeñas industrias de todo tipo. La construcción, con altibajos, ha tenido una gran expansión, lo mismo que las obras viales, a pesar de que tenemos un tremendo déficit habitacional y de desarrollo vial, sumado a un deterioro monstruoso de nuestras vías ferroviarias. Todo esto para abordar el interrogante acerca de si debemos cambiar el “concepto” de clase obrera. Pues no. El nuevo proletariado produce más que antes y además, produce en condiciones de mayor explotación. Es decir, se le expropia mayor plusvalía. ¿Quiénes, si no son obreros los que producen con su trabajo semejante riqueza? Lo hacen en condiciones muy diferentes a las de hace 40 años, ¡pero trabajan, producen más que antes y son explotados más que antes! 

Pregunta: ¿La clase obrera sigue siendo el sujeto de la revolución? 

Abel Bo: Si por revolución entendemos que se trata de un proceso político-económico-cultural de cambio de relaciones de poder y de producción, de tránsito del capitalismo hacia la propiedad colectiva de esos medios de producción y la instalación de un nuevo poder político, decisivamente sí: la clase obrera es el sujeto de esa revolución por venir. Estamos hablando de aquel concepto del Che: revolución socialista y no caricatura de revolución.

Decir que es el sujeto no implica negar que haya también otros protagonistas sociales. Así también lo era en la inconclusa revolución de los 60 y 70. Los campesinos trabajadores, los profesionales, científicos y técnicos, los educadores y tantos asalariados no proletarios, una extensa pequeño-burguesía. La revolución social los necesita y ellos pueden desplegar sus energías intelectuales y laborales en una nueva estructura económica y política.

Pero para que la clase obrera se sienta sujeto de una revolución es necesario un cambio subjetivo. Y lo mismo entre esos sectores asalariados no proletarios, potenciales aliados y beneficiarios de una revolución. Objetivamente, la realidad material de la estructura económica y de servicios nos ha acercado al punto de partida para iniciar el tránsito al socialismo. Subjetivamente, los fracasos y las relaciones de fuerza desfavorables, nos han alejado. 

Pregunta: Para levantar el trabajo de masas y el crecimiento de los movimientos revolucionarios se ha planteado el trabajo de base, trabajo de hormiga, de organización casa por casa prácticamente. ¿Y no es eso lo que, a su modo, hacen las actuales iglesias evangélicas, extendidas por toda Latinoamérica?  

Abel Bo: En primer lugar debo decir que el trabajo de masas, de base, de hormiga, fue una labor que desarrollamos los movimientos revolucionarios en los años 60 y 70. No es algo nuevo, todo lo contrario. Simplemente que hoy debemos hacerlo en condiciones muy diferentes, tal como lo hemos descripto. De lo contrario, sería otra vez falsear el derrotero histórico tal cual como sucedió. Ese trabajo se hizo y está muy bien que se emprenda nuevamente. De hecho, hay ya muchos que lo hacen, y mi respeto y elogio a todos esos destacamentos, más allá que no coincida con tal o cual propuesta política o con las formas que algunos lo hacen.

Respecto a relacionarlo con el trabajo de iglesias evangélicas, la comparación no me parece válida, si de perspectiva revolucionaria se trata. Una cosa es entender y respetar las motivaciones religiosas que animan a diferentes grupos a solidarizarse con el prójimo en situación de miseria o explotación, y otra cosa es que esas actividades tiendan a organizar social y políticamente a las clases trabajadoras para asumir en sus manos la dirección de la producción industrial y agraria, para apropiarse de la ciencia para transformar las relaciones de producción o para cambiar de raíz el poder político. En todas las revoluciones auténticas, o en movimientos revolucionarios que no triunfaron, han tenido protagonismo personas o corrientes que profesan y tienen motivaciones religiosas. De hecho los hubo en la victoriosa Revolución Sandinista y en la frustrada revolución salvadoreña. Los hubo en los movimientos revolucionarios de Brasil, Chile y Argentina. Pero no se trata de una cuestión de fe, se trata de una revolución política y social. 

Pregunta: Lo de las iglesias evangélicas apuntaba a mostrar cómo la derecha se ha apropiado de una estrategia que usa a su favor: está en cada barrio o en cada comunidad rural llevando un mensaje para nada revolucionario, por el contrario: despolitizado, un verdadero “opio para los pueblos”. Sin dudas, los movimientos populares en Latinoamérica, aquellos que son fermento de cambio, están bastante golpeados. ¿Cómo se podrán poner de nuevo en pie de lucha? 

Abel Bo: En primer lugar, la situación de los movimientos populares en Nuestra América es muy disímil, por lo cual no puedo dar una respuesta generalizada. En Argentina, la situación de los movimientos obreros, campesinos y populares es desigual. Sin duda, no estamos a la ofensiva en la correlación de fuerzas frente al poder y las clases propietarias. La situación mejoró notablemente a partir de la rebelión popular de 2001-2002, pero esa rebelión no tuvo como eje al movimiento obrero organizado como fue a partir de 1969, ni parió organizaciones revolucionarias como ocurrió en el período de auge 1969-75. Fue, como señalé antes, una rebelión democrática contra la institucionalidad democrática, motorizada por el hartazgo hacia el régimen político y por el hambre –¡sí, el hambre en Argentina!– y la falta de trabajo. La consigna “¡Que se vayan todos!” no tenía una propuesta para el día después que se vayan todos, asumida masivamente. La rebelión no abrió una situación revolucionaria, sino apenas revolucionó el estado de ánimo, sacudió del letargo a importantes sectores populares. Pero no llegó más allá. Y por eso se quedaron, así, con k, porque esa variante del peronismo pudo maniobrar para recomponer la institucionalidad y reconstruir el capitalismo nacional, tal cual era y es su objetivo.

Los movimientos piqueteros, integrados masivamente por trabajadores desocupados que fueron el contingente más importante de esas movilizaciones, no pudieron convertirse en eje de reorganización de toda la clase trabajadora. Desde los trabajadores sindicalizados, la participación fue de sectores que se movieron en ausencia o contra las decisiones de las directivas de sus gremios. Las burocracias de la tradicional CGT, ausentes. La directiva nacional de la CTA, nueva central autoproclamada alternativa, se borró en las jornadas decisivas. En el seno de los gremios empezaron a florecer corrientes democráticas, antiburocráticas y algunas clasistas. Este fenómeno, muy atacado y reprimido desde el poder político, empresarial y burocrático-sindical, aún no se ha generalizado. Y el nuevo clasismo no encuentra un punto de unidad como para proyectarse como una alternativa sindical atrayente, con fuerza, a las bases. En este importante sector, predominan a mi modo de ver, los métodos manijeros, sectarios, que reproducen en gran medida los vicios de la política burguesa o burocrática que cuestionan. Por otra parte, en forma fragmentada y sin vínculos originales entre sí, surgió el proceso de recuperación de fábricas abandonadas por sus dueños. Se trata de un fenómeno casi inédito, ya que no surgió como un proceso de lucha por el control obrero, sino por el abandono patronal. Es una experiencia autogestionaria magnífica que pone de relieve precisamente cómo y por qué la clase obrera sigue siendo el sujeto de una revolución necesaria. Pero es un fenómeno todavía muy restringido y que enfrenta todo el embate del régimen económico y político vigente. Cualitativamente es de una potencialidad inmensa, cuantitativamente aún no destaca.

Poner en pie de lucha, en un escalón superior al actual, a todos estos sectores obreros y populares es una cuestión política. Ningún sector tiene por sí solo la capacidad de hacerlo. Algunos no se lo proponen. Y los que sí se lo plantean, no tienen la suficiente autoridad política como para lograr esos primeros pasos unitarios. Cuando afirmo que se trata de una cuestión política, hay que señalar que un importante sector del activismo es renuente precisamente a eso, a conformar una organización política. Una gran parte del pueblo ve a “la política” como un asunto ajeno, como un asunto de los políticos y partidos del régimen, en los que generalmente no confían, pero –contradictoriamente– a quienes les depositan su confianza en las contiendas electorales. Favorecen esta renuencia las conductas y los métodos de partidos y agrupamientos de izquierda. Todavía no ha madurado colectivamente la necesidad de un partido político revolucionario, que es el instrumento que podría elevar el nivel de las luchas actuales. Es otra secuela del triunfo contrarrevolucionario. 

Pregunta: Pese a ese retroceso en la lucha popular en todo nuestro continente, se mantienen aún los movimientos revolucionarios armados en Colombia (con dos fuerzas operativas) y en Chiapas, en el sur de México. ¿Qué perspectivas les ves hoy a esas propuestas? 

Abel Bo: En primer lugar, debo reiterar que el retroceso de las luchas populares es desigual y que en muchos terrenos y en algunos países, hay una reactivación, lo cual no quiere decir un auge revolucionario. ¿Cómo caracterizan ustedes la situación de Venezuela? No me impresiona como un retroceso. Respecto de Colombia, la persistencia de las dos fuerzas revolucionarias en armas es un dato positivo. Pero no me impresiona como una situación de auge. Los movimientos revolucionarios han sido muy golpeados, perdiendo destacados militantes y perdiendo influencia tanto geográfica como en las clases explotadas. La alianza de la oligarquía local con el imperialismo es muy fuerte y la extensión de las bases militares y el intervencionismo yanqui son datos negativos. Es una situación muy difícil para esos movimientos revolucionarios. México me parece una situación muy distinta. El zapatismo se ha consolidado en el sur y mantiene una situación de poder alternativo que el poder estatal burgués no ha podido derrotar. Pero su opción política no se generaliza al resto del inmenso país que es México. En otras regiones del país actúa desde hace tiempo el Ejército Popular Revolucionario, pero desconozco su grado de inserción de masas. Por otra parte, existen muchas fuerzas sindicales y populares que hoy mismo despliegan intensas luchas, pero tampoco pueden generalizarse. Mi solidaridad internacionalista con todos esos movimientos revolucionarios colombianos y mexicanos no alcanza como para precisar cuáles son sus perspectivas. 

Pregunta: En forma paralela al retroceso de la lucha popular más aguda, fue surgiendo en Latinoamérica un potente movimiento que se plantea la reforma del sistema poco a poco; se habla de un socialismo del siglo XXI donde la burguesía es nuestra aliada estratégica y un socialismo con propiedad privada sobre los medios de producción. Tales son los casos de Venezuela, Bolivia, Ecuador, por nombrar algunos. Estos procesos han “embrujado” a la mayoría de la izquierda latinoamericana, que les da un respaldo acrítico. ¿Esas son las revoluciones necesarias? ¿Ese es el proyecto histórico de los revolucionarios y de los pueblos?  

Abel Bo: Vamos por parte. El socialismo, si lo alcanzamos, será de este siglo, eso espero. Pero no tiene nada que ver con etiquetar al socialismo con un nuevo adjetivo calificativo o numérico. ¿Burguesía como “aliada estratégica” de qué cosa? Las burguesías latinoamericanas y caribeñas son lo que el Che definió en 1966, analizando una historia de más de medio siglo en el continente. ¿Han cambiado como para sumarse a una transformación socialista? Denme un solo ejemplo.

Otra cosa es cuál es su conducta política en cada momento y país. En muchos lugares, tienen fuertes controversias con las burguesías yanqui o europeas. Eso tampoco es nuevo. Los históricos movimientos populistas en Nuestra América han tenido controversias fuertes con el imperialismo y con otros sectores del capitalismo local. ¿O acaso el bogotazo de 1948, el asesinato de Eliécer Gaitán y el inicio de la guerra civil en Colombia no fue el resultado inmediato de una violenta lucha interburguesa? El aprismo en Perú, el priísmo en México, el varguismo en Brasil, el menerreismo en Bolivia, el peronismo en Argentina han recorrido esas trayectorias. Más de una vez fueron derribados por golpes militares. ¿De alguno de esos populismos surgió una revolución? No. Algunos de esos movimientos políticos terminaron postrados al imperialismo que decían combatir y, para que no queden más dudas, se aliaron y consustanciaron con ese imperialismo, y a partir de la era Reagan en EE.UU. se reforzó esa sumisión. La hipótesis de que en el transcurso de una eventual intervención militar imperialista un movimiento revolucionario con fuerte inserción de masas pueda aliarse a un sector de la burguesía que se subleve a esa invasión, es eso, una hipótesis.

¿Qué ocurrió cuando las invasiones militares a la Guatemala reformista de Arbenz en 1954 o a la República Dominicana de Bosch en 1965? Las burguesías, como clase, se sometieron a los invasores. ¿Qué ocurrió en el Chile de Allende en 1973 cuando despuntaba un proceso reformista? La burguesía se alzó en armas contra el reformismo sostenida por EE.UU. ¿Qué pasó en Nicaragua en 1979? Cuando el FSLN con arrolladoras fuerzas guerrilleras generó una situación insurreccional, la dictadura somocista se quebró, privándose ese mismo régimen del respaldo de otra parte de la burguesía y allí sí, el movimiento revolucionario pudo alzarse con el poder. Dos años después, cuando el imperialismo desencadenó la guerra de agresión, la burguesía que no había sido despojada de todas sus propiedades, se sumó a la contrarrevolución armada. ¿Qué pasó en El Salvador en la década del 80, cuando el movimiento insurgente ya unificado en el FMLN generó una situación revolucionaria? La burguesía se lanzó a la contrarrevolución armada reclamando y consiguiendo la intervención yanqui. Esa es la historia.

Los procesos de Venezuela, Bolivia y Ecuador tienen raíces distintas, confluyen en el tiempo y detectan importantes puntos en común que los mueve a apoyarse mutuamente, porque soportan una amenaza imperialista común. Sobre todo en Venezuela y Bolivia tienen una formidable base de masas que mayoritariamente respalda las reformas. Se trata de procesos políticos reformistas surgidos desde la vieja institucionalidad, la cual a su vez van modificando. ¿En qué momento entrará en colisión definitiva ese proceso reformista socio-económico y político con el capitalismo local y con el imperialismo? ¿Podrán recorrer esos procesos los pasos de transformarse de movimientos democráticos hacia una transición socialista? ¿Existe esa decisión política? Entre 1959 y 1961, en Cuba, un proceso de transformaciones políticas democráticas, confiscaciones a empresas imperialistas y latifundios llevó inexorablemente a convertirse en socialista, para no desaparecer, para cumplir consecuentemente el programa del Moncada. Pero en Cuba, el punto de partida arrancó con la conquista del poder político, tras una breve guerra revolucionaria que destruyó la tiranía de Batista, y la burguesía cubana residual fue quebrada en su capacidad de reacción por la Revolución triunfante.

He tratado de exponer similitudes y diferencias esenciales. No estoy “embrujado” por nadie. A muchos desde aquí nos entusiasman esos procesos, pero me incluyo entre los que no somos para nada acríticos. No tengo ni creo expectativas en el capitalismo, por más reformado que sea. Las revoluciones sociales son necesarias, pero no reconocen trayectorias idénticas ni deben hacerse imitaciones ni caricaturas. El proyecto de los revolucionarios debe ser la revolución antiimperialista y socialista y en cada país debe plantearse de acuerdo a su formación socio-económica y a sus tradiciones históricas. Al concepto de revolución no hay que desnaturalizarlo. Y cada revolución, para llegar a ser tal, deberá legitimarse ante las masas que la protagonizan para seguir siendo revolución. 

Pregunta: ¿Podrías hablarnos un poco sobre la derrota política del FSLN? ¿Dónde se origina esta derrota política, cuáles son los componentes más importantes que van configurando la derrota? ¿Cómo es eso de triunfo militar y derrota política? Todas estas preguntas surgen justamente porque se dice en algunos círculos que no existió tal derrota política, sino que lo que se dio fue un reformismo armado que frenó objetivamente el desarrollo de posiciones revolucionarias. 

Abel Bo: Claro, suena contradictorio eso de “triunfo militar y derrota política”. Pues sí, hay acontecimientos muy contradictorios en la historia, tantos como en todos los terrenos de la vida. Responder esta inquietud me lleva a recordar un breve escrito del viejo Pedro Milesi, obrero revolucionario argentino, luchador desde 1912 en el levantamiento agrario conocido como El grito de Alcorta hasta el cordobazo de 1969 y el viborazo de 1971, sublevaciones obreras urbanas en las que también participó; atravesó varias generaciones y allá, por los años 60 y 70, nos enseñó mucho. El viejo Pedro escribió un relato sobre el 17 de octubre de 1945, aquella gran movilización obrera que, a partir de una huelga general reclamando la excarcelación del entonces vicepresidente y secretario de Trabajo y Previsión, el coronel Juan Perón, se convirtió en el episodio fundante del peronismo (Carta del viejo Pedro a los compañeros Peronistas de Base, 1971). El viejo Pedro dice en su relato que se trató de algo así como “una insurrección pacífica”. ¡Fíjense qué contradicción! Si es una insurrección... ¿cómo va a ser pacífica? Pues sí. El viejo Pedro reflexiona que se trata de esos raros acontecimientos en que ante una inmensa movilización de masas, y por circunstancias políticas muy del momento, las fuerzas represivas quedan como paralizadas. Las circunstancias fueron que Perón era un caudillo militar, tenía gran apoyo de un sector del Ejército, pero el odio a muerte de otro sector, que lo destituyó y lo encarceló. A la vez, las fuerzas policiales en ese régimen militar estaban sujetas a mandos castrenses y entre sus componentes, muchos simpatizaban con el coronel Perón. Es decir, de hecho, la unidad de mando régimen-Ejército-Policía estaba fisurada. La movilización obrera fue masiva y si bien estaba más o menos prevista y organizada (la huelga se iba a hacer el día 18), la espontaneidad desbordó la organización. La masividad, muchas veces, impone el desarrollo de los acontecimientos. Y fue así, un acontecimiento muy similar a una insurrección, pero que no fue, y que se desarrolló pacíficamente e impuso sus objetivos, obligó a liberar a Perón que retornó triunfante.

Todo esto que me ayudó a entender la historia de mi país, ayuda a entender otras realidades. La Nicaragua sandinista agredida por la contrarrevolución armada organizada y dirigida por Estados Unidos resultó victoriosa militarmente. Las fuerzas irregulares de la contra no lograron siquiera una “zona liberada”. Persistieron muchos años en sus incursiones por tener una retaguardia privilegiada en Honduras (país convertido en una gran base yanqui) porque no lograban sobrevivir en territorio nica. Los combatientes del Ejército Popular Sandinista, las tropas especiales del Ministerio del Interior y las Milicias Populares Sandinistas ganaron muchas batallas y triunfaron en la guerra. El objetivo de derrocar militarmente al gobierno de la Revolución no fue ni remotamente alcanzado. Se puede y se debe hablar de una victoria total en el terreno militar. Pero, y aquí vienen los peros, esa victoria militar tuvo costos y consecuencias irreparables. La precaria economía del comienzo de la Revolución fue tan dañada que condicionó todas las medidas y tareas. La movilización popular armada para la defensa trastornó seriamente la fuerza de trabajo en campos, fábricas y servicios. Esa desorganización laboral ocurría precisamente en el período que más se requiere un gran despliegue de energías e inteligencia al servicio de una nueva economía, de un nuevo sistema de organización del trabajo. Si la energía política se pone en la guerra, se deterioran y pasan a segundo plano todas las demás actividades que requieren de mucho aprendizaje, porque no hay experiencia previa en eso de construir un nuevo orden económico-laboral. Si la economía ya venía muy deteriorada en los años previos por la guerra revolucionaria y el período insurreccional, imagínense cómo afectó esta nueva guerra que, como toda guerra, es destructiva. Entonces, las carencias materiales provocan padecimientos que son difíciles de sostener en el tiempo. La Revolución se hace por muchos motivos, entre ellos, uno determinante, es mejorar la vida material del pueblo. ¿Cuánto tiempo se puede soportar vivir en tanto sufrimiento? Cuando esos padecimientos son originados en el régimen de explotación, el pueblo se va sublevando. ¿Pero qué pasa cuando eso ocurre en el propio régimen revolucionario? La insatisfacción va generando un estado de ánimo de desencanto y frustración.

Las carencias materiales generan inmediatamente un mercado negro. Y el mercado negro corroe las bases morales de cualquier sociedad, mucho más si el nuevo sistema apenas está empezando a funcionar. El desabastecimiento crea situaciones de desesperación.

Pero hay más todavía. La guerra provoca bajas; bajas hubo, muchísimas, aunque los contras no pudieron tener victoria militar. La muerte deja dolores y huellas irreparables. Además, la necesidad de una movilización militar masiva motivó decisiones políticas que seguramente fueron erróneas y dañinas. Eso fue el reclutamiento de jóvenes para la guerra. Se hicieron reclutamientos masivos forzados. Una cosa es convocar, por ejemplo, a crear un ejército alfabetizador de jóvenes, tarea que se desarrolló exitosa y jubilosamente, y otra es crear un ejército armado y en disposición de combate, donde arriesgar la vida es el minuto a minuto.

Una cosa es convocar a un ejército para hacer una campaña masiva para suministrar boca a boca medicación para luchar contra el paludismo, otra tarea que fue exitosa, y muy diferente es forzar un reclutamiento militar masivo. La guerra impone una militarización de la vida cotidiana. La guerra impone una estructura político-institucional de “mando y ordeno”, un sistema vertical. La consigna era "¡Dirección Nacional ordene!". Esta modalidad política entra en contradicción con el carácter genuinamente democrático y asambleario que crea y necesita la Revolución. La Revolución creó una nueva y desconocida democracia revolucionaria, donde todo se debatía, todo se cuestionaba. Los programas "De cara al pueblo", en los cuales los dirigentes del FSLN se ponían en asambleas públicas a debatir y ser interpelados, eran un ejemplo. Pero al mismo tiempo, la guerra impone decisiones que no son objeto de ninguna deliberación. Y además, aparecen conductas de corrupción en distintos sectores de la administración.

Todas estas cosas, privaciones materiales, desabastecimiento y mercado negro, decisiones arbitrarias y corrupción, reclutamiento militar forzoso, muertes y dolor, generan a lo largo de los años una situación de insatisfacción masiva. Por más que la mayoría sepa y entienda que esto está causado por la guerra de agresión, la insatisfacción es depositada políticamente en el gobierno. Y esto ocurrió así a pesar, y contradictoriamente, de una explosión cultural revolucionaria. La Revolución Sandinista fue, como bien se decía, también una revolución de la poesía. Florecieron las letras entre los analfabetos, floreció el canto y el baile, la literatura y la pintura. Pero la guerra destrozó el curso de la Revolución a pesar de la victoria militar. Fue una victoria imperialista de su mal llamada "guerra de baja intensidad". Baja intensidad, ¡ni por asomo! El imperialismo, después de su derrota en Vietnam, modificó su estrategia bélica y, a la larga, logró su objetivo político contrarrevolucionario.

Ese argumento de que no existió derrota política, ¿y entonces cómo se llama el desalojo por vía electoral del gobierno revolucionario y la reimplantación del viejo régimen? Perder elecciones convocadas por el propio gobierno revolucionario ¿qué fue sino una derrota política? Ese otro argumento que lo que se dio fue un "reformismo armado" suena por lo menos a ignorancia. Con el derrocamiento insurreccional de la dictadura se destruyó el Estado burgués y se inicia un difícil y desconocido período de transición hacia una nueva forma de organización socio-económica. Se destruyó por las armas a la Guardia somocista (el ejército burgués) y todos sus órganos represivos, se desmanteló la superestructura jurídica y política del Estado. El FSLN, desde aquella proclama de Carlos Fonseca en 1969 planteando que en la Revolución Popular Sandinista se conjugaban la reivindicación socialista con la emancipación nacional, tenía ese programa. Cuando se encuentra con la victoria tiene por delante un desafío inédito. La transición al socialismo necesita de determinadas condiciones materiales. Una de ellas es la existencia de una clase obrera en capacidad y disposición para hacerla. Una cosa es el impulso revolucionario proletario para derribar al régimen y otra muy distinta es la capacidad y posibilidades de realizar otras tareas históricas. El peso específico y numérico de la clase obrera eran muy reducidos y la guerra de agresión imperialista hizo todo lo que describimos.  

Pregunta: Cuando señalaste que se trató de hacer algo imposible, una transición al socialismo con una clase obrera tan reducida, ¿cuál es, a tu juicio, el camino que debía recorrer esa revolución antes de emprender el camino al socialismo? 

Abel Bo: No, no planteo que había que recorrer un camino distinto antes ni mucho menos que se trató de hacer algo imposible. El antes fue la lucha revolucionaria, la guerra revolucionaria, la insurrección y la conquista del poder político. Ese camino se recorrió victoriosamente. El dilema surge después. Pero yo no he planteado que se trató de hacer algo “imposible”, para nada. La revolución es posible y así era la convicción de los revolucionarios nicaragüenses y esa es una de sus mejores virtudes. Nicaragua en 1979 era un país capitalista más atrasado que la Cuba de 1959 que inicia la transición. Si a esas condiciones materiales se suma la guerra de agresión, ahí surge otro tremendo problema más. Con una clase obrera reducida, con un peso específico menor en la economía que es predominantemente agraria, es un obstáculo material muy importante para iniciar una transición socialista. Y, como está visto contemporáneamente, las revoluciones que no transitan al socialismo y por consiguiente, no pueden resolver los problemas materiales de las masas, retroceden y desaparecen. El poder del capitalismo no desaparece en un acto revolucionario, no desaparece la lucha de clases. La revolución está obligada para sostenerse a realizar tareas muy difíciles. La revancha del capitalismo ante los triunfos revolucionarios ha sido, precisamente, lanzar guerras contra las revoluciones. Es un nuevo estadio de la lucha de clases. 

Pregunta: Volvamos a la Argentina. Después de la dictadura militar y el genocidio desatado, la izquierda revolucionaria quedó despedazada y hoy existen sólo pequeños grupos en distintos lugares que se reclaman revolucionarios. De hecho, sorprende observar cómo estos grupos se atacan entre sí, cómo se critican y cómo se desconocen mutuamente. ¿Es posible aspirar a un gesto distinto entre los distintos grupos, un proceso de síntesis que signifique dejar atrás la dispersión y que se le ofrezca al pueblo argentino una real conducción revolucionaria? 

Abel Bo: ¡Qué pregunta! Y hago esta exclamación porque coincido en la descripción que ustedes hacen acerca de la existencia de numerosos grupos que, invocando una causa justa y asumiendo una postura ideológica genéricamente revolucionaria, tienen una dinámica y una práctica tribal. Desperdician gran parte de sus energías en diatribas contra otros destacamentos similares. En mi modo de ver, hay una gran confusión en saber cuál es la lucha ideológica y el debate político que es necesario para hacer progresar las ideas revolucionarias en la sociedad, y en particular, en el seno de la clase trabajadora. La confusión y el error son considerar que la línea política y las tácticas propuestas por otros destacamentos y que uno no comparte, son la causa de los impedimentos de los trabajadores en sus luchas. Esa confusión lleva al error de creer que por seguir determinada línea de acción que uno no comparte, las masas desvían su camino. Y se traslada a cada paso y en casi todas las luchas, la mayor parte de las cuales son reivindicativas, un tipo de debate que se hace inentendible a las bases. Esta práctica lleva al resultado exactamente contrario al enunciado. Los aleja de las bases y perpetúa la falta de inserción. Las bases trabajadoras ven en estas prácticas la reproducción de lo que todos los días ocurre con la política burguesa. En toda esta conducta creo que también hay una caricaturización de lo que debe ser la lucha ideológica de un movimiento revolucionario. Es una caricaturización del leninismo. Es cierto que en toda la historia de las organizaciones revolucionarias ha habido un poco de esta caricaturización, que ha llevado a muchos a convertirse en sectas estériles, incluso luego de haber tenido un desarrollo más o menos importante. Un movimiento revolucionario genuino es el que encuentra el momento justo para trascender y proyectarse con una política de masas. Y eso no se logra repitiendo mil veces la palabra “masas” o haciendo profesión de fe de su propia convicción revolucionaria. Si el marxismo es una ciencia, su aplicación política requiere del arte de la política. Y el arte de la política revolucionaria es, valga la paradoja de las palabras, dejar de ser artesanal.

Sin duda que aspiro a que se logre esa síntesis superadora que ustedes plantean en la pregunta, pero no tengo una respuesta concreta respecto al tiempo y el modo en que se pueda alcanzar. Por mi parte, pongo los esfuerzos en los trabajos de formación y educación militante con el criterio que la necesaria lucha ideológica y política debe estar centrada contra el pensamiento y la política capitalista. El debate ideológico con otras corrientes debe desarrollarse en un terreno adecuado, que no entorpezca ni distraiga la labor de inserción en las bases trabajadoras.  

Pregunta: De lo que se trata, entonces, es de ir fomentando la organización popular desde abajo. Esa es la clave, definitivamente. Lo cual lleva a esta pregunta: ¿es posible construir alternativas reales de cambio sin tener el poder político? Te lo pregunto porque hoy día ha aparecido esta formulación de “cambiar el mundo sin tomar el poder”, a la que hace un momento hiciste alusión. ¿Es posible eso?  

Abel Bo: Las alternativas reales de cambio se construyen desde el vamos, cuando aún no tenemos el poder político del Estado y cuando ni siquiera esa alternativa tiene proyección de masas. Es decir, se construye ya, o de lo contrario, no se construirá nada. Se trata de construir poder político, fuerza política. ¿Para qué? Para cambiar primero la correlación de fuerzas en las luchas de clases. Para que esa fuerza política revolucionaria vaya fusionándose con los movimientos de masas, en primer lugar, con la clase obrera. Así se van cambiando las situaciones, así se empieza a cambiar el curso de la política en una sociedad. Pero eso de “cambiar el mundo sin tomar el poder”,  en el mundo en que vivimos, es una ridiculez. ¡A la burguesía sí le interesa tener el poder! Ese dicho es un atajo verbal para no decir que en realidad se renuncia a ese cambio real. Se trata de una construcción ideológica para justificar que, supuestamente, no se puede cambiar el poder. No se trata de “tomar el poder” para un partido, para una organización, para un grupo. Se trata de la acción histórico-social más difícil: el cambio del poder político para poder hacer las transformaciones de las relaciones de producción. Es el primer paso ineludible para el tránsito del capitalismo al socialismo. 

Pregunta: Si sabemos que las fuerzas revolucionarias están en una desventaja estratégica y que se debe iniciar un lento proceso de acumulación de fuerzas que debe conducir necesariamente a un enfrentamiento agudo con las clases dominantes, ¿esta acumulación de fuerzas es en todos los terrenos, también en lo militar?  

Abel Bo: Ya lo decíamos antes. Se debe acumular fuerzas en todos los terrenos. En la combinación acertada de todas las formas de lucha está la cuestión. Para eso hay que saber caracterizar correctamente la situación. Como hablamos, dentro de un contexto continental con muchas cuestiones comunes, similares, el desarrollo es muy desigual de acuerdo a cada país. Aunque no conozca con precisión la situación de cada país de Nuestra América, va de suyo que las situaciones de México y Colombia no pueden asimilarse a las de Venezuela, Argentina, Uruguay, Chile o Brasil. Y así de seguido. Por eso es importantísima la construcción política internacionalista. En Honduras acaba de ocurrir un golpe militar (los golpes son siempre cívico-militares, pero el acto golpista es eminentemente militar) contra un gobierno liberal. Hubo una importante resistencia civil que fue insuficiente para hacer retroceder a los golpistas. Hubiese sido deseable un levantamiento insurgente. No estaban las condiciones, porque no había preparación política previa, no había fuerza política revolucionaria para encarar esa perspectiva. Es otra enseñanza que no debe dejarse de lado. En lo inmediato, ese peligro está presente en Paraguay, en Ecuador. También en Bolivia y ¿acaso no está presente en Venezuela misma? Las tareas de los revolucionarios necesariamente son distintas en cada uno de esos lugares.

Ustedes insisten en interrogar acerca de la cuestión militar. Sí, también debe ser considerada. La cuestión militar está directamente relacionada con la cuestión social, con la situación política. Tomarla en cuenta desde el inicio no significa que una organización pueda o deba pasar a la acción armada por principios. El viejo concepto de que las guerras son una continuación de la política sigue vigente. ¿Cuándo se continúan? ¡Ah! Eso depende de la situación, de las clases y las fuerzas en pugna. No hay receta para eso. Cada forma de lucha tiene sus particularidades. Los revolucionarios debemos estudiar cada situación concreta. Debemos saber que todas las formas tienen sus leyes y sus límites. No se puede estar convocando todos los días a una huelga general, tampoco se lo debe hacer con formas de lucha armada. Está vigente el viejo concepto marxista: ¡con la insurrección no se juega! 

Pregunta: Leyendo la historia reciente, uno comprueba el tremendo peso de Francia en el desarrollo de políticas contrainsurgentes en el continente y la solidaridad de clase de la burguesía a nivel internacional. De ahí se desprende que la contrarrevolución se venía preparando con 20 años de anticipación para enfrentar el auge revolucionario. ¿Es posible anticipar y neutralizar exitosamente estas planificaciones terroristas de la burguesía?  

Abel Bo: Francia fue un país que pasó de colonialista a imperialista. Su burguesía acredita haber aplastado aquella revolución gloriosa de la Comuna de París en el siglo XIX. En el siglo XX mordió el polvo de la derrota en Vietnam y Argelia, lo que no le quita su carácter imperialista actual. Supo resistir la sublevación del Mayo francés de 1968. Los obreros automotrices de Córdoba, en Argentina, los que protagonizaron el cordobazo, saben bien cómo se comportaba como patronal la IKA-Renault. En el Comando en Jefe del Ejército argentino, el ejército francés tenía una "oficina" donde varios contingentes de militares argentinos, esos que siempre invocan el "patriotismo", aprendieron y mejoraron sus métodos terroristas. Eso lo han confesado por lo menos dos genocidas, los generales Díaz Bessone y Harguindeguy, en una película testimonial, ante una cineasta francesa. Se sospecha de la participación de terroristas de la OAS francesa en la masacre de Ezeiza perpetrada el 20 de junio del 73, organizada por militares de la SIDE dirigidos por Osinde, las policías Federal y bonaerense y grupos de la burocracia sindical. En los archivos de la OTAN en París hay hasta boletines internos de las organizaciones revolucionarias argentinas de los 70. Así que se trata de una burguesía con experiencia y sapiencia. Los intelectuales franceses Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre supieron muy bien describir a esa burguesía y la denunciaron cuando era glorificada por los medios de comunicación de la época.

La pregunta de cómo anticiparse a sus planes terroristas internacionales –que no son sólo franceses– requiere información e inteligencia y, en primer lugar, no confundirse con eso de que "el imperialismo ya no existe" o que han desaparecido los Estados imperialistas. En su seno operan los estados mayores de la contrarrevolución mundial. Si bien la información hoy fluye con mucha facilidad y rapidez, la mejor información la obtienen en su propio seno quienes allí viven y trabajan. Así como hubo muchísimos franceses solidarios con los pueblos de América Latina cuando sufrimos las dictaduras, requerir esta otra solidaridad es una tarea más. Siempre, en el interior mismo de esos monstruosos aparatos represivos, hay profesionales y técnicos que son capaces de sensibilizarse frente al dolor y al terror que siembran quienes los engendran y dirigen. Ante la globalización capitalista, el internacionalismo y la solidaridad.

De todas maneras, la información adecuada no puede siempre anticipar o neutralizar la ejecución de planes terroristas. Se trata de una cuestión política que se desenvuelve en las luchas de clases. Pues bien, hay que actuar. 

Pregunta: Cuál es, a tu parecer, el curso más probable de los acontecimientos en Latinoamérica y las perspectivas de que la lucha se vuelva mucho más radical. ¿Es posible eso hoy en día? 

Abel Bo: Otra vez, ¡qué pregunta! La previsión política es una de las cualidades más difíciles de adquirir, para lo cual hay que tener un minucioso conocimiento de la realidad. Los marxistas debemos ser muy cautelosos y a la vez, precisos, en estas afirmaciones.

La situación en Nuestra América es muy desigual como lo mencionamos a lo largo de toda la charla. El capitalismo atraviesa a nivel mundial una crisis de magnitudes similares a la de los años 20 y 30 del siglo pasado, crisis que devino en la segunda guerra inter-imperialista, a cuyo fin se desplegó una larga época de revoluciones en Asia, de descolonización en África y de intentos similares en América Latina, hasta que llegó el triunfo de la Revolución Cubana. A partir de ésta, se abre el período revolucionario más importante de nuestra historia, aparece la alternativa socialista continental. El triunfo de la Revolución Sandinista potenció las expectativas revolucionarias en Centroamérica y el Caribe –no olvidemos la breve Revolución en Grenada, luego autodestruida– que se frustró por el éxito de la política contrarrevolucionaria imperialista. En el Cono Sur, la respuesta contrarrevolucionaria fue tan sanguinaria como fue el ímpetu del auge vivido en forma y en tiempos desiguales en Perú, Bolivia, Brasil, Chile, Uruguay y Argentina. La contrarrevolución logró aislar a Cuba, y ese fenómeno fue tan importante como el bloqueo para condicionar para siempre el futuro de su construcción socialista inconclusa. Cuba no sucumbió pero pagó un costo irreparable.

El triunfo de las contrarrevoluciones estabilizó por un largo período al capitalismo continental. Las nuevas modalidades de dominio económico inauguradas con la era reaganiana fueron posibles porque previamente fueron aplastados los ensayos revolucionarios. El surgimiento de muy fuertes contradicciones originadas en esa modalidad habitualmente denominada “neoliberal”, fisuró la estabilidad política de las clases gobernantes. Como resultado de esas contradicciones y de violentas luchas de clases, surgieron esos nuevos gobiernos que salieron del sometimiento o alineamiento sumiso al imperialismo norteamericano. Venezuela fue el punto de partida. Luego los triunfos electorales del PT en Brasil y del Frente Amplio en Uruguay. Esos cambios llevaron a algunos enfrentamientos muy abiertos con Estados Unidos, y de ahí el fracaso de Bush en imponer el ALCA en el 2005. Luego el surgimiento en Bolivia del gobierno del MAS tras el derrumbe de la derecha por las sublevaciones populares, y más tarde un proceso similar posibilitó el cambio de gobierno en Ecuador. En Argentina, la profundidad de la crisis económica que llegó a la destrucción de parte de las fuerzas productivas, originó la rebelión de 2001-2002 que derrumbó al régimen institucional, el cual fue restaurado trabajosamente, ante la ausencia de alternativas revolucionarias. La recuperación capitalista ha sido tan inédita como la crisis que la originó. Y a pesar de esa reexpansión capitalista, un sector de la burguesía arremete con violencia contra otro que está en el gobierno. En Nicaragua regresó al gobierno el FSLN, pero despojado de la perspectiva revolucionaria originaria del sandinismo de Carlos Fonseca, y en El Salvador, el FMLN accedió por fin al gobierno, pero también alejado de su programa revolucionario. Hace poco, un cambio de gobierno en Paraguay desplazó medio siglo de dictaduras “coloradas” y ya está jaqueado por la reacción y amenazado con un “hondurazo”. México sigue viviendo un régimen fraudulento donde la derecha no toleró siquiera el triunfo electoral de una fuerza tibiamente reformista, mientras la violencia reaccionaria estatal y narcotraficante asola al pueblo. El poder zapatista se sostiene pero no progresa. La guerra civil en Colombia continúa, pero las fuerzas insurgentes fueron duramente golpeadas y no puede preverse un desenlace revolucionario en un corto plazo.

El capitalismo ha mostrado que a pesar de sus crisis recurrentes y destructivas, se sostiene en Nuestra América. La otra América, la del imperialismo norteamericano, nos sigue oprimiendo a pesar de su propia crisis aún no resuelta. El capitalismo latinoamericano y caribeño ha generalizado la miseria y la explotación, e incrementado la criminalidad, el narcotráfico. La destrucción ambiental es descomunal. La mayoría de los pueblos indígenas siguen despojados.

Son muchísimos los puntos en cuestión que encierra la pregunta de ustedes. En el corto plazo el curso político-económico que tengan Venezuela y Bolivia será  decisivo. Son los dos procesos que se proclaman revolucionarios pero que no han dado el salto de transformarse a sí mismos, a revolucionar la naturaleza del poder político más allá de importantes cambios institucionales, para pasar al período que, como ocurrió en Cuba en los primeros tres años, se desenvuelva el tránsito anticapitalista al socialismo. ¿Lo harán? ¿Tienen esa decisión sus dirigentes? Venezuela tiene mejores condiciones materiales que Bolivia. Pero se trata de una decisión estratégica que supone necesariamente convocar a las masas de sus pueblos a semejante desafío. No estoy en condiciones de hacer afirmaciones o pronósticos al respecto.

Permítanme compartir con ustedes una opinión reciente de una compañera revolucionaria boliviana, veterana de las luchas del PRTB-ELN: “Desde las alturas de los Andes aún con la esperanza de lograr que el proceso iniciado por Evo no se detenga y tampoco se distorsione, puesto que hay muchos enemigos que antes se opusieron frontalmente y hoy aparecen al interior más "evistas" que el más antiguo de los militantes sociales, seguramente buscan aprovechar del momento, infiltrarse, sabotear o distorsionar este difícil y particular proceso por la forma aunque no por el fondo, un proceso lleno de anécdotas y a la vez de sentimientos, esperanzas y hechos que sin duda nos llevan a alentar esa sociedad justa, equitativa y digna por la que hemos luchado la vida entera”.

Es muy elocuente y su opinión para esa realidad, vale más que la mía. Lo que sí  estoy seguro es que si esos procesos de reformas no adquieren un carácter revolucionario, las dificultades económicas engendrarán disconformidad popular y, ante la agresividad imperialista y del capitalismo local y regional, pueden crear condiciones para la restauración contrarrevolucionaria.

Una vez más, el enunciado del Che está vigente: o Revolución Socialista o caricatura de revolución. Ni qué hablar de lo que pueda ocurrir en Brasil, Uruguay o Ecuador, donde los gobiernos no tienen esos objetivos revolucionarios. Si las masas de esos países ven que gobiernos identificados como de izquierda no satisfacen sus necesidades, pueden ser presas de la desilusión y favorecer la restauración de gobiernos abiertamente derechistas y reaccionarios. Estamos esperando el resultado de la segunda ronda de las elecciones en Chile, pero la primera vuelta ya puso en evidencia esta posibilidad, que la ultraderecha retorne legitimada electoralmente porque el gobierno que se presenta como “de izquierda” no soluciona los problemas económico-sociales más acuciantes.

En todos los lugares constatamos la carencia –o ausencia– de opciones políticas revolucionarias en el corto plazo. No está garantizada la radicalización de las luchas que ustedes plantean en el interrogante. La reacción burguesa es ya muy violenta, al mismo tiempo que hábil políticamente. Esta contradictoria y difícil situación es un desafío a la voluntad, la inteligencia y el esfuerzo de los revolucionarios por construir las herramientas necesarias, en primer lugar, los partidos revolucionarios. Y a proyectarnos con fuerza hacia nuestras respectivas bases para intervenir activamente en las luchas políticas.


Entrevista a Abel Bo (veterano del Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo, de Argentina)

“La revolución socialista sigue siendo posible y necesaria” 

(**) Equipo de Investigación y Entrevistas: Marcelo Colussi / Rodrigo Vélez-Guevariando

mmcolussi@gmail.com, guevariando@gmail.com  


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Marcelo Colussi / Rodrigo Vélez (**)

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