Esa pregunta se asemeja a muchos ejemplos de inocencia obnubilada por un silogismo de pulpería. Sería como un niño que está frente a sus padres abrazados, besándose y riéndose, les preguntara: ¿Ustedes están peleados? O como si el gobierno de Cuba le pidiera colaboración al de México para tener una información veraz o no si los gobiernos de Estados Unidos y de España tienen buenas relaciones. Lo que está a la vista no necesita anteojos. En la política esto es una regla, salvo que haya una infiltración a propósito para crear condiciones y obtener datos que permitan tomar algunas medidas radicales en contra de un gobierno o movimiento determinado.
Si ETA y las FARC, si ETA y el ELN, o si éste o las FARC o ETA no tienen relación de camaradería o de solidaridad con importantes organizaciones revolucionarias en el mundo o entre sí, simplemente, estarían marchando de espalda a la realidad internacional y a las realidades nacionales. Eso está de cajón. Si el proletariado, lo dijeron Marx y Engels correctamente en el Manifiesto Comunista, no tiene fronteras mucho menos los partidos políticos o las organizaciones revolucionarias deben jurar un respeto sagrado a no intervenir más allá de sus límites nacionales. El mismo capitalismo y, especialmente, el estadounidense, se desarrolló o progresó gracias a los internacionalistas proletarios que se vieron en la necesidad de abandonar la Francia de 1871, luego del fracaso de la Comuna de París. Lo que jamás se imaginaron esos proletarios es que unas décadas después el imperialismo estadounidense se iba a convertir en el más grande, poderoso e influyente gendarme del mundo.
La lucha de clases implica la utilización de todas las formas de lucha política, siendo una la fundamental en determinadas condiciones históricas y las demás secundarias. Eso no quiere decir que siempre sea así, porque si cambian las circunstancias tiene, por lógica política, que cambiar la táctica. La forma de lucha es una táctica, mientras que el objetivo de toma del poder político es una estrategia. Para las FARC esa forma principal de lucha es la lucha armada guerrillera que va del campo a la ciudad, aunque ha dado suficientes pruebas de organización y combate de ejército regular. ETA, en cambio, tiene por forma de lucha política fundamental la táctica de lucha armada urbana que el gobierno español denomina terrorismo. No estamos excusando o exonerando a ninguna organización revolucionaria de haber hecho uso de ciertas acciones de terrorismo político como es bien sabido que la mayoría de los países capitalistas de carácter imperialista recurren, hoy día, al terrorismo de Estado como su táctica esencial de intervencionismo en los asuntos internos de otras naciones e, incluso, para combatir a organizaciones revolucionarias en el interior de sus naciones.
En principio, todas las organizaciones revolucionarias del mundo que tengan por finalidad la conquista del poder político, la derrota del capitalismo para construir el socialismo, están obligadas, como lo fue real durante los primeros años de la III Internacional Comunista estando Lenin vivo, a establecer relaciones de camaradería y de solidaridad para generalizar la lucha revolucionaria, y para ejercer el principio del internacionalismo proletario. Eso es lo general, pero ahora vayamos a lo concreto. Ninguna organización revolucionaria es perfecta, no puede sabérselas todas todo el tiempo. Unas se destacan en una forma de lucha más que otras, porque la táctica –hay que repetirlo- depende de las circunstancias concretas de tiempo y lugar. En ese sentido, por ejemplo, las FARC le llevan una morena larguísima a ETA en conocimiento y experiencia de lucha guerrillera rural, pero ETA le lleva una morena larguísima a las FARC en conocimiento y experiencia de lucha guerrillera urbana. Eso conlleva no sólo a estrechar lazos de camaradería sino de solidaridad en la enseñanza y el aprendizaje de conocimientos y experiencias entre ambas organizaciones políticas revolucionarias. ETA tiene el deber de enseñarle a las FARC todo lo que ésta organización desconozca o requiera aprender de conocimiento y experiencia de formas de lucha política urbana como las FARC están en el deber de enseñar a ETA, todo lo que esta organización desconozca o necesite aprender de formas de lucha guerrillera rural. Eso no es un delito para los revolucionarios sino un sagrado deber del ejercicio del internacionalismo proletario. Si no lo hicieren, no estarían entendiendo la revolución como la fuente más rica y próspera de la solidaridad revolucionaria.
Las organizaciones revolucionarias no pueden limitar su internacionalismo revolucionario a la simple denuncia de acuerdos –fundamentalmente- de política militar que hacen sus enemigos, precisamente, para combatir la posibilidad de la revolución proletaria o socialista en el mundo entero. Irak y Afghanistán, por ejemplo, fueron invadidos en masa por una alianza de Estados capitalistas, imperialistas y no imperialistas. Si a los capitalistas no les gusta que los revolucionarios hagan alianza o lleguen a acuerdo de lucha revolucionaria, entonces ¿qué justifica que ellos sí pueden hacerlo? Sólo lo explica la ley del embudo: lo ancho para los capitalistas y lo angosto para los revolucionarios.
Y a la infortunada e inocente interrogante del gobierno español se agrega otra no menos bochornosa, la del gobierno de Estados Unidos solicitando que el gobierno de Venezuela le declare la guerra a las FARC como si éstas le estuviesen haciendo la guerra a Venezuela. Estamos viviendo un mundo, sin duda, donde las contradicciones más inverosímiles son las que se ventilan públicamente en la diplomacia capitalista, pero aquellas que tienen que ver con la esencia de las grandes realidades que hacen que en este mundo unos pocos disfruten de la mayor riqueza y los muchos de la mayor pobreza, queda en los archivos de la diplomacia capitalista privada. Eso se parece mucho a la política de desarme que plantea el imperialismo como su diplomacia de “paz”. Otra vez la ley del embudo: las armas sofisticadas de destrucción masiva en poder de los imperialistas y los revólveres y las pistolas en manos de los países subdesarrollados. ¿Cuál debería de ser la posición de las organizaciones revolucionarias o de los gobiernos anticapitalistas que luchan por el socialismo? Sencilla: Estamos en un mundo, globalización capitalista salvaje donde domina no el monopolio sino el supermonopolios económico, en que a la anarquía del mercado se le agregan elementos convulsivos donde se incluye, incluso, un nivel exagerado y agresivo de la mentira. En ese sentido el imperialismo propone y hasta hace violencia por el “desarme” para evitar, según sus ideólogos, la guerra, pero es bien sabido por la experiencia histórica que lo único que garantiza una paz real con justicia social es desarmar a la burguesía, al imperialismo y a todos aquellos que fundamentan la existencia humana en la explotación y la opresión al ser humano. Sólo después de eso, construido el socialismo, todas las fábricas de armas y éstas serán derretidas para sobre sus escombros construir juguetes creativos para las nuevas generaciones de niños y niñas.
Bueno, esas cosas anteriores descritas se nos ocurrió escribirlas y publicarlo, porque creemos debe ser así y no de otra manera. Sin embargo, aclaramos y bien clarito, no tenemos conocimiento ni pruebas ni poseemos interés es averiguarlo -por lo menos para escribir sobre ello- si las FARC y ETA tienen establecidas fuertes relaciones de camaradería y de solidaridad como organizaciones revolucionarias que son.
Es mucho más de la democracia y del respeto a los derechos humanos que el gobierno español informe a la opinión mundial sobre terribles torturas que son aplicadas a los prisioneros vascos. Nosotros, como EPA, nos solidarizamos con ETA en su planteamiento y lucha por su derecho a la autodeterminación y con las FARC en su lucha por el triunfo de una causa socialista. Eso no significa que estemos de acuerdo con todas y cada una de las acciones políticas o militares que realicen en su lucha de clases. El socialismo es la obra de la lucha revolucionaria sin fronteras. Eso no implica que el derecho a la autodeterminación no se defienda y se haga valer ante los abusos y las intervenciones de los imperialistas.