El escándalo de la fotografía publicada por el periódico de los Otero el pasado viernes 13 de agosto, ha tomado giros que a nadie sorprenden. La solidaridad automática de algunos sectores da cuenta de la cartelización de los empresarios de los medios de comunicación y también de los periodistas que suelen mimetizarse con sus empleadores por seguir una campaña mediática electorera.
Los reporteros gráficos como gremio, plantean un asunto que nada tiene que ver con su oficio, pues saben muy bien que ellos no tienen ninguna influencia sobre las decisiones de los editores y directores de los medios a los cuales prestan sus servicios. Estamos hablando de lo que esos editores consideran “políticamente correcto” en un momento dado y por lo cual una foto, una información, una noticia, es o no es publicada.
Las fotos de la periodista Wendys Olivo tomadas el 11 de abril de 2002, por ejemplo, y en las cuales se muestra a los PM con manos enguantadas disparando a diestra y siniestra, sólo fueron publicadas en la Internet en su momento y mostradas más tarde en exposiciones de fotografía. No tuvieron ningún eco en los medios opositores en los días del golpe de Estado, pese a ser la noticia más importante del día. Fue ello un ejemplo de lo que “políticamente” no era correcto para los intereses de los medios que estuvieron asociados a la conspiración.
También debemos establecer una diferencia sobre las fotos que ilustran hechos noticiosos del día, por ejemplo, guerras, catástrofes naturales o lo que ocurre en Irak, donde las muertes por ataques suicidas o por errores de cálculo de las bombas gringas se suceden de manera pasmosa. No estamos hablando de ese tipo de fotografías sino de aquellas que se guardan para cuando “políticamente” es conveniente publicarlas y son usadas para manipular, muy especialmente para sustentar y reforzar alguna posición. Mucho más si la situación del entorno “favorece” esa línea editorial, como es el caso de la inseguridad personal, sobre lo cual, ciertamente urgen políticas y acciones tanto del gobierno como de la sociedad civil.
La discusión se ha desviado del problema moral que hay de fondo, llevando las acciones precisamente al terreno que quería la empresa periodística: más publicidad, victimizarse y ver la ardorosa defensa de unos periodistas. La tragedia humana como estrategia para buscar votos.
Un problema moral que tampoco se resuelve con la decisión del Tribunal 12 de Primera Instancia en Mediación y Sustanciación de Protección al Niño, Niña y Adolescente, la cual, a diferencia del amparo admitido en 2007 por el Tribunal Supremo de Justicia contra dos medios del estado Bolívar, incluye erróneamente la información cuando es ese un derecho universal proclamado no sólo en nuestra Constitución sino en todas las cartas y declaraciones sobre derechos humanos, suscritas también por Venezuela.
Todo ello vuelve a replantear el rol de los medios de comunicación y su innegable influencia en la humanidad. “La comunicación se encuentra en la base de toda interrelación social” dice el Informe McBride, donde también se habla de los desequilibrios que pueden mantener al mundo “en ebullición”, cuando la comunicación se pone al servicio de “estrechos intereses sectarios” para convertirla en nuevo instrumento de poder justificando los ataques a la dignidad humana. “La contrapartida de la libertad de expresión es también su ejercicio con responsabilidad (…) La Libertad y la responsabilidad no son inseparables en la comunicación” ni son irreconciliables con las consideraciones éticas.
Lo indefendible
Comunicólogos que históricamente han criticado la prensa amarillista o sensacionalista, han salido en defensa de la foto de la morgue y hasta justificado su publicación, reforzando la tesis de que los cadáveres expuestos en la imagen corresponden “todos” a muertes violentas. La abogada de El Nacional afirmó, muy conmovida, que se trucaron los rostros de esas personas “para no herir los sentimientos de sus madres”, o acaso para evitar que algún familiar saliera en defensa de la dignidad de su difunto. A ese periódico sólo le faltaba comenzar a publicar ese tipo de fotos para su degradación definitiva y sin retorno.
Veamos qué dicen algunos teóricos de la comunicación sobre el sensacionalismo en los medios. Usted, lector, lectora, juzgará:
José Martínez de Sousa: “el sensacionalismo es la tendencia de cierto tipo de periodismo a publicar noticias sensacionales (…) exploran las bajas pasiones y los intereses menos nobles del público”
El Departamento de Comunicación Social del Consejo Episcopal Latinoamericano lo define como “un periodismo poco objetivo que exagera con titulares, fotografías o textos las noticias de los escándalos, sucesos sangrientos o morbosos y noticias de interés humano”
“Sensacionalismo es la modalidad periodística (y discursiva, por tanto) que busca generar sensaciones (no raciocinios) con la información noticiosa tomando en consideración que una sensación es una impresión que se produce en el ánimo de las personas al impactar sus sentidos y sistema nervioso con algún estimulo externo. Los fines de tal modalidad son económico-comerciales o económico políticos” (Profesor Erick Torrico Villanueva, director de la Maestría en Comunicación y Desarrollo de la Universidad Andina Simón Bolívar en La Paz, Bolivia).
Recordemos que la prensa sensacionalista nació por la competencia de dos magnates norteamericanos de los medios: Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst (Citizen Kane), capaces de inventar conflictos y guerras inexistentes con el sólo propósito de vender sus rotativos. Ambos son creadores de la tira cómica “Yellow kid” que dio origen al periodismo “amarillo”. Hablamos de 1895 y ha sido un tipo de periodismo que se mantiene hasta nuestros días por sus jugosas ganancias.
El Instituto Prisma, en su publicación “Política, ética y comunicación” (Bolivia, 2006) incluye una investigación del catedrático de Comunicación Social, Ronald Grebe, quien hace referencia a los esfuerzos concretos con los que se trabaja desde la sociedad civil, los gobiernos y los medios en países democráticos comprometidos con el quehacer ético. En primer lugar está la protección a la infancia. En Canadá, el código de ética de la Asociación de Propietarios y Directivos de la Industria de los Medios establece que éstos tienen que revisar responsablemente los materiales a publicar tanto en contenido como en calidad. En España se cuenta con un convenio de autorregulación firmado por el Ministerio de Educación y los distintos medios en 1993 para exaltar valores de respeto, tolerancia y paz.
Dice Grebe: “Las empresas suelen afirmar que los medios no generan la violencia sino que la “reflejan” como producto de una situación del entorno social. Leer frecuentemente noticias de violencia puede insensibilizar sobre sus horrores, incrementar el sentimiento de desamparo y miedo y promover su uso para resolver conflictos”. ¿Es necesaria, entonces, la “autorregulación” de los medios sin caer en la censura previa? ¿No es censura previa decidir si es “políticamente” correcta o no la publicación de alguna información?
Grebe identifica algunos elementos de “autocontrol” en los medios (cualquier parecido con la realidad…):
“Partiendo de los criterios morales y deontológicos de la comunicación deben existir sistemas de autorregulación que no necesariamente deben ser autocensura:1- La vinculación entre el poder público y las empresas mediáticas; 2- La falta de independencia de las redacciones frente a las incursiones extraperiodisticas de su empresa; 3- La falta de cultura normativa en materia de deontología de la información entre las empresas periodísticas y los periodistas que en ellas laboran.
luisana.colomine@gmail.com