Posiblemente todavía no se ha asimilado la experiencia vivida con la llamada Revolución de los claveles blancos en el llamado mundo árabe. Son varias las lecturas que derivan de esta extraordinaria experiencia. Una de ellas está referida a la influencia directa y decisiva de las redes sociales.
Quizá lo vivido en Egipto donde la ciudadanía fue la gran protagonista para derrocar la dictadura de Hosni Mubarak, que por 30 años se mantuvo en poder a sangre y fugo, es continuación de varios hechos iniciados en la segunda parte del siglo XX.
No sólo se sabe ahora de manera generalizada que el Estado norteamericano ha protegido y protege a dictadores y respalda tiranías, como en Egipto, sino que ha participado en el derrocamiento de democracias legítima y legalmentes constituidas, como el caso de Chile.
Estas y otras experiencias que estamos presenciando tienen sus antecedentes en tiempos pasados. La primera de ellas fue en 1968, en el llamado Mayo francés, cuando la juventud y los estudiantes de la universidad de La Sorbona, junto con los obreros de la Renault, se aliaron contra el Estado francés para exigir sus reivindicaciones. Pronto la sociedad toda se fue solidarizando hasta que el gobierno del general Charles de Gaulle, debió ceder e introdujo reformas que medianamente convencieron a la población. El otro momento crucial que asomó el protagonismo colectivo ocurrió en la caída del Muro de Berlín, en 1989. Ya era insostenible para la “troika” soviética mantener económicamente a los estados satélites, como Alemania Oriental, Hungría, Rumanía, Polonia, Checoslovaquia, entre otras regiones que formaron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS. Fue la gente normal y corriente que se hartó de semejante sistema policial y decidieron, mandarrias en mano, derrumbar un muro que dividía la ciudad de Berlín en dos partes, la unificaron y cambiaron la historia. Ese muro reveló los miedos, las vísceras podridas de un Estado totalitario que durante 70 años sepultó las ilusiones y sueños de miles de millones de seres humanos en los gélidos espacios de la Siberia o en los sótanos y mazmorras de la policía secreta, la KBG estalinista.
El otro momento del protagonismo colectivo se vivió en China. Cuando parte de la sociedad, iniciando por los intelectuales, luego los estudiantes y obreros se solidarizaron con el secretario general del partido comunista, Hu Yaobang, quien fue preso y murió en cautiverio por exigir reformas y el cese de las prerrogativas a los jerarcas del polítburo y contra la corrupción. La protesta sumó millones de personas, tanto en la capital, Pekín –hoy Bêijîng- como el resto del país. Aunque posteriormente el gobierno chino adelantó algunas reformas, la protesta fue cruelmente aplastada por los militares. La culminación de ese acontecimiento fue la aparición en los medios de comunicación internacionales de un anónimo ciudadano, quien se colocó frente a una columna de tanques militares y los hizo detenerse. El Estado chino, siempre con sus misterios y decisiones lentas, discretamente debió ceder y hábilmente recompuso su cúpula partidista para adecuarse a los cambios e introducir nuevas relaciones entre el gobierno y los ciudadanos.
Pero en el llamado mundo árabe parecía que Alá y su profeta Mahoma, tenían todo controlado. Resulta que ahora nos damos cuenta que subrepticiamente, debajo de los abayas, las chilabas y las burgas los hijos del profeta, en Egipto, Túnez, Yemen, los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí, Irán, están construyendo una poderosa red social cibernética de internáutas que les permite estar conectados entre ellos y con el resto del mundo.
El resultado es de todos conocido. Lo más trascendental es saber que el poder ha descendido y cada vez más está en manos de los anónimos ciudadanos del mundo y que el instrumento básico de ese poder está en un aparato electrónico que potencia la participación de los individuos a través de una infinita red de redes que se articula en páginas individuales, blogs, portales, sistemas electrónicos de servidores en cualquier lugar del mundo, telefonía celular, entre otros instrumentos al servicio de los ciudadanos.
Constantemente la ciudadanía organizada en el mundo ejerce presión para que los gobiernos de los estados, cualquiera sea su orientación ideológica o religiosa, ceda ante el uso de la fuerza y contra las injusticias ilegal e ilegítimamente institucionalizadas.
Casos emblemáticos se pueden mencionar: la presión internacional que ha ejercido Amnistía Internacional cuando el Estado Iraní, en 2010, ha querido condenar a la muerte por lapidación, enterrada viva hasta la cabeza y luego apedreada hasta morir, de una mujer, Sakineh Ashtianí, por haber sido encontrada culpable de infidelidad conyugal, habiendo ella estado separada de su esposo. Similares casos ocurrieron en Nigeria, entre 2001-2002, donde fueron condenadas a morir por lapidación Safiya Hussaini y Amina Lawal. Cientos de millones de firmantes en todo el mundo, en correos electrónicos, hicieron que esos gobiernos pospusieran tan cruel y bárbara sentencia. También la campaña que ejerció Greenpeace, a través de la Internet, para que el gobierno brasileño y los terratenientes dejaran de deforestar los espacios de las comunidades indígenas, talando bosques y parte de las cuencas de los ríos en la Amazonía.
Las redes sociales cada día dejan caer el antifaz a los gobiernos de los estados corruptos, abusivos, dictatoriales y tiránicos, sean mal llamados democráticos, religiosos, socialistas, comunistas, monárquicos o liberales. Las redes sociales están horizontalizando la relación entre quien genera la noticia y quien la recibe. Han acercado al mundo y lo están hermanando. Las redes sociales están construyendo una nueva manera de participación en el hecho noticioso y en la cotidianidad de la vida. Ahora el poder está en cada ciudadano, en su equipo cibernético y su instrumento básico de comunicación: la palabra consciente y colectivamente ejercida.
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