Ello dice de sus objetivos, cuyos intereses están decretados por el ideario del capital, siendo en él un axioma, el no descuartizar a la gallina de los huevos de oro, como la codicia propia de este sistema, aconsejaría. Su aspiración, por el contrario, es prolongar al infinito su capacidad de producir (en este caso, las condiciones favorables al mercado, fuente inagotable de plusvalía o especulación). Dicho en otras palabras, su meta hoy, es mantener la alienación de la gran audiencia para lograr la fuerza de trabajo necesaria que satisfaga la voracidad del capitalismo con la sumisión del esclavo, amen de construir sociedades dúctiles para su proyecto globalizante, lo que antaño, el poder lograba por medio del terror espiritual y la violencia física. En consecuencia, el campo de batalla de esta guerra, dicho hasta la saciedad, es la mente del ser humano.
En ella se construye de fondo, una cosmogonía ajena que explica con todo orden de ideas, el mundo a favor del dominador. Se fabrica con lujo de detalles, sus dioses, sus demonios, sus héroes, sus villanos, su sistema de valores, y se difunde segundo a segundo, sin tregua, con una intensidad y frecuencia que no le permite al “objetivo” reaccionar, y mucho menos reconocer que está siendo victima de un prolongado ataque. Para ello utiliza sin desperdicio de ninguna especie, todos los canales de la comunicación social, desde los más sofisticados como los audiovisuales y los impresos (con todos sus aparejos devenidos últimamente en pornográficos), hasta los más burdos, meramente propagandísticos, como los artículos P.O.P.
Esta guerra no ha sido declarada en términos formales. Por lo además es subrepticia. De acciones ocultas, o en términos militares, de acciones encubiertas, en donde el subconsciente es el receptor de lo mas peligroso del ataque. De hecho, está en pleno desarrollo, con una escalada inusitada desde la segunda mitad del siglo pasado, y abiertamente practicada en escenarios críticos, sobre todo en lo que va trascurrido el tercer milenio (al Caso Venezuela nos remitimos: para la época del paro petrolero, se transmitieron 17.000 mensajes publicitarios en tres meses con la intención de crear las condiciones sicológicas que facilitaran las acciones de las fuerzas contrarrevolucionarias).
Es una guerra sucia, en tanto que ataca y destruye la identidad del individuo en los escenarios de su interioridad y en estado inerme (en esa campaña comunicacional, la de los 17.000 mensajes publicitarios, muchos de ellos llevaban bajo su envoltura, contenido subliminal. Todos sabemos lo que ello significa), sin que este tenga la más minima oportunidad de defenderse, y aunque en toda guerra declarada, o no, el asesinato del enemigo antecede a cualquier objetivo ulterior, la dominación mental, aun a estas alturas del proceso civilizatorio imperial, espeluzna a la humanidad.
¿Qué hacer ante un ataque de este tipo?
En el que al parecer no existe la posibilidad de defenderse, dadas sus características, aunadas a la abrumadora superioridad de acción de quien lo ejecuta. Lo primero que habría de suceder en nuestra consciencia, es develar su existencia. La Guerra Comunicacional es un hecho. Es ejecutada por la industria imperial de la cultura. Sus cañones de mayor concentración de fuego, son los medios masivos de comunicación, las transnacionales de la información, pero sus ataques quirúrgicos de gran penetración neural, son llevados a cabo por el cine, la televisión, la radio, el libro, la revista, la moda, la industria de la música y el mundo seudocultural de gran impacto visual que todo esto va legitimando en el universo de las simulaciones.
La Guerra Comunicacional está en pleno desarrollo y en la que no solo somos las victimas de sus avasallantes ataques, sino que, siendo brutales, constantes, masivos, indiscriminados y con tan alto grado de eficacia que pasamos a ser su mejor aliado, nos convertimos, a causa de ello, en nuestro peor victimario. No nos da tregua. Actúa hasta cuando dormimos y no nos deja espacio imaginable para con nosotros mismos, derecho conquistado incluso, para los prisioneros de guerra.
La guerra comunicacional es perenne en su accionar como parte de la estrategia global, pero es solo un componente de avanzada, el preludio del asalto de las tropas. Es la fase previa de “ablandamiento” o “guerra de cuarta generación” que antecede a las acciones militares. Ésta a su vez, se divide en dos fases: una conducida por la fauna farandulera apátrida, destinada a demoler la moral nacional y crear la masa critica que le de la bienvenida al ejercito invasor, y la otra, abordada por personal militar propiamente dicho, en donde toman la conducción de los medios de información directamente y establecen allí el “teatro de operaciones paralelo”. Desde estos cuarteles generan una “guerra de comunicados” cuyo objetivo es confundir, desorientar y dispersar a los reductos morales de combatientes que hayan sobrevivido a todo lo anterior.
En esta guerra, expresión de lo más moderno que podamos ver, el periodista integrante de esa farándula apartida, es un objetivo bélico. Él y su medio, queriéndolo o no, tomó un bando. En la guerra es un factor beligerante que inclina la balanza a uno de los dos lados. Por ello suelen convertirse en blanco de ataques selectivos. Esta claridad la tiene el poder hegemónico mundial, el cual no duda en asesinar periodistas y bombardear plantas de televisión con la alevosía y la impunidad exhibidas.
¿Quiénes pueden develar esta consciencia?
Los reductos morales nacionales, los inmunes a los efectos de la basura informativa envueltos con el ropaje de la actividad comunicacional. La vanguardia de la resistencia antiimperialista, antiglobalizante, la que permanece en estado de alerta, en vigilia permanente y la que al fin y al cabo, combatirá en los campos de batalla, sean estos los que fueren. Tenemos la responsabilidad de despertar al común nacional porque en ello va además, la posibilidad de disuadir al enemigo: primero, en su empeño de dominación y espoliación de todo tipo de recursos por medio de la fuerza, y segundo, la de transformar la confrontación de fuerzas materiales en confrontación de fuerzas intelectuales: “La Guerra Ideológica”, “La Batalla de las Ideas”
¿Cómo combatir en esta guerra?
Por la gran saturación de elementos técnico científicos, toda esta dimensión en donde está sumergida la guerra comunicacional, se ha situado en niveles intocables para las grandes mayorías. Paradójicamente, siendo el intríngulis de esta acción, el sometimiento directo y a diario del individuo, este poco o nada sabe a cerca de esta guerra y mucho menos de la plataforma de alta tecnología que la soporta. El inmenso poder hegemónico imperial que está detrás, puede crear el manto de artilugios que invisibiliza su casi estado de omnipresencia. Las noticias de su poder, y más aun, las de su conformación como arma de guerra, son relativamente una novedad. Solo los espacios de resistencia cultural y sus combatientes, las revoluciones y sus líderes, se han manifestado al respecto y han dado cuenta de las primeras escaramuzas de esta guerra. Ernesto Guevara, “El Che”, lo hacia con bastante propiedad en los sesenta. Pero muy poco se ha sistematizado y desde luego no hay estrategia ni metodología en esta lucha. Hay mucha teoría dispersa, opiniones, intensiones. Cada quien, de los que alertan en este sentido, ve y entiende el quehacer desde su trinchera. Por supuesto, esta formula abona el éxito de la maquinaria enemiga.
Definitivamente habría que definir a este combatiente. Su estrategia, su táctica, sus objetivos. Y habría que hacerlo desde esta perspectiva, sino todo cuanto se pueda escribirse sobre ello, engrosaría el acervo literario y nada más.
En primer término, es un comunicador popular en situación de guerra, por tanto debe conocer con amplitud el tema, desde sus implicaciones científicas a la hora de su explicación, hasta sus connotaciones humanísticas en el área de las ciencias sociales. No solo debe conocer, sino manejar las herramientas tecnológicas que lo caracterizan. Debe conocer primero, como se estructura el sistema comunicacional y luego como se estructura su poder. Debe conocer al detalle, quienes están al frente, en medio y detrás de este poder, es decir quienes son, donde viven, como son sus sitios de operación. Conocer la dinámica interna de estos centros de información. El flujo de la noticia. Como esta relacionado con otros elementos de la hegemonía, ya sea narcotráfico, terrorismo, poder financiero, mafias, el complejo industrial militar, políticos, religiosos, etc.
Como el ataque es descomunal y el poder de fuego enemigo es abrumador, la estrategia debe estar diseñada en función de sus flaquezas. No puede ser una estrategia de defensa o de contrarrestar, contestar a cada ataque. La Red Nacional de Medios públicos puede que rinda algo en ese sentido, pero no basta, no es suficiente. Es acertada su existencia como brazo político del cuerpo que emprenderá esta lucha. Lo formativo es lo transversal, ya sea de cuadros combatientes como de audiencias criticas. Las flaquezas del enemigo giran en torno a que no terminan de entender nuestra cultura, nuestra verdadera idiosincrasia.
La táctica debe ser la guerrillera. No brindar jamás frentes de batalla. Movilizarse y actuar con la agilidad de un gato. Conocer el terreno enemigo tanto como el amigo. Golpear por sorpresa, certeramente y retirarse en el acto. La lucha debe ser clandestina, estructurada por células ágiles y versátiles. Capaces de diseccionar un spot publicitario en pos de desmontar su veneno, hasta realizar un largometraje para elevar la conciencia, desde elaborar un afiche artesanalmente, hasta montar conversatorios con la gente a cerca de la manipulación de los colores en la prensa local.
Los imperios retroceden ante pueblos conformados por hombres y mujeres libres, auténticos, conscientes de su papel ante la historia; y solo aquellos pueblos que han logrado darse sus propios sistemas de comunicación soberanamente, dependientes única y exclusivamente de su cultura, y por ende de su identidad, son capaces de vencer a este y los imperios que vengan.
¡Patria, socialismo o muerte!
¡Venceremos!
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